No importa si es primaria o secundaria; pública o privada, las leyendas de escuelas construidas sobre cementerios han formado parte de la infancia de los chilangos.
Su origen quizá se deba a que en estos lugares dimos los primeros pasos sin la supervisión de nuestros padres; por ello la imaginación vuela lo cual deriva en una cantidad inmensa de seres sobrenaturales e historias que contaremos a continuación.
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Antes de ser escuelas fueron cementerios
La historia de las escuelas construidas sobre cementerios es un verdadero clásico de las leyendas urbanas, no solo mexicanas sino universales. Tienen su origen en la idea de la profanación a un lugar sagrado y el culto a los muertos.
Se tiene la creencia universal de respetar el sitio donde descansan aquellos que han partido de este mundo; pero de no hacerlo habría consecuencias serias para quienes osen practicar cualquier temeridad.
En Estados Unidos por ejemplo, el miedo a levantar una casa bajo un cementerio indio es un temor común y un relato digno de contarse hasta en el cine.
En la Ciudad de México frecuentemente hemos escuchado esta historia y se debe a varias razones. En el Centro Histórico, por ejemplo, la conversión de centros religiosos como conventos e iglesias en edificios laicos.
Usualmente estos espacios tuvieron sitios para enterrar a sus muertos y por ello es muy probable que, efectivamente, el lugar donde esté algún edificio, escuela o no, pueda ser un panteón.
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La Secundaria Número 1 de Regina
Un ejemplo es la Escuela Secundaria Número 1 ubicada en la calle de Regina #111 del Centro Histórico. En épocas coloniales fue parte del convento de San Camilo.
La orden religiosa se caracterizó por llevar la extrema unción, es decir, el último ritual de la iglesia católica para los enfermos terminales. Principalmente atendió a la gente más pobre de la Nueva España.
En esos tiempos era común ver por las noches a los monjes encapuchados salir con antorchas hacia donde se les necesitaba.
Curiosamente, la memoria histórica de la ciudad aún no los olvida y en la actualidad se cuenta entre los estudiantes y exalumnos de la escuela la presencia de un monje que recorre los pasillos del exconvento.
Quizá se trate del guardián del recinto cuya misión consista en vigilar que el lugar sea respetado por ser sagrado. De paso también supervisa que no copies en los exámenes.
El Centro Escolar Morelos de la Villa de Guadalupe
En otras ocasiones tenemos la certeza de escuelas que sí fueron cementerios o que al menos estuvieron a unos pasos de ellos. Un ejemplo es el Centro Escolar Morelos, una de las primarias más importantes del norte de la CDMX, y que se localiza justo a un costado del templo del Pocito.
Durante el siglo XIX, el inmenso predio tuvo varios usos en su historia: fue un cuartel donde, se cuenta la leyenda, estuvo encarcelado el héroe de la patria José María Morelos, para después ser trasladado a Ecatepec a su fusilamiento.
Sin embargo, este espacio también formó parte del llamado Panteón del Pocito, cerca de la zona que actualmente tiene el área de talleres.
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Este recinto tiene muchas historias de niños que se aparecen en las instalaciones, algunos en los baños, otros en la parte de la cooperativa. Curiosamente nadie de los exalumnos sabe a ciencia cierta que en realidad su escuela sí fue panteón o al menos estuvo en los linderos de este.
El panteón General de la Piedad y su escuela
Entre las escuelas construidas sobre cementerios se encuentra una cuya historia se la debemos al cronista Rodrigo Hidalgo.
Gracias a un tweet que en 2020 publicó y se viralizó en redes sociales, cientos de usuarios se enteraron de que el Centro Educativo Benito Juárez, ubicado en la calle Jalapa de la colonia Roma, efectivamente se situaba sobre los restos del antiguo Panteón General de la Piedad, muy importante para la Ciudad de México durante el siglo XIX.
El mapa de Tramways Company, que data de 1910 y en el que Rodrigo se apoyó para hacer su investigación, muestra cómo el recinto creado en la década de los veinte —actualmente considerado patrimonio artístico de nuestra urbe— tiene todo el derecho de tener fantasmas.
Seguramente cuando estos espectros recorren los hermosos espacios del inmueble se preguntan por qué nadie les comentó del desalojo.
Un clásico: la niña fantasma del baño
Los baños de las escuelas son los lugares donde más actividad paranormal encontramos en la imaginación chilanga. La historia que se lleva las palmas en cuanto a popularidad es el espectro del espejo.
Distintas narraciones orales de personas que tuvieron su infancia en los años noventas cuentan que, para contactar con el fantasma, se debía llevar a cabo un pequeño ritual que consistía en el uso de tres lápices por participante.
Era indispensable que las puntas de dichos utensilios escolares coincidieran entre sí para que el contacto con el ente fuera exitoso; además, debías jugarlo dentro del baño.
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Primero, alguno de los dos estudiantes preguntaba si la niña fantasma quería jugar. Había tres posibles respuestas: el “sí” era cuando los lápices se levantaban; el “no”, si bajaban; y el “váyanse” se develaba si se hacían a los lados.
Si la respuesta era afirmativa se podía seguir con el ritual, si no se cambiaban los participantes y se iniciaba nuevamente.
La segunda pregunta era “¿estás muerta?”; y el tercer y último cuestionamiento era el definitivo: “¿te puedo ver?”.
Si la respuesta era positiva los dos participantes tenían que mirar al espejo y ahí juran y perjuran varios de nuestros entrevistados que lograron ver a una niña que se reflejaba justo detrás de ellos.
Acto seguido, todos los mirones gritaban y salían despavoridos del lugar. No faltó el soldado caído que fuera víctima de un coscorrón de la maestra por llevar a cabo el dichoso jueguito que tanto espantó a toda una generación.
El origen de la leyenda
En 2015 el juego volvió con otras reglas y otro nombre: el famoso Charlie Charlie. De igual forma se preguntaba al fantasma si quería jugar, solo que ahora no era necesario hacerlo en una escuela.
Esta leyenda urbana, tiene al menos nueve siglos y se trata del fantasma de la Verónica, cuyo nombre etimológicamente significa la verdadera imagen. Los relatos más antiguos nos narran que solo precisaban de una vela y un espejo para ver a la fantasma.
El ritual consistía en mirar al espejo todo lo que durara la vida de la cera incandescente. Al apagarse el pabilo, verías a este ser, que a su vez te mostraría tu alma. Quién pensaría que después de casi mil años seguimos jugándolo.
¿Qué otros fantasmas conoces que aparezcan en escuelas? Seguramente alguno se nos ha escapado, así que si quieres segunda parte de estos relatos no dudes en dejarnos un comentario y con gusto lo incluiremos en otra publicación.
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