Después de cumplir 56 años como peluquero, Javier Torres reconoce que tiene temor de que algún día se cansen o se enfermen sus manos, que son la principal herramienta para ejercer un oficio que ha sobrevivido en el gusto de varias generaciones, pese a la constante aparición de estéticas unisex y barberías en la alcaldía de Tlalpan.
Hombre sin vicios, agradecido con la vida porque hasta ahora su cuerpo y sus cinco sentidos funcionan a la perfección, don Javier es un peluquero de barrio que contempla el retiro hasta que ya no pueda mantener el equilibrio de su fiel compañera, su antigua navaja, utensilio con el que corta cabello a ras y afeita barbas o bigotes de diferentes estilos.
La navaja es más que un simple artículo. Se trata de una especie de símbolo guerrero que se resiste al paso del tiempo y combate contra él, o mejor dicho contra rasuradoras y rastrillos que se usan en la actualidad. Tal simbolismo se aprecia en un detalle: no muestra señales de oxidación, su filo brilla. La cuida con respeto al grado de que él mismo la afila en el pedazo de cuero colocado junto a la silla antigua que también lucha contra los años.
Tarde o temprano esa navaja dará un último servicio, pero antes de que lo inevitable suceda, la nostalgia de su oficio se siente desde ahora al sur de la Ciudad de México.
Y eso que no quería
Don Javier, conocido así entre la comunidad, hoy día ama su oficio de peluquero de barrio, mismo que le ha permitido generar los ingresos suficientes para darle techo y comida a su familia, así como educación a sus hijos. Pero hace más de medio siglo, su deseo no era estar en una peluquería. Su destino lo decidió su padre.
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“Yo quería ser mecánico aviador, pero mi papá no quiso. Tenía la idea de que lo urgente para mí era ganar dinero, de tener un trabajo honesto para eso, además de continuar con su legado como peluquero”, comenta.
Resignado por ser elegido para preservar la tradición, don Javier aprendió de su padre todo lo necesario para comenzar una trayectoria que, sin haberlo imaginado, lo ha llevado a ser un personaje entrañable en el barrio de Tlalpan.
La charla, un atractivo
Abuelos, hijos y nietos, siempre lo ubicaron en la calle Congreso, donde la peluquería estuvo vigente desde 1940 hasta principios de la década actual, época en que se mudó a la calle Cantera esquina con San Marcos. Pero eso no implicó perder a su clientela, que lo siguió hasta su nuevo local. Y es que la buena plática es otro de sus rasgos.
Con música de fondo de que puede ir desde La Sonora Santanera hasta Los Bukis, haciéndose escuchar en su viejo radio, e incluso con cassettes, don Javier es el típico peluquero de barrio que sabe guiar una conversación amena que hasta sirve de terapia relajante mientras afeita o corta el cabello.
“Es básico saber de todo para no quedarse fuera de la jugada, y si no sabes, preguntas. Eso ayuda mucho a charlar, aunque lo más importante, antes que cualquier otra cosa, es respetar lo que te diga el otro y tener sentido del humor porque luego te cuentan cada cosa…”, comparte.
Más se disfruta la plática porque en 56 años de ejercer su oficio, miles de historias ha visto y escuchado mientras pasa su navaja en la cabeza o rostro de alguien.
A la vieja usanza
Para confirmar que en efecto se resiste al paso del tiempo, la peluquería carece de terminal para pago con tarjeta; todo pago es en efectivo. Así sea con morralla, el servicio “se paga en cash” tal como se hacía a “la antigüita”.