La calle de Donceles, llamada así por los antiguos estudiantes de los colegios novohispanos, esconde siglos de historias que de a poco se van desenredando entre crónicas de los que amamos el centro histórico.
La gran vía que nos remonta a las librerías de segunda mano esconde anécdotas que pocos conocen y que a más de uno dejará atónito.
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Historias de la calle de Donceles
En este espacio hablaremos de tres, cuyos temas en torno a la magia negra, el crimen y lo fantástico se unen para dar paso a la ciudad fantástica.
Grimorios de piel humana
La calle de Donceles es conocida en el mundo chilango por su gran corredor de librerías, que va desde Eje Central hasta Corregidora. Son espacios de culto que tienen una variedad de textos formidables: impresos con siglos de antigüedad bajo su lomo, primeras ediciones de valor estratosférico, pliegos antiguos que circularon por las calles en tiempos de Don Porfirio, revistas ya imposibles de conseguir y ofertas de libros de poca fama.
Pero quizá el objeto más extraño que hubo en ese corredor fueron aquellos ejemplares elaborados de piel humana.
Fue en un local ubicado justo en la esquina de Palma y Donceles donde estuvieron por un tiempo. Curiosamente, el espacio siempre ha tenido comercio relacionado con material fotográfico, pero quizá la inercia generada por su cercanía con las librerías, ocasionó que en los años noventa, dentro de una vitrina de madera que se asomaba hacia la calle, se encontraran un par de textos con un letrero de cartón que señalaba de manera contundente “Forrados con piel humana”.
Aunque resulte inimaginable para nuestros días, los libros estaban exhibidos ante los ojos de todos.
Verlos era toda una experiencia: su color se tornaba de un café pálido y parecía que contaba con algún tipo de resina que los protegía, como si de cera se tratase.
El formato era muy grande y la portada estaba adornada con símbolos que remitían a creencias antiguas y prohibidas por el catolicismo. Uno de ellos tenía el pentagrama de dos puntas elaborado por el mago Eliphas Levi y que remite a Baphomet, el dios con cara de cabra que es asociado en algunos credos con el mal y la oscuridad, aunque otros creen que es una representación de la lucha entre el bien y el mal. El otro texto poseía extraños rostros humanos que simulaban gritos de dolor.
Ambos eran grimorios, libros de magia, pero solo uno tenía título: el Libro Magno de San Cipriano, obra muy recurrida por ocultistas por sus bastas descripciones de rituales, conjuros y densas disertaciones sobre las huestes demoniacas. La piel humana seguramente sería usada en el tratado de forma ritual para adquirir ciertas cualidades esotéricas.
Bibliopegia antropodérmica es el nombre académico que se le da a la práctica de encuadernación con piel humana. En el caso de los libros de la calle de Donceles probablemente jamás sabremos cuáles fueron los medios por los que consiguieron el cuero, y solo queda la historia.
En México solamente hay otro ejemplo y está en el poblado de Tixtla Guerrero, se trata de un compendio de poesía de Sor Juana. La leyenda urbana dice que el tejido humano pertenecía a una mulata santera llamada Benita que fue desollada viva por practicar brujería. Se cuenta que aquel que lo toque y pida un deseo se le concederá. Imaginen, si con un texto de la Décima Musa ocurre eso ¿qué sucederá con el Libro Magno de San Cipriano?
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La casa fantasma de Donceles.
Uno de los misterios literarios que esconde el antiguo camino de los estudiantes es el paradero de la mítica casa de la viuda del General Llorente.
Carlos Fuentes en las primeras líneas de Aura, una de las mejores novelas de corte fantástico y terrorífico de la literatura mexicana, narra cómo los cambios en la nomenclatura de Donceles hicieron difícil encontrar el número 815 a Felipe Montero, protagonista de este relato, aunque advierte que fue antes el 69.
El escritor juega con nuestra mente y nos pierde entre las casas y sus números, porque existe actualmente el 69 pero nunca ha existido el 815. Hay quienes como Gabriel Revelo o Alejandro Toledo han asegurado que es ahí, en esa casa vieja que hace casi esquina con la calle de Palma, donde ocurrió la terrible historia del espacio en el que la oscuridad y la belleza sobrenatural imperaban.
Aura María Vidales, actual habitante del sitio, cuenta que el edificio previo a la restauración que realizó el INAH, estaba tal cual se describe en la narración: fantasmagórico, silencioso y frío.
Seguramente querrás buscarla y encontrarla por tus propios medios así que si lo haces, te pedimos que si abren la puerta y una hermosa joven te guía dentro de aquella oscura casona, no busques sus ojos verdes y no subas al cuarto, de hacerlo, quizá sea la última vez que veas la luz del día.
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Bombas y estafas en el teatro Esperanza Iris
El Teatro Esperanza Iris es un emblema de la calle de los Donceles, considerado el más valioso de su época, cuya construcción buscó asimilarse arquitectónicamente a la Escala de Milán.
El nombre se lo debe a su primer dueña, a reina de la opereta, actriz y cantante enorme, muy querida por la sociedad mexicana de inicios del siglo XX, a tal punto que fue nombrada por la prensa como La hija Predilecta de México.
Una mujer que rompió con los esquemas de su tiempo. Desde el principio el recinto fue grandioso y tuvo en sus funciones a artistas de la talla de Enrico Carusso y María Conesa, pero también dentro de sus muros hubo una historia digna de una novela policial.
La historia comienza con Paco Sierra, cantante barítono y esposo de Esperanza Iris. Su inclinación al juego, apuestas y negocios fraudulentos, hicieron que tuviera terribles dificultades económicas. Desesperado por subsanar las deudas tan grandes que tenía, planeó junto con Emilio Arellano, una estafa maestra, si todo salía bien podrían dar fin a sus problemas de dinero.
El plan era sumamente complicado, colocar explosivos en un avión donde viajaban personas contratadas por ellos para una supuesta construcción y hacerlo estallar para después cobrar una póliza de un millón ochocientos mil pesos por los seguros de vida de sus trabajadores.
A cada uno se les pidió su acta de nacimiento con el pretexto de tramitar su seguro social, también les obsequiaron objetos para que la identificación de los cuerpos fuera sencilla e irrefutable; en el caso de las mujeres medallas con su nombre grabado y en el de los hombres pulseras y hebillas con sus iniciales.
El avión despegó el 24 de septiembre de 1952 y a los 10 minutos hizo un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Santa Lucía. La bomba no había logrado su objetivo. Al comenzar las investigaciones se dio con el fraude de Paco Sierra y Emilio Arellano.
Tras un cateo en el teatro, aprehendieron al que alguna vez fuera cantante de ópera y que gracias a su crimen pasaría décadas en Lecumberri. Esperanza Iris sufrió un par de ataques cardiacos mientras defendía la inocencia del amor de su vida. Al final solo una flor recibió de su esposo para su féretro.
Esperamos que ahora, cuando camines del lado del Hospital del Divino Salvador para mujeres dementes y mires el teatro de frente mientras sigues tu camino hasta la esquina de Palma, recuerdes que aunque mucha gente no lo sepa, el crimen, la magia y lo sobrenatural habitan ahí, en la calle de los Donceles y en la ciudad fantástica.
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