“Atención, hoy en esta ocasión Centro Botánico Interoceánico comisionan a un servidor con el único fin de darle a conocer las auténticas tabletas de boldo”, vocifera el popular merolico de remedios naturistas con voz aguda e hipnótica.
Esta vez la voz no brota de un bocina o altavoz, sino que resuena en vivo y a todo pulmón. Muchos lo hemos escuchado en disco o en mp3, pero pocos saben quién es el hombre que con sus pregones se ha convertido ya en parte fundamental de la banda sonora de la Ciudad de México.
¿Quién es el merolico de los remedios naturistas?
Su nombre es Ignacio Aquino Limón. Y aunque no le apena que lo llamen merolico, prefiere llamarse a sí mismo “comerciante de productos naturistas”. Su infancia no fue fácil: se dedicó a vender dulces para ayudar a poner el pan sobre la mesa de su casa.
Su cabello cano y crespo da cuenta de los años que lleva en los andares de una tradición que no inició él sino aventurados pioneros en ejercer el oficio de aliviar los pesares.
A pesar de no tiene estudios formales en medicina, sí conoce el origen de la palabra que lo designa: “Sé que el primero aquí en México fue un señor de Europa, un suizo, el que trajo el oficio. Se apellidaba Meraulyok, pero como nadie podía pronunciar su nombre, se le quedó El Merolico”.
Aquino, oriundo del barrio de La Merced, narra que en esa misma colonia conoció a El Kanguro (así, con k), quien fuera su compañero en la venta de golosinas y, más adelante, también su aliado en el oficio de aventar verbo y sanar los males.
“El Kanguro tenía la voz más bonita que pudo existir entre los merolicos. Es más: aquí en mi celular traigo varios audios de él”, cuenta Ignacio con cierta nostalgia mientras muestra su galería de tracks.
La voz de El Kanguro suena en las bocinas del celular y por un momento es como si estuviera vivo otra vez. Se le oye hablar de insecticidas milagrosos, de remedios para los hongos de las uñas, de la cura definitiva para el mal de orín, entre otros.
Al recordar a su compadre, el semblante de Ignacio muta hacia la tristeza y melancolía: “Me duele que nadie lo reconociera en vida. Incluso los que usaban su voz para vender no sabían quién era. Cuando se murió nadie dio ni cien pesos para la caja de su entierro”, recuerda con impotencia.
Del remedio naturista a la sanación de la soledad
Ignacio lleva ya 42 años en el oficio. Pasó del comercio de frutas y legumbres en La Merced a la venta de remedios. Destaca que migró a ese rubro cuando notó que se trabajaba menos y se ganaba más.
Y a pesar de que en el habla popular se relaciona la palabra merolico con una persona muy habladora, para Ignacio no hay mejor oficiante de este ejercicio que el que sabe escuchar, cualidad que le han regalado los años.
“Se necesita paciencia para entender al enfermo. Si tu vas al seguro o al ISSSTE, el doctor ni platica contigo, nada más te medio ve y te receta medicamentos que muchas veces ni te dan ahí y que tienes que conseguir por tus propios medios”, apunta con sinceridad.
Como un confesor laico, siempre tiene oreja para aquel que le quiera contar sus males: “A veces ni les tenemos que preguntar, solita viene la gente y en la plática nos saca su enfermedad”
Aquino comenta que las personas llegan a él en busca de remedios para el cuerpo, sin embargo destaca que también les cura dolencias intangibles: “La gente necesita que la escuchen. A mí me compra mucha gente mayor. A esa gente que en su casa ya no la escuchan. Vienen buscando un remedio del cuerpo, pero yo también les curo la soledad”.
¿Por qué la gente confía más en un vendedor de la calle que en un médico con todas las de la ley? Según la percepción de Ignacio es porque en México existe una tradición milenaria de curarse con hierbas, con los remedios de las madres y de los abuelos.
La confianza o fe en el merolico, considera Aquino, es un retorno a nuestras raíces, aunque ya no se le designe como brujo o curandero.
Comprimidos de boldo, aceite de caguama y otros menjurjes
Para este chamán posmoderno, la mitad del milagro de la curación la hace el medicamento y la otra mitad el paciente, a través del poder de la mente y de la fe.
Según Aquino, solo así ocurre el milagro: “Mucha gente cree que el aceite de caguama es aceite de una tortuga de mar, pero no. ‘Caguamina’ es el nombre comercial de una sustancia que tiene tres aceites naturales: aceite de tiburón, aceite de bacalao y aceite de salmón”, confiesa.
Ignacio describe que lo mismo sucede con la famosa uña de gato, pues la gente pregunta si el remedio está elaborado con el ingrediente homónimo: “Para nada. Es una planta que se da en las selvas peruanas y así se le conoce popularmente, pero su nombre real es uncaria tormentosa”.
Conforme avanza la charla, Aquino llega al producto estrella: el boldo. La curiosidad de la gente no se hace esperar en las sesiones de Ignacio: “Siempre me preguntan que qué animal es el boldo; pero no es un animal, es una planta curativa que ayuda a la digestión”, cuenta entre risas.
Para él los males también hablan de historia: “En los ochenta hubo mucha gente que desafortunadamente estuvo en la quemazón de San Juan Ixhuatepec, lo que se conoció como las explosiones de San Juanico. Debido a eso se vendía mucho la pomada de corteza de tepezcohuite, que sirve para cauterizar y cicatrizar una herida, una cortada, una quemada”, recuerda Ignacio con tristeza.
En su anécdota apunta que los centros naturistas respondieron a este acontecimiento con la venta de productos para las quemaduras, lo cual también dio pauta a los merolicos para ofertarlos en sus letanías curativas.
Merolico de todas partes
Fiel a la tradición que dicta que donde se arme la bola el merolico estará, Ignacio no tiene un lugar fijo de trabajo: como te lo puedes encontrar afuera del metro Salto del Agua, como en el tianguis de Las Antenas en Iztapalapa o haciendo labor en el mercado de La Merced
Esta aparente ubicuidad también se debe a que su voz suena en muchísimos altavoces y bocinas en la Ciudad de México. Primero grabó casetes, después discos tradicionales y ahora su voz también se almacena en las memorias de múltiples teléfonos celulares.
Su inconfundible tesitura es heredera de la sabiduría de su difunto amigo El Kanguro y de tantos otros que ya se le han adelantado.
Con cierto pesar, Aquino confiesa que a sus familiares no les gusta su oficio, por lo que es probable que su arte se vaya con él: “Cuando una persona muere ese lugar se pierde, es un espacio menos y una tradición que ya no seguirá”, finaliza con resignación.
Sin embargo Ignacio no se agüita. Sobreviviente de su generación, sigue inundando con tono inconfundible los mercados, tianguis y donde haya borlote.
En una de esas encuentra un discípulo que le siga los pasos y con suerte afiance al heredero que continuará la promoción callejera de los comprimidos de boldo, de aceite de caguama y de uña de gato para las próximas generaciones.
¿Y tú, lo has escuchado en alguna calle, plaza o avenida chilanga?
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