Los ciudadanos que transitan entre la Ciudad y el Estado de México viven todos los días con temor de ser despojados de sus pertenencias o presenciar hechos violentos. A pesar de los intentos de las autoridades de ambas entidades por frenar los atracos, el peligro en calzada de las Armas y los robos en Cuatro Caminos siguen latentes.
A continuación, la segunda entrega de Chilango que muestra cómo se experimenta la inseguridad en las fronteras de la CDMX y Edomex, donde la justicia depende de que el ilícito se haya realizado una calle atrás o adelante.
Cuatro Caminos, el paso de la muerte
El olor a rancio y grasa de alimentos mezclado con humedad y orina recibe a todo aquel que pisa el paradero. En los camellones nadie mira lo que ocurre alrededor, la indiferencia de las autoridades de dos entidades convirtió a Cuatro Caminos en “el paso de la muerte”.
La frontera entre la delegación Miguel Hidalgo y el municipio de Naucalpan es uno de los paraderos más grandes de América Latina. Además, en Cuatro Caminos está la tercera estación del Metro de mayor afluencia en la ciudad, después de Pantitlán e Indios Verdes.
Aunque comerciantes, choferes y cacharpos –ayudantes que cobran el pasaje– lo conocen como “el paso de la muerte”, nadie sabe cuándo surgió el apodo, pero son conscientes de las razones: entre esos pasillos lodosos, de color gris por el humo de camiones, las personas han sido baleadas, asaltadas y golpeadas.
Tipología de los robos en Cuatro Caminos
Quienes transitan por Cuatro Caminos saben que en la zona hay formas de robar, locatarios y usuarios del transporte pueden describir por lo menos dos modalidades que ven diario.
“Una forma es la banda de ‘la bolita’”, dice una comerciante que pidió ocultar su nombre. “Te agarran entre cuatro y cinco personas a la salida del Metro y te invitan a jugar a una mesita con vasos volteados o taparroscas. Quieren que les digas dónde está oculta una pelotita, si adivinas prometen pagarte”.
Pareciera dinero fácil pero ellos nunca pierden. Basta con que alguien se niegue para que un par de sujetos se coloquen a los costados, le cierren el paso y lo obliguen “a jugar” perdiendo todo: dinero, celular y hasta joyería.
Los abrazos son otra forma de robos en Cuatro Caminos en la que los más afectados son los jóvenes –sobre todo los estudiantes de la FES Acatlán–, pues son identificados porque llevan un celular en la mano o algún objeto de valor que pueden quitarles con facilidad.
Una vez que ubican el blanco, lo siguen y lo abrazan de manera familiar, como si fueran amigos. “Me das lo que traes o te lleva la chingada”, es la amenaza acompañada de navajas o armas de fuego, tal como lo vivió Katerine, de 16 años, que en febrero pasado recibió un balazo en el hombro izquierdo por gritar mientras tres sujetos intentaban asaltarla en las escaleras del anden C a las 3 de la tarde.
Además de esos robos en Cuatro Caminos están quienes arrebatan celulares, cadenas y aretes. Los que aprovechan las filas de los microbuses para robar sin importar la hora y los que se suben a los camiones, pagan su pasaje, esperan con toda calma a que se llene y, cuadras adelante, asaltan.
“Casi siempre son chamaquitos de 14 a 17 años a los que se les hace fácil robar y lastimar a la gente, no les importa picar a alguien o aventar un balazo. Nosotros nos avisamos por mensajes de celular cuando nos asaltan o cuando vemos a alguien sospechoso. La misma gente te pide que no lo subas al camión y le avisamos a los de atrás que en tal y tal calle hay alguien así”, dice para Chilango un chofer.
Durante 2017, el paradero registró 383 delitos, 140 fueron robo con violencia, 107 peatones lesionados; pese a esto, solo 42 llevaron procesos de denuncia ante las autoridades del Edomex, de acuerdo con cifras de la Fiscalía General de Justicia del Estado de México (FGJEM).
Irónicamente la agencia del Ministerio Público móvil del Edomex se ubica a menos de un kilómetro de donde se comenten los robos en Cuatro Caminos, donde el gobierno estatal reportó cero asaltos desde su inauguración en abril de 2017.
Contrasta la desigualdad
Cuatro Caminos tiene dos caras. El Mexipuerto cuenta con tiendas de moda, restaurantes y salas de cine. A la salida del paradero hay un marco de plantas y flores con cámaras de vigilancia. Los autobuses y combis no hacen base, tienen un chip para control de acceso y un contador digital que les indica la salida. Ahí cada día circulan 300 mil personas, de acuerdo con la Secretaría de Movilidad del Estado de México.
En cambio, en el paradero norte, el de los puestos de comida, los minicasinos prohibidos y los charcos jabonosos por los camiones que son aseados en los pasillos, circulan todos los días 600 mil usuarios.
Estar en la frontera de la Miguel Hidalgo y Naucalpan complica el actuar policial: aunque el interior del Metro le corresponde a la Policía capitalina y el exterior a la estatal, al momento de perseguir o detener la coordinación es nula, pues cada elemento debe hacerse cargo del espacio que tiene asignado.
En recorridos hechos por Chilango se encontró que la Policía estatal sí supervisa el paradero, pero se trata de oficiales desarmados sin chaleco de protección, su tarea es recorrer la zona a pie a lo largo del día para intentar evitar los robos en Cuatro Caminos. Otros tienen lugares fijos de inspección como salidas del transporte, cruceros y la zona escolar, pero la delincuencia los sabe burlar, escapan entre los puestos, se confunden con el resto de la gente.
Cualquiera que no conozca la zona se perdería. Por un lado hay un pasillo en el Metro en el que se juntan 22 salidas, once de cada lado. Está repleto de vendedores establecidos y ambulantes y solo cuatro policías capitalinos al final del túnel.
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Los locatarios del paradero norte serán retirados, no saben cuándo ni cómo. La plaza comercial de la zona sur se extenderá a la norte, que poco a poco comienza a vaciarse de comerciantes, mientras los usuarios siguen atravesando los pasillos en busca de transporte.
De acuerdo con la Procuraduría capitalina, en el ala sur se quedará fijo el Ministerio Público que estará coordinado con el Edomex, sin embargo, aún no hay una fecha ni un espacio definido para que empiece a operar.
En tanto, las personas siguen saliendo del Metro a prisa, mirando a todos lados, desconfiando de quienes se suben al camión por los constantes robos en Cuatro Caminos. Temen ser un número que se sume a los cinco muertos que ocurrieron en 2017 por inseguridad y atropellamiento.
La travesía de una moto robada
Además de los robos en Cuatro Caminos, el municipio de Naucalpan vive otro foco rojo: los límites con la delegación Azcapotzalco, donde a Fernanda Flores le robaron su motocicleta en menos de cinco minutos.
Como cada día, Fernanda encerró su moto a las 22:30 horas en un espacio que renta al interior de un taller en Calzada de las Armas, colonia San Pedro Xalpa, Azcapotzalco. No se distrajo ni la detuvo un semáforo, como regularmente se comenten los robos de motocicletas.
Abrió el zaguán y, antes de guardarla, un par de hombres se acercaron en una camioneta negra. “¿Estás vendiendo la moto, amiga?”, le dice uno de los tripulantes. Ella lo negó.
Uno de los tipos se bajó del auto, se acercó con actitud agresiva y levantó su playera para sacar un arma. “No te quiero dejar muerta –le dijo– dame las llaves”.
La joven indica que es común que roben en Avenida de las Armas y Calzada de la Naranja, porque no hay seguridad debido a que las policías de la Ciudad de México y el Estado de México “se confunden, no saben dónde le toca a cada una”.
Las motocicletas siguen siendo blanco de la delincuencia. Según la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS) en 2017 se registró un índice de 7 mil 512 motos robadas a nivel nacional. Las marcas más atracadas en México son Italika con 1,695 reportes de robo, seguido de Honda con 1,555 y Yamaha 1,439.
El Estado de México es la segunda entidad con la mayor tasa de robo de motocicleta, de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), y Naucalpan ocupa el tercer sitio en robo de vehículos en dicha entidad.
Por su parte, la CDMX ocupa el quinto sitio siendo Iztapalapa (265), Azcapotzalco (118) y Gustavo A Madero (93) las demarcaciones que concentran la mayor cantidad de carpetas de investigacion abiertas por estos delitos.
Los datos del Observatorio Nacional Ciudadano indican que en 2017 en la CDMX hubo 2 mil 95 motos robadas, es decir, 5.7 al día, y en 47% de los casos hubo violencia.
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La Honda CBR 250R modelo deportivo de Fernanda tenía un valor de $99,000, que pagó con los ahorros de casi dos años más un crédito. Apenas en enero la había liquidado.
La mujer de complexión delgada, 1.70 de estatura, cabello largo y rizado, se opuso preocupada porque le robaran lo que hacía unos meses había terminado de pagar.
Al ladrón le sorprendió verse enfrentado y con la cacha del arma golpeó a Fernanda en el pecho y en los brazos, la tiró al pavimento y la tocó de manera lasciva. Echó un disparo al aire. “Para que veas que sí va en serio”, recuerda haber escuchado mientras el tipo huía con dirección a Naucalpan a bordo de la moto y, atrás de él, la camioneta que lo acompañaba.
El inicio del calvario
Cerca del lugar donde le robaron a Fernanda hay un botón de pánico. Apenas reaccionó y llamó a la patrulla para hacer la búsqueda.
“Me llevaron a los lugares cercanos donde dicen que aparecen tiradas las motos robadas. Fuimos al Rosario 1 Sector II en Tlalnepantla –otro municipio colindante que ocupa el segundo lugar en robo de vehículo en el Edomex– y a San Pedro Xalpa, en Azcapotzalco, pero no encontramos nada”, cuenta.
Después del recorrido, Fernanda Flores acudió al Ministerio Público de Azcapotzalco AZC-1 para hacer su denuncia. “¿El robo fue con violencia?”, le preguntaron. Ella asintió. “A ver, enséñeme el balazo, se cataloga como violencia cuando traes el balazo”, reviró quien tomaba la denuncia.
Bajo la ropa, a Fernanda ya se le notaban los moretones en el torso y pecho, y para “revisarlos” la Ministerio Público le pidió levantarse la blusa frente al personal, sin ningún protocolo. Ella se negó y pidió a un médico legista para certificar las lesiones, pero en lugar de atenderla salió cuestionada sobre por qué tenía un vehículo tan caro, de dónde había sacado el dinero y por qué, siendo mujer tan joven, manejaba una moto.
Después de iniciada la carpeta de investigación dio todo por terminado, sin embargo, un par de policías la esperaban afuera de la delegación para hacerle una propuesta. “Te vamos a ayudar”, le dijeron.
La idea de los uniformados era recrear la escena del robo con testigos para después cobrar el seguro que ascendía a los $70,000. Le aseguraban que con $2,000 retirarían el reporte de robo y podrían armar el plan, pues a fin de cuentas no podría recuperar su moto.
Fernanda no aceptó la oferta y a las tres semanas le hablaron porque encontraron su vehículo: no coincidía el color ni el tipo de llantas, pero el número de serie sí. Sin embargo, cuando intentó sacarla del corralón vino otro problema.
“Me la hacen muy cansada, cada vez que voy me piden copias y documentos diferentes, ya estoy harta. Fui la víctima del robo y me han tratado como delincuente”, lamenta la joven que desde hace seis meses no ha podido recuperar su motocicleta.
A diferencia de otras personas, cree tener suerte por saber dónde está su vehículo, pues en el barrio es común que desaparezcan.
“Después de Avenida de las Armas, donde a mi me robaron, está Satélite y Echegaray; si huyen en menos de cinco minutos están en el Estado de México y la libraron, nadie vigila el límite, se pierden en el tránsito, no hay autoridad que se responsabilice”, dice.
De acuerdo con un boletín informativo de la Comisión de Movilidad de la Asamblea Legislativa, en la capital circulan 268 mil motocicletas, de las cuales, 120 mil ingresan por los municipios colindantes.
Entre 2016 y 2017, según la AMIS, el robo de estos vehículos aumentó en 55% y generalmente son utilizadas para hechos delictivos como atracos a cuentahabiente, celular, de vehículo, a casa habitación, a negocio y a transporte; además de venderlas para refacciones.