La vida y la muerte se definen en los pasillos de urgencias en un hospital; con el mismo contraste, la dinámica en los nosocomios están llenos de intensa actividad y larga espera. Aquí, una crónica de la visita que realizó Chilango
Por: Tollani Alamillo
En apenas tres días, Julián ingresó en dos ocasiones a urgencias. Su malestar no cede. Horas después de estar de regreso bajo observación médica, el informe de los doctores provocó que un frío intenso recorriera el cuerpo de Rebeca, su esposa. El diagnóstico: cáncer de hígado.
“Ya no va a salir de aquí”, pensaba Rebeca sobre su esposo, mientras el doctor le explicaba la gravedad de la situación y el protocolo a seguir. Al mismo tiempo, una enorme angustia y necesidad de gritar se ahogaron en los ojos de la mujer de 40 años.
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La historia de Rebeca y Julián es solo una de las tantas que suceden a diario en el área de urgencias del Hospital General Regional 72 del IMSS, ubicado en Tlalnepantla, Estado de México, donde Miriam*, una doctora que lleva 20 años trabajando ahí, estima que se reciben más de 350 personas cada día.
“Siempre hay mucha demanda, es difícil encontrar momentos donde no venga tanta gente, incluso en la madrugada se llega a presentar una gran concentración de pacientes”, aseguró Miriam*, en entrevista con Chilango.
Un día en urgencias en un hospital
En una habitación de color amarillo opaco, con grandes ventanales y, en apariencia, similar a la sala de una terminal de autobuses, Rebeca permanece en un asiento, se toma las manos un par de veces, mira a los costados y de vez en cuando revisa el celular.
Son las 3:00 de la tarde. Hay cerca de 100 personas en el área de urgencias. La mitad de ellas son mujeres y adultos mayores, quienes vienen a consulta; el estrés describe a la perfección el lugar.
La sala cuenta con una ventanilla de control, donde cada paciente es evaluado para determinar si requiere atención inmediata o si puede esperar. El estado de salud de un paciente se valora a través de una escala de colores: rojo para los que requieren atención inmediata, naranja para quienes pueden esperar, explica Andrea*, quien se desempeña como asistente en la zona de urgencias.
FOTO: TOLLANI ALAMILLO
Los médicos de esta clínica del IMSS advierten que los padecimientos por los cuales llega la gente a urgencias en un hospital varían y van desde algo grave como estados convulsivos, paros cardíacos o respiratorios, hasta fracturas o por cosas menos graves como dolores de cabeza. No obstante, por lo general, se atienden síntomas relacionados con la diabetes mellitus, hipertensión e insuficiencia renal crónica.
A la mitad del cuarto, dos filas de bancas se extienden de un extremo a otro y en medio de ellas un pasillo conecta con dos baños. Un letrero indica que hay un un teléfono público, pero no hay nada. Solo se ve a un sujeto hablando por su celular.
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Cada una de las bancas está desgastada. Una, de plano, no sirve. Lo más destacable del lugar es una máquina para cargar el celular, como las que hay en el Metro de CDMX, pero con la diferencia de que debes desembolsar 5 pesos por 20 minutos de carga.
En ese escenario es difícil saber quién es paciente o familiar. La única pista es observar quién carga una bolsa con ropa, pues cuando una persona ingresa al área de urgencias en un hospital, sus prendas y demás pertenencias se quedan con su acompañante, en caso de que llegue con alguien.
La eterna espera
Cuando el paciente llega acompañado de un familiar a urgencias en un hospital se les pide que registren al enfermo. El paciente será revisado por un médico, mientras que el acompañante deberá esperar en la sala hasta que haya noticias sobre el estado de salud de su familiar o hasta que el personal médico necesite hacer una pregunta.
Rebeca recuerda que en el primer ingreso de Julián a urgencias, los doctores diagnosticaron que sus síntomas: pérdida de apetito, vómito y fatiga general se debían a un problema en los riñones. “Le mandaron a hacer unos estudios, se quedó en observación y al día siguiente lo dieron de alta porque no podían hacer más hasta tener los resultados del análisis”, relata la mujer.
Desde que Julián fue ingresado por segunda vez, Rebeca apenas si ha comido. No tiene cabeza para ello. Solo desayunó una quesadilla en los locales que están afuera del hospital. Los doctores destacan que es importante que una misma persona sea quien espere a tener noticias del paciente, así se evita la pérdida de tiempo en los informes. Por eso mismo, algunos de quienes están en la sala de espera prefieren traer su propia comida, algo sencillo como sándwiches o tortas, para ahorrarse unas monedas y estar al pendiente de las noticias.
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Cada persona tiene una manera distinta de esperar en la sala. Hay quienes les da por hablar de la situación de sus enfermos, sin necesidad de que se los pregunten, y en un ratito cuentan toda su vida. “Dos personas me han contado la situación de sus familiares, uno de ellos ya se fue, porque sólo había tenido una complicación por problemas de hipertensión, pero el otro anda todavía aquí”, dice Rebeca.
En la espera, la mujer cuenta que lleva 16 años casada con Julián, que tienen un hijo de 19 años. “Él (Julián) tiene 43 años, trabaja en una ferretería que le dejó su padre hace tiempo, y yo me encargo de la casa. A veces vendo por catálogo productos de belleza”, dijo.
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Otros ignoran a los demás y prefieren leer una revista, libros o hablar por teléfono. Incluso hay quienes son víctimas del cansancio y se echan una siesta.
En tanto, algunos enfrentan la dificultad de ir con niños. Sin lugar a dudas, los pequeños son los más desesperados, apenas comprenden qué hace la gente en un lugar como este. Son las 5:00 de la tarde, al fondo del cuarto, una menor llora porque el baño de mujeres está cerrado y no logra entrar. Ante la emergencia, su mamá optó por meterla al de hombres, mientras otra mujer hacía guardia por si alguien quiere ingresar.
Además de las enfermedades…
Susana*, enfermera desde hace 7 años, afirma que en urgencias siempre existe mucho estrés, sobrecarga de trabajo y no hay el material suficiente para atender, pero al final, el amor a su profesión la hace continuar.
Como familiar, la primera sensación de Rebeca en la sala de espera fue angustia, por desconocer que tenía Julián, y después temor de saber si estaba recibiendo el mejor tratamiento. Por la mañana, el doctor le había dicho que lo subirán a piso, pero antes de que ese sucediera, era necesario que se desocupara una cama.
Para Miriam* lo más difícil, como doctora, es empatizar con los pacientes y manejar sus propias emociones. “Siempre debo tomar las decisiones adecuadas buscando su bienestar. Como todo a veces tengo temores, pero no debe haber margen de error, una mala decisión puede dejar a alguien sin padre o madre”.
Una de las constantes quejas en los hospitales públicos es la demora en la atención. Desde la primera fila de bancas, un señor de la tercera edad con sombrero platica sobre su familiar que fue ingresada desde las 5:00 de la mañana y aún no puede ser evaluada. No podrá tener informes hasta después de las 4:00 de la tarde, pues le están practicando estudios.
En la visita de la mañana, Rebeca observó que varios enfermos estaban sentados “yo creo no hay suficiente abasto, casi están uno encima del otro, por eso mucha gente se queja de la mala atención”, acusó.
Chilango pudo constatar que varios pacientes estaban en las bancas del pasillo de urgencias, pues sólo había unas cuantas camas para atenderlos y todas se encontraban ocupadas.
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El personal del hospital señala que no sólo la sobrecarga de trabajo dificulta su labor, la sobredemanda de pacientes también, porque no hay suficientes trabajadores.
En ese contexto, las agresiones son el pan de cada día, tanto hacia el personal como entre los mismos enfermos y familiares. A Miriam* le han tocado situaciones en las que la agredieron verbalmente, mientras que, dice, tiene compañeros a quienes los han atacado físicamente.
Susana* confiesa que pasó una mala experiencia cuando una persona golpeó la ventanilla donde se dan informes. “Con su puño le pegó a una de la ventanillas y esta se rompió. Al parecer fue porque su familiar no había recibido atención y venía de gravedad. El personal de seguridad lo sacó”, recuerda.
Además, hace dos semanas, hubo una amenaza de bomba en urgencias, lo que ocasionó la evacuación del lugar. Los empleados del hospital indicaron que el familiar de un paciente dijo haber visto cómo un sujeto dejaba una mochila debajo de las sillas de la sala de espera. Aunque, todo fue falsa alarma, desde entonces hay más restricción para entrar.
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No obstante, los pacientes no son los únicos que sufren en urgencias en un hospital. Los acompañantes también deben soportar situaciones extremas.
Llegadas las 6:00 de la tarde encontrar un asiento ya es casi imposible, como si se tratara de la estación Pantitlán del Metro en hora pico. La gente aparta las bancas con sus pertenencias, a pesar de estar prohibido, pero ¿a quién le importa?
Cuando una mujer mayor estaba por tomar asiento con su pequeño, enseguida llegó un hombre a reclamar el lugar, porque ahí estaban sus pertenencias, por lo que invitó a la señora y al menor a encontrar otra banca. Al ver la situación, desde la última fila, alguien ironiza: “Si van a apartar lugares, que ya compren boletos, como en el cine”.
Entretanto, al otro extremo de la sala, una joven le agradece a un hombre por cederle el asiento a quien parece ser su papá. Todavía quedan caballeros.
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Pasar la noche en urgencias en un hospital es una de las situaciones más complicadas. Rebeca apenas pudo dormir. El ruido de la ambulancia que trasladó a un paciente, la incomodidad de la silla, los murmullos y la soledad fría de la madrugada apenas le permitieron cerrar un ojo.
“Es más pesada la madrugada porque como quiera en el día entra luz, ves movimiento o puedes salir, pero ya en la noche hay como frialdad, ni consigues dormir bien”, señala.
Cuando la próxima visita –de las 8:00 de la noche– está por llegar, entre lugares apartados, preocupaciones y el ir y venir de pacientes, doctores y enfermeras, una persona grita el nombre de Julián. Sin reparar en lo que ha vivido durante las últimas 24 horas, Rebeca se levanta temerosa, exhala profundamente. “Ojalá ya lo puedan subir a piso y me den informes porque la angustia me está comiendo”, dice.
Mientras camina hacia la puerta, su sombra se hace más pequeña a cada paso, un día más se ha ido.
*Por solicitud de los entrevistados, su nombre fue cambiado para proteger su identidad.