“Creo que si no hubiera llegado a un refugio, yo o alguna de mis hijas estaríamos muertas”, asegura Yolanda**, de 39 años, quien escapó de su casa para recibir atención en uno de los cuatro refugios para mujeres víctimas de violencia que existen en la CDMX.
Esa mañana de 2017, Yolanda le prometió a sus hijas que su papá no las podría encontrar jamás y que estarían seguras. Abrió la puerta de su casa y huyó de un matrimonio de 15 años, en el que la violencia se incrementó a partir de 2014.
Dos semanas antes de su escape, la hija mayor de Yolanda, quien ya contaba con un intento de suicidio, fue detenida cuando peleaba a golpes con otras jóvenes. En esa ocasión, la policía solo trasladó a la joven al DIF de su comunidad y luego se comunicaron con su madre para que fuera por ella.
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Al llegar, Yolanda no tuvo más opción que escuchar que su hija tenía síntomas de violencia extrema, por lo que le recomendaron que reiniciara su vida en uno de los refugios para mujeres víctimas de violencia en la Ciudad de México, que empezaron a operar en 1994 y que actualmente suman cuatro: tres operados por organizaciones de la sociedad civil y uno por el gobierno capitalino.
Tras escuchar el diagnóstico y con ayuda del Instituto de las Mujeres y del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), un día, Yolanda y sus hijas esperaron a que su marido se fuera a trabajar, cogieron una muda de ropa y se fueron de casa. Hora y media después, trabajadores del Centro de Atención Externa las esperaban para llevarlas a un refugio de máxima seguridad.
Un respiro en los refugios para mujeres víctimas de violencia
Al llegar al refugio, Yolanda y sus hijas recibieron atención psicológica y psiquiátrica por psicosis. “Desde el primer momento nos encontramos con personas muy atentas, había un plato de comida caliente que nos esperaba y un cuarto para nosotras”, relata Yolanda.
Esa fue la primera noche que las tres mujeres pudieron dormir tranquilas. Nadie las despertó a mitad de la noche, como solía hacer el marido de Yolanda cuando llegaba a casa para sacarla. “Él sabía que no me iba a ir a ningún lugar sin mis hijas, así que me quedaba afuera hasta que se dormía y alguna de ellas me abría”.
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En el refugio para mujeres víctimas de violencia en el que vivieron Yolanda y sus hijas se imparten talleres de 8:00 de la mañana a las 13:00 horas y fue ahí que la madre de las dos menores aprendió hacer collares, mientras que sus hijas se unieron a las clases para hornear pan, que comercializan para ganar un dinero extra.
Además de asistir a los talleres, las tres colaboraban con la limpieza del refugio y en otras actividades, como lavar los platos; no obstante, no todo eran clases y deberes, ya que se organizaban “noches de chicas”, en las que las madres acostaban a los niños más temprano y podían elegir qué cenar y qué hacer. El menú: hamburguesas, hot dogs o pizza. Las actividades: ver una película, poner música o solo platicar.
Debido al daño emocional y psicológico que Yolanda y sus dos hijas presentaban, las tres permanecieron seis meses en el refugio para mujeres víctimas de violencia, a pesar de que el tiempo promedio que una persona pasa en el lugar es de tres meses. Durante ese lapso y por razones de seguridad, las tres solo salieron a la calle para acudir a sus citas psiquiátricas.
Sin embargo, no todos los refugios tienen las mismas facilidades que vivieron Yolanda y sus hijas. Según el Censo de Alojamientos de Asistencia Social (CAAS) 2015, 22.9% de estos centros no presta servicios educativos, 4.8% no cuenta con servicio médico, aunado al 6% que no brinda apoyo psicológico. Además, 12% no dispone de talleres de manualidades y oficios y otro 4.8% no brinda apoyo jurídico o en derechos humanos.
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Lo anterior, explica Wendy Figueroa, directora de la Red Nacional de Refugios, se debe a que hay albergues que se registran como refugios para mujeres víctimas de violencia pero que no cuentan con las orientaciones y lineamientos con enfoque de derechos humanos y perspectiva de género.
Apoyo en riesgo
El pasado 14 de febrero, el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció que retirarían el recurso de la Secretaría de Salud que se destina a los refugios para mujeres víctimas de violencia, de los cuales 51.8% son operados por asociaciones civiles; 39.8%, por instituciones públicas y otras por instituciones de asistencia privada y sociedad civil, de acuerdo con el CAAS 2015.
El año pasado, el apoyo lo percibieron 42 de los 60 refugios para mujeres víctimas de violencia en el país, operados bajo lineamientos con perspectiva de género, de acuerdo con Wendy Figueroa.
La intención del gobierno federal es que la Secretaría de Gobernación opere los refugios, por lo que el 22 de febrero se suspendió la convocatoria pública para la asignación de recursos; sin embargo, fue reactivada un día después ante las protestas de la sociedad civil.
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Actualmente, el respaldo a dichos refugios se establece en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, que dicta dicta que el Estado mexicano debe proteger a las víctimas de violencia familiar, así como favorecer la instalación y el mantenimiento de los centros de ayuda.
Jesús Ramírez, vocero de Presidencia, confirmó el pasado 1 de marzo que todavía se analiza el cambio para las futuras convocatorias que existen. De acuerdo con el CAAS, desde 2015, los refugios se financian con fondos de iniciativa privada, fondos del gobierno y actividades de beneficencia.
La directora de la Red Nacional de Refugios comenta que todavía siguen en incertidumbre sobre los planes que Presidencia y Gobernación tienen, pues han intentado tener contacto con ellos pero siguen sin darles una respuesta.
En ese contexto, Figueroa pide a las autoridades que consideren el trabajo que las organizaciones han hecho a lo largo de 24 años, ya que la mayoría de los refugios para mujeres víctimas de violencia de la CDMX no son impulsados por el gobierno, pero sí se verían afectados por sus decisiones.
Yolanda también se enteró de la idea de quitar los apoyos que reciben los refugios. “La verdad es que yo no sabría qué hacer con el dinero, porque una mujer con dinero es más violentada, mi marido me golpeaba para quitarme lo que era para mis hijas. Las personas que trabajan ahí (en los refugios para mujeres víctimas de violencia) de verdad que salvan vidas”, asegura.
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Una nueva vida
Además de recuperarse física, emocional y psicológicamente, Yolanda recibió asesoría jurídica para presentar una demanda de divorcio, la cual le rechazaron porque su matrimonio se había realizado en otra entidad; sin embargo, eso no impidió la medida legal. Yolanda regresó a su estado natal y se reunió con una abogada, quien no le brindó la atención la primera vez que se conocieron. “Es increíble cómo las personas mejoran su trato al ver que ya no eres una mujer con miedo”, dice Yolanda.
Actualmente, la mujer de 39 años trabaja, mientras que sus hijas van a la prepa y secundaria en la CDMX con la sensación de que su vida empezó de nuevo. “Fue como si volviéramos a nacer”, dice la señora.
A pesar de las miles de historias de mujeres que han encontrado ayuda en los refugios, hoy esos centros están en medio de la incertidumbre, pero con la firme intención de seguir ayudando, ya que, como explica Wendy Figueroa, cuando los refugios para mujeres víctimas de violencia empezaron a funcionar en los 90, lo hicieron cobijados por la sociedad civil sin recibir apoyo del gobierno.
**El nombre de Yolanda fue modificado para proteger su seguridad y la de su familia.