Baños de vapor

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4 de diciembre 2020
Por: Redacción mn

Una historia húmeda: baños de vapor y comunidad gay en CDMX

Breve y fluida historia de los baños de vapor en la CDMX: la comunidad gay chilanga los uso como oasis en medio de la homofobia.

Baños de vapor chilangos que guardan muchas historias entre sus tinas, toallas y turcos. Hasta “Monsi” era fan de visitarlos.

Por: Pável Gaona

Los saunas y baños de vapor, un referente obligado para el ligue y el sexo clandestino dentro de la comunidad gay, tienen una historia que se remonta a siglos atrás.

Sincrético como es nuestro México, el baño de vapor en México tiene dos filiaciones. Por un lado está su antecedente prehispánico: el temazcal, ese baño con propiedades curativas y hasta espirituales que formaba parte de la vida de nuestros antepasados en Mesoamérica.

El otro padre del baño de vapor mexicano proviene de Europa, más específicamente de Roma, donde las famosas thermas eran espacios de socialización.

Al igual que en los baños actuales, había espacios especiales para hombres y otros para mujeres. Los romanos a su vez tomaron esta costumbre de los gimnasios griegos, donde hombres desnudos rendían culto al cuerpo, al que consideraban hermoso y una muestra de virtud. Etimológicamente, la palabra gimnasio tiene su raíz en “gymnos”, que significa “desnudez”.

Los primeros baños de vapor de los que se tiene noticia en nuestra Ciudad de México fueron Los Baños Doña Andrea, en la calle de Filomeno Mata en el Centro Histórico, instituidos en 1779.

Estos eran sinónimo de opulencia, pues en aquel entonces el drenaje era considerado un lujo. Bañarse era cuestión de clase, pero también la oportunidad de relacionarse socialmente. En cueros, la aristocracia mexicana compartía sus secretos, sus pesares y e incluso hacía negocios.



De opulencia a espacios de encuentros sexuales entre varones

Como en los gimnasios de la antigua Grecia, en la Ciudad de México los baños públicos se convirtieron en territorio para varones. Si bien inicialmente acudían familias enteras y había apartados especiales para mujeres, poco a poco se fueron poblando casi exclusivamente por hombres.

Eran el lugar perfecto para platicar con el compadre, pero también para llevar a los hijos como en una especie de rito iniciático. Que en los baños más tradicionales de la ciudad haya también peluquerías para hombres no es casualidad: eran espacios para, además de relajarse, echarse un buen corte de pelo, barba y bigote. 

Siendo los baños un lugar eminentemente masculino, era de esperarse que ahí acudieran todo tipo de hombres, no solo heterosexuales. Y ante la desnudez, era también un lugar propicio para que se dieran encuentros carnales, primero de forma velada y luego de forma cada vez más abierta.

Los baños de vapor tuvieron su boom y después encontraron su decadencia cuando los baños privados fueron haciéndose cada vez más habituales en las casas. Si lograron sobrevivir fue por su clientela gay, que los adoptó como lugares de encuentro social y sexual. 

“Quizás deban su éxito a la misma ausencia de espacios -abiertamente gay- en los años 60, o debido a la depresión y al abandono de las zonas donde se ubicaban.

Al perder clientela, los baños fueron progresivamente cambiando de función, alcanzando su punto álgido de popularidad como sitios de encuentros sexuales en los años 70”, cuenta Renaud René Boivin en su texto ‘De cantinas vapores sitios y discotecas’

Esto queda consignado también en “El vampiro de la Colonia Roma”, obra indispensable del recién fallecido Luis Zapata, donde su protagonista, Adonis, conseguía sus conectes en los Baños Torrenueva, sobre la Avenida Álvaro Obregón.

Esos baños no existen ya, pero nos queda para el recuerdo el testimonio literario del autor, quien publicó su obra en 1979. 

Otro testimonio lo ofrece Juan Jacobo Hernández, quien al día de hoy cuenta con 78 años de edad y continúa siendo uno de los más férreos activistas de la diversidad.

El formó parte del Frente de Homosexual de Acción Revolucionara (FAHR), un pilar importantísimo de las primeras marchas por los derechos de la comunidad LGBT, que en aquel entonces ni siquiera se identificaba con estas letras. 

“Alrededor de 1962-63 me invitó un amigo. Los primeros baños que conocí fueron los Costa Azul, frente al metro Xola. Tenían piscina y acudían muchos adolescentes, quienes mantenían relaciones sexuales, ya sea por gusto o a cambio de 5 pesos.

Fue la primera vez que vi hombres teniendo sexo a la vista de todos, sobre todo en el cuarto de vapor ruso, donde alguien abría la llave para que se llenara de vapor y así poder actuar más libremente. Ahí también vi a un chico tener relaciones en la regadera con más de diez hombres (¡los conté!), cosa que me dejó muy impactado en aquellos días”. 

La clandestinidad como refugio ante la homofobia



La historia de los baños de vapor está íntimamente ligada también a la clandestinidad, al “amor que no se atreve a decir su nombre”, como decía Oscar Wilde. Cuando la homofobia era cosa habitual en la Ciudad de México y las disidencias sexuales no salían aún del clóset, los baños de vapor eran el lugar perfecto para vivir la sexualidad sin temor a represalias o al escarnio.

Terry Holiday, de 65 años, es actualmente la mujer trans más reconocida de la CDMX. Ella también nos relata sus andanzas por estos lugares. Con nostalgia rememora cómo los baños eran una especie de oasis —literal y metafóricamente— que ayudaba a esquivar los golpes de la homofobia reinante.

“En mi niñez, papá nos llevaba a los Baños Santa María, cerca de San Cosme. Ahí vi los primeros desnudos que llamaron mi atención. Pero como espacio de ligue y socialización los viví hasta los 17. Tenía varios amigos, casi todos mayores, que hablaban de los famosos baños de vapor. Si tenías un ligue, era más fácil ir a los baños que a un hotel o a la casa familiar”. 

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En aquellos ayeres era frecuente llevar una doble vida y esconder la homosexualidad como mecanismo de supervivencia. “Cómo aún no había bares ni mucho menos afters abiertamente gays, el baño era el lugar para acudir antes o después de las fiestas que se hacían en las casas.

Esto no era exclusivo de trasnochados, muchos se despertaban, se iban al vapor, y después de un rato de intercambiar fluidos corporales se encaminaban al bonito domingo familiar”.

Pero tampoco eran un refugio perfecto. A la salida la realidad seguía siendo la misma y, las extorsiones estaban a la orden del día, según cuenta Juan Jacobo.

“Tiro por viaje en los años 70 y principios de los 80 sabíamos de amigos o conocidos que eran extorsionados a la salida de los baños, donde varios pillos los esperaban y los amenazaban con sacarlos del closet ante sus familias o en su trabajo. Los sorprendidos entregaban dinero o pertenencias para librarse de la balconeada, que podía resultar muy grave para ellos”.

Los baños de vapor más famosos en la comunidad gay. 

Acerca de aquellos baños donde había más “acción”, Terry recuerda especialmente los baños Ecuador, que eran los más socorridos (hoy extintos).

Estos se encontraban ubicados en la calle de Ecuador, en el número 14. “Los mejores, y más populares, obvio, eran los Ecuador. Eran visitados por la crema y nata del ambiente homosexual.

El vapor general tenía dos secciones, una con planchas para masajes, y un cuarto aparte con una banca de azulejo alrededor. De repente se “iba” la luz, y se ponía más divertido. Tomabas tu Tehuacán preparado, charlabas, veías, y tenías sexo o chupadas, claro, no en ese estricto orden” (risas). 

Por su parte, Juan Jacobo Hernández tiene su propio “top”:

“Conocí muchos baños, los Ecuador, míticos por sus orgías interminables. Estaban los Marina, que parecían un escenario del infierno de Dante, con hombres obesos y viejos acostados sobre el piso relamiéndose los labios para que cualquiera se acercara a ellos y recibir sexo oral.

Esos eran bastante sórdidos. Los San Miguel, paraíso de gerontófilos, con escenas muy intensas de sexo en el espacio de las regaderas y los masajes con hombres de cuerpos ‘ajados’. Estaban también Los California en la Merced, llenos de cargadores fortachones que te daban “servicio” por 5 o 10 pesos”.

Por anécdotas y lugares, Juan Jacobo no para: “Estaban Los Río en Sullivan, donde acudía la Xóchitl —la travesti más famosa de los 70 y 80— . Ella se envolvía en una gran toalla blanca y usaba otra de turbante, atendida obsequiosamente por los bañeros y asediada por la chacaliza”.

Los Mina, en la Guerrero, también eran muy populares y concurridos. Los Rocío de Calzada de Tlalpan, donde ‘la Monsi’ —Carlos Monsiváis— era muy popular, y los de Zaragoza, también bastante sórdidos. Los San Cristóbal en Ecatepec, los Tlalpan, Los Marbella, Los Señorial, los Finisterre, los de la Torre, los Granada. Casi todos los baños en los años 50, 60, 70 tenían actividades sexuales entre hombres”. 

Evaporados y al borde de la extinción. ¿Sobrevivirán los baños?


De aquellos que Terry y Juan Jacobo rememoran, casi todos han desaparecido. Muy pocos continúan en funciones y la tendencia sigue siendo a la baja, por lo que queda la interrogante de si podrán sobrevivir.

Entre los más famosos y que aún están en funciones se encuentran los Puerto Vallarta en Iztapalapa, Los Finisterre en San Cosme, Los Rocío en Tlalpan y los San Ciprián en La Merced.

La pandemia del Sida, que golpeó severamente a la comunidad gay, fue un punto de inflexión en la existencia de los baños de vapor. Una especie de camino sin retorno que, sumado a otras circunstancias, ha llevado a los vapores al borde de la extinción.

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Juan Jacobo, quien dirige el Colectivo Sol, una A.C. de derechos humanos orientados hacia la respuesta ante el VIH, habla del virus como una de las razones por la que las saunas y baños de vapor se encuentren en riesgo de desaparecer.

“Fue hasta mediados de los años 90 cuando empezó a haber información específica sobre VIH y Sida dirigida a usuarios de los baños de vapor, pero el daño ya estaba hecho. Esto coincidió con un declive de estos espacios, que ya no se frecuentaban tanto.

Además están los altos costos de mantenimiento que han provocado que muchos de ellos hayan cerrado. Esta desaparición está aparejada también a la apertura de cuartos oscuros en muchos bares gay y a las nuevas formas de ligue a través de las apps”, concluye. 

Tal vez la clave la subsistencia de los baños públicos y saunas esté en su reinvención, aceptándose como espacios abiertamente gay y publicitándose como tales. Esto ya lo hacen los baños San Ciprián en La Merced, que a la fecha se encuentran abiertos y ante la proximidad de las fiestas decembrinas promocionan posadas con música y bebida gratis. 

Otro ejemplo de reinvención es el Sodome, un sauna un poco más “de caché” sobre Mariano Escobedo, donde le dieron la vuelta al concepto de los baños tradicionales para convertirlo en un espacio moderno y seguro.

¿Será esto suficiente para que los saunas y baños continúen subsistiendo y formando parte de la historia de la comunidad LGBT ante otras formas de ligue como las apps y otros sitios de encuentro? Solo el tiempo será capaz de decirlo.