Caballerosidad, ¿un pequeño machismo?
Arranquemos el debate sobre la caballerosidad, le preguntamos a varios chilangos su opinión y vaya que encontramos diferencias.
Por: Pável M. Gaona
Hay temas que pueden destruir familias, amistades, imperios: ¿las quesadillas deben o no llevar queso?, ¿en México hay provincias y por ende provincianos? o ¿la caballerosidad es una forma velada de machismo? Sobre los primeros temas ya hemos escrito, hoy toca abordar este último.
Comencemos por echar abajo uno de los mitos que hay alrededor de esta espinosa cuestión. «Es que para que haya un caballero tiene que haber una dama, y la palabra “dama” viene de “domada”, por lo que éstas no deberían existir», es uno de los argumentos más frecuentes que suelen esgrimir aquellos que en contra de la caballerosidad. Así como en el meme que decía que las quesadillas no deben llevar queso porque su origen viene del náhuatl “quesaditzin” cuyo significado es tortilla doblada, esta afirmación es completamente falsa.
La palabra dama no significaba domada, aunque de manera lejana sí es prima hermana de esta palabra. Sus orígenes se remontan al francés dame, que era la palabra que se usaba para una mujer de alta categoría social. A su vez, la palabra dama viene de “domina” y significa dueña de una casa –en latín la palabra domus significa precisamente casa y el conjunto de personas que viven ahí–. Así que de domadas, nada. Si acaso el problema estaría en asociarlas a la idea de cuidadoras del hogar y ahí sí habría un ligero tufillo machista, pero de que estén “domadas”, no.
¿Y la igualdad de género?, apá
«Creo que la caballerosidad está de más», dice Ángel Bonfil. «Todo debe de ser equitativo. Es como la costumbre de pagar la cuenta de las mujeres en las citas: si el hombre paga, es como si se le estuviera dando un valor monetario al tiempo que le brindan a los hombres. Es como pagar por su compañía, y ese pago ya sea con dinero o con tratos especiales es una cuestión cultural que está muy arraigada».
Pero también hay mujeres que defienden la caballerosidad. Alejandra afirma: «Ser caballero va de la mano con la educación, y tener un hombre educado siempre se agradece, lo vuelve inolvidable y habla muy bien de su familia pero sobre todo de sí mismo. Yo pienso en un caballero como en un hombre pulcro, que huele muy bien».
Es aquí dónde vale la pena meter freno de mano al asunto y plantearse: ¿promover la existencia de caballeros –y por ende de damas–, no significaría estar promoviendo el juego de roles exclusivos del hombre y de la mujer? ¿No estaríamos ayudando a perpetuar la idea de que el hombre no llora, paga la cuenta y abre la puerta mientras que la mujer debe estar calladita, agradecida, sonriente? Escabroso, ¿no? Si las mujeres han invertido décadas en luchar contra el sistema de privilegios que las oprimen, ¿por qué promover una versión en miniatura de este sistema que históricamente las ha restringido?
Desde este punto de vista, la caballerosidad podría ser una trampa peligrosa.
Luis Menéndez, psicoterapeuta creador del concepto de micromachismo, insiste en que la caballerosidad no es sino una manera de ser condescendientes con las mujeres y que es una forma de violencia sutil y velada, pero no por ello menos grave. ¿Entonces qué, mandamos al carajo todo lo que nos enseñaron? No, calma. Aún quedan opciones.
¿Caballerosidad? Nah, mejor amabilidad
En efecto, la caballerosidad, a pesar del romanticismo y galantería con la que se presenta, lleva consigo una violencia invisible porque es restrictiva. El caballero es feo fuerte y formal, mientras que la mujer no dice groserías, no se viste provocativa, no ejerce libremente su sexualidad. Es reducir a las personas a las actitudes que se esperan de ellas dependiendo de su género.
«Estoy en contra de la caballerosidad cuando implica condescendencia o esperar favores sexuales a cambio, pero a favor cuando es simple amabilidad, la misma que tenemos o deberíamos tener las mismas mujeres con el resto del universo. Es más, ni siquiera debería llamarse así. Caballerosidad es un pésimo nombre para la cortesía», afirma la columnista y conductora Tamara de Anda.
Y continúa: «Hay que ponerse en los zapatos de los demás. Ser amable con la gente, especialmente con quien parezca necesitarlo. No es una cuestión de género».
¿A poco no te gustaría vivir en un mundo donde la cortesía, la amabilidad y la empatía fueran la manera de relacionarse entre todos, sin distinción de géneros? ¿Damas y caballeros? ¿Por qué no mejor SERES HUMANOS?