–¿Cómo se hace un bebé?

La pregunta de mi hija de siete años atravesó los huevos revueltos y los platos de fruta, revolucionando el desayuno.

“¡Ay, no!”, pensé, había llegado el momento de aquella inevitable pregunta que nos lleva a todes en algún momento de nuestras vidas a indagar por nuestra propia ¿reproducción?

Al instante y de modo automático mi hijo respondió “Los trae la cigüeña”, y quienes estábamos alrededor de la mesa, sin importar la edad, volvimos a sentir esa inocencia.

–No, hermano –le dice ella, tratando de alejarse de esa mirada infantil de fábulas y ficciones ingenuas–, nacemos de una semilla de mamá y papá.
–Algo así –agregué–; en realidad es más profundo… –Y respiré hondo tratando de darme tiempo para configurar una respuesta–. Bueno, para tener un bebé, lo primero que se necesita es ser adulta y querer un bebé.
–Pero ¿cómo se hacen? –Esta vez, mis dos hijes a coro.

Era momento de hablar de sexualidad y yo no sabía por dónde empezar.
–Verás… hay distintos tipos de amor –y mientras les miraba a los ojos, revolvía mi café con la cucharita; ese remolino también lo sentía en mi respuesta. Al escucharme decirles “Cuando un hombre y una mujer”, pensé “¿Y qué pasa con las parejas homoparentales en esa ecuación de querer un bebé?”. Y la cucharita giraba. “¿Y qué pasa con el sexo sin fines reproductivos?” Una vuelta más. ¿Y cómo les hablo de disfrute y placer? Mi hija me tomó la mano y dijo:

–Mami, ¿nos vas a responder?

Y yo que de tanto revolver las ideas en mi mente me había quedado sin las respuestas tantas veces ensayadas… para darme cuenta de lo mucho que nos falta. Hablar de sexualidad con nuestros hijes desde la primera infancia es vital; también la educación sexual debe ser acompañada por las instituciones que brindan información, como la escuela o la televisión, y entendí que la mayoría tuvimos una educación sexual nula, cargada de silencios, vacíos o prejuicios. Nuestro aprendizaje fue más bien empírico, no libre de frustraciones, basado en la prueba y error, en consejos entre amigues, y muchas veces ante la ausencias de espacios, tomando como referencia contenidos pornograficos que, ahora entiendo, son instrumentos que históricamente han normalizado la violencia, cosificado a las mujeres e impuesto caminos muy estrechos a todo el potencial de la expresión sexual.

–Mamá, ¿me sirves más jugo?

Esta pregunta me trajo de regreso a ese desayuno en el que había quedado girando entre dudas y temores y entendí que la sexualidad es social, que la educación hacia nuevos paradigmas menos estigmatizados se construye colectivamente, y que necesitamos aprender sin prejuicios sobre la naturaleza humana y todas sus formas, sus procesos biológicos y sus dimensiones culturales.

Porque para mis hijes deseo lo que yo no tuve: conocimiento y herramientas para vivir libremente la sexualidad, desde el placer y el goce, liberándonos de la toxicidad de un sistema que reproduce desde la doble moral. Vamos a hablar del milagro de la vida sin rodeos, desde el diálogo pleno para que la confianza y el respeto sean la base de todas las respuestas.

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