Conoce el pasado Mexica a través de este recorrido
El pasado mexica se hace presente a pesar de la construcción de grandes vecindades y largas avenidas y calles. El pasado chilango resuena hoy.
Por: Colaborador
¿Listo para recorrer la antigua Tenochtitlan aquí en la Ciudad de México? El pasado mexica comienza a tu izquierda, recuerda, donde siempre vas a tener el lago. Sí, ya sé, son calles, esquinas, cruces peatonales, pero tú imagina que vamos por la orilla de la capital mexica de hace 500 años, justo como estaba cuando llegaron los españoles. ¿Cuánto nos vamos a tardar? Tú, leyendo el artículo, algunos minutos; caminando, con algunas paradas estratégicas, unas siete horas. Bueno, vente pa’ acá. Respira la sal y humedad del viejo lago de Texcoco de aquel entonces, y el smog y el olor del puesto de tacos del aquí y ahora. Vamos a desdoblarnos en dos y al andar reconoceremos algunos puntos importantes que fueron y que son. ¿Entonces, listo?
Por Alejandro Carrillo
Es posible conocer el pasado Mexica a través de este recorrido
El pasado mexica comienza aquí, en el metro Cuauhtémoc. Apadrinados por el último tlatoani, al que, según cuenta la leyenda, le quemaron los pies pero aguantó vara y nunca dijo dónde estaba el oro, emprendemos la marcha. La orilla del que alguna vez fue un pequeño islote donde no había más que rocas y hierbajos, y donde supuestamente se posó el águila sobre un nopal (eso de que devoraba a una serpiente es una añadidura muy posterior), está justo en el borde de la banqueta; el lago es el mismísimo tráfico de la avenida Chapultepec, por la que caminamos ahora, con el sol en la espalda, para seguir el contorno y adentrarnos en el primero de los cuatro barrios que formaban la vieja ciudad: Moyotlan, Zoquiapan, Cuepopan y Atzacualco.
Moyotlan
Entremos, pues, a Moyotlan (“lugar de mosquitos”: el barrio mexica más grande e importante, el más poblado), por la calle Dinamarca, en las tripas de la colonia Juárez, pensada y trazada para familias de mucha lana; de ahí el tamaño gigantesco de los lotes, donde se construyeron mansiones afrancesadas, que hoy en día, si ya no son mansiones, son museos u oficinas. Doblamos en Marsella, Turín, Abraham González y finalmente en Barcelona para entrar a Bucareli. En esta avenida vamos a hacer la primera parada. Órale. ¡Ya, aquí! Frente a la primera tienda de magia de México y Latinoamérica: la tienda del Mago Chams, enfrentito del Reloj Chino. Montones de magos mexicanos han empezado aquí, comprando alguno de los más de mil 500 trucos que tienen a la venta.
La segunda parada del pasada mexica es apenas adelante, a una calle, también sobre Bucareli. Ahí, flotando sobre una chinampa, está el Café La Habana, famoso porque en él se reunieron Fidel Castro y el Che Guevara a planear la revolución cubana, y donde décadas más tarde se reunirían Roberto Bolaño y Mario Santiago Papasquiaro, así como Arturo Belano y Ulises Lima, sus álter egos en Los detectives salvajes, a ejecutar el infrarealismo.
Déjemos flotar la mole del Café La Habana y sigamos caminando por Bucareli, una calle más, hasta llegar a Artículo 123. Hay varios localitos que hubieran sido la delicia de mi yo de 12 años: cómics, álbumes de estampas y coleccionables de puestos de periódicos a precios mucho más bajos. Casi en la esquina, enfrente de la primera iglesia no católica de México (la que se ve chueca), está El Buen Gusto, un puestito callejero que vende tacos de bistec “verdadero” (¡y qué bistec!), chorizo y pechuga; pero lo chido es el corte especial: un pedazo de carne de más de cinco centímetros que cortan ahí mismo del trozo de la res, y que por 100 varos te dejará a reventar.
Respiremos profundo, dejemos que el olor salino del río enterrado en el asfalto nos lleve a la siguiente parada del pasado mexica, en la antigua calzada de Tacuba: la iglesia de San Hipólito. Aquí vemos doble, como si estuviéramos borrachos, porque al contemplar este templo percibimos también una de las batallas más importantes de la conquista, la del 1 de julio de 1520. En esta esquina, donde se levanta la iglesia, vemos al ejército de caballeros jaguar y águila dándoles una paliza a los españoles, matando a más de la mitad de su ejército, propinándoles su noche triste. Tanto que de ahí salió Cortés corriendo: corriendo está, corriendo lo vemos por esta calzada de Tlacopan, antes camino de tierra y arcilla, hasta llegar a Popotla, a ese ahuehuete gigantesco que se ve desde aquí, donde se detiene a chillar.
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¡Tanta tragedia en el pasado mexica ya me dio sed! Vamos a curarnos la pena con un buen pulque, ¿no? Pegadito a la iglesia, siendo vecinos de pared y proponiendo ambos un modo de buscar la salvación, está el Museo del Pulque. En la parte de arriba de una pulquería a la antigua, hasta con un molcajete gigante con guisado gratis y rondas interminables de tortillas calientitas, hay dos cuartitos muy bien curados sobre la historia de este fermentado de maguey, bebida que gustosos degustaban nuestros antepasados.
Dejemos que se nos suban los 400 conejos (expresión que usaban los mexicas cuando la borrachera les estaba pegando) y caminemos por la antigua calzada hasta llegar a la colonia Buenavista, a la calle Zaragoza, llena de sexoservidoras que desde la mañana ya están sacando pa’ la chuleta. Le dicen “el oficio más viejo del mundo”; lo cierto es que hace 500 años en el pasado mexica ya había en esta ciudad mujeres que chambeaban en eso: las prostitutas rituales llamadas ahuianime (“las que están alegres”) y las que lo hacían a cambio de un pago, para sobrevivir, y que podemos imaginar contoneándose en algún mercado.
CUEPOPAN
Además de adentrarnos en Buenavista, ya estamos en otro de los barrios del pasado mexica, en Cuepopan (sobre la calzada), escenario de las guerras entre mexicas y tepanecas (los chintololos de hoy) y entre mexicas y tlatelolcas. La arquitectura y las calles de la colonia se confunden con las de la Guerrero, su vecina, a la cual llegaremos si seguimos derecho por Zaragoza buscando las señales del recorrido: las estampas, los listones azules y los esténciles con las cuatro olas, que a lo largo del trayecto veremos pegadas en postes de luz, paredes y en el piso, para guiarnos.
Ya en la Guerrero, a un ladito de Pedro Moreno, sobre Mina, hagamos una parada para estirar las piernas y aprender lucha libre en el Hércules Gym, gimnasio con un cuadrilátero bien chido donde luchadores profesionales dan clases del arte del pancracio para principiantes como yo, que nunca hemos soñado con volar desde la tercera cuerda. Esta colonia está llena de lugares interesantes que referencia el pasado mexica. Es muy vieja: fue la primera construida en el siglo XIX, en el corazón de Cuepopan.
Subamos por Mina, doblemos a la derecha en Magnolia y luego en Soto, hasta salir derechito al Eje 1 y de ahí a la izquierda, en Lerdo, donde nos detendremos para echarnos una buena tlayuda y un tejate en La Oaxaquita, restaurante instalado sobre lo que parecen los escombros de una casa. Todo lo preparan en el momento: las tlayudas están muy bien servidas. Quedémonos aquí un rato, pidamos una horchata granizada y recuperemos fuerzas. Llevamos apenas unos cuatro kilómetros y medio, todavía falta mucho de este recorrido en el pasado mexica.
¿Ya descansaste? Vientos. Vente, vamos por esta calle, Degollado, hasta el Eje Central. Espero que no te hayas llenado, por que vamos derechito a una de las mejores torterías de la ciudad. Damos vuelta a la izquierda en Camelia, y en la esquinita salpicadas por las olas del Lago de Texcoco como para darles más sabor, están las Súper Tortas. ¿Se nota que les tengo cariño? Mi jefe me traía desde chiquito. Hay de todas las variedades, pero las más ricas, por mucho, son las de lengua y las de pierna; las preparan con crema y jitomate. Aunque están chavitas (tamaño telera), con dos quedas.
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Apenas a unos metros, otro punto chido: la casa donde nació Cantinflas. Sí, ya sé, ya no es la misma vecindad, esa la demolieron hace años y ahora hay un edificio de departamentos, pero hay una placa conmemorando este punto casi místico que nos dio a uno de los cómicos más rifados de esta tierra.
Ya estamos, por cierto, en territorio tlatelolca. Digo, para cuando los españoles llegaron a Tenochtitlan, en 1519, Tlatelolco era parte de la ciudad en el pasado mexica, pero no siempre fue así: las ciudades hermanas se fundaron aparte. Los tlatelolcas en un islote todavía más pequeño, donde crecieron a su ritmo hasta convertirse en los comerciantes más rifados (el mercado de Tlatelolco era, decían los conquistadores, cosa de no creer), hasta que Axayácatl, el tlatoani mexica, aventó al tlatoani tlatelolca, Moquihuix, desde lo alto de su pirámide, y con eso Tlatelolco se volvió un anexo más de Tenochtitlan.
Pero en la Chilangolandia de ahora seguimos en la Guerrero, caminando por Sol hasta llegar a Héroes, otro lugar para retacarnos (¡¿por qué, por qué?!): Los Machetes de Amparito, un clásico de la comida guerrerense (de la Guerrero, no os confundáis). Quesadillones de 70 centímetros a los que les puedes poner hasta 10 guisados diferentes.
Ya sé que con tanta tragadera no podemos ni movernos, pero venga, agarremos por Luna hacia la izquierda para dejar la Guerrero y volver a Buenavista. De Luna a Estrella y de Estrella a Saturno, y con estas coordenadas espaciales, si es que es sábado, nos encontraremos con el viejo, punketo, dark, rocker, adolescente, ruco, querido Tianguis del Chopo, donde la banda se junta para cambiar discos y libros, y para comprar música, piercings, playeras. El edificio de la Biblioteca Vasconcelos, al lado, haciéndonos sombra. Caminamos junto a él para salir al Eje 1 y de ahí a Insurgentes, para caminar por más de un kilómetro y bajar las tlayudas, las tortas, los machetes y llegar a la San Simón Tolnahuac.
La San Simón, aquella bonita colonia que El Tri incluyó en su rola del Metro Balderas: “Oye, chofer, llévame adonde quieras, llévame a la Villa o a la San Simón”. Esta colonia se siente vieja, familiar: hay naves abandonadas y casitas de varias décadas, y el parque La Ballenita, que tiene los cetáceos más tristes de la ciudad de lo que fue el pasado mexica. Vámonos por la ancha calzada que atraviesa la colonia hasta sacarnos a Vallejo, para de ahí meternos a una de las partes más densas de este recorrido, la Ex Hipódromo de Peralvillo, pero especialmente a la Calzada de La Ronda.
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La Ronda tiene una belleza extraña. Montañas de autopartes: salpicaderas, espejos y calaveras ordenadas unas sobre otras, llenando los techos de los edificios, colándose por las ventanas; muros derruidos, paredes descarapeladas y el color que imprime en nuestros cuerpos una emoción: el miedo a que en cualquier momento algún compa malilla nos apañe.
La Ronda termina en la Calzada de los Misterios, una de las viejas vías de la ciudad del pasado mexica de hace 500 años, que, así como actualmente lleva a la Basílica, antes conectaba con el pueblo de Tepeyacac, donde había (¡si no hay coincidencias!) un templo en el que se adoraba a Tonantzin, la madre de los dioses. La calzada también servía como dique para separar el agua dulce de la salada.
Cruzamos la calzada para agarrar Canal del Norte. Del lado del lago, la colonia Felipe Pescador; sobre tierra firme, la Colonia Morelos, o sea, Tepito. A unos cuantos metros está la calle más peligrosa del barrio bravo, donde se consigue de tocho morocho, y que llevaba el nombre de la vieja ciudad: Tenochtitlan.
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AZTACOALCO
De Canal del Norte sólo nos aventamos un pequeño cacho, porque unas tres calles más allá nos subimos a Avenida del Trabajo, que entra en otro de los viejos barrios, Atzacoalco (“lugar donde se detiene el agua”), el menos urbanizado, pero con más áreas verdes, de cultivos y de caza. Fue aquí donde el 13 de agosto de 1521 los españoles atraparon a Cuauhtémoc, concretándose la caída de Tenochtitlan. Dicen que el último tlatoani mexica huía en una canoa desde Tlatelolco cuando fue capturado entre los canales de este barrio bravo.
En la Avenida del Trabajo nos detenemos, primero, en la Casa Blanca, una de las vecindades más legendarias de este rumbo. Hace décadas vivió aquí una familia que el antropólogo neoyorquino Oscar Lewis retrató en su libro Los hijos de Sánchez, donde, a manera de novela, contaba en primera persona la vida cotidiana de estos habitantes de la vecindad. Apenas adelantito, pegada a la orilla pero ya sobre el lago, en la calle Alfarería, el Altar de la Santa Muerte, el adoratorio más grande de la Niña Blanca, donde los devotos se reúnen a adorarla. Al final de la avenida está el Gimnasio Gloria, donde se formaron montones de leyendas del box. Ahí nomás: Kid Azteca, Ultiminio Ramos, Ratón Macías, Carlos Zárate, Rubén Olivares.
¿Cómo vas? ¿Te sientes chido o te empiezan a latir las plantas de los pies? Ya llevamos 13 kilómetros, casi dos terceras partes del recorrido.
ZOQUIAPAN
Al llegar a Congreso de la Unión entramos a una colonia nueva, la Centro Norte, y al último barrio del pasado mexica por recorrer. Es el más antiguo de los cuatro barrios fundacionales: Zoquiapan, como le dicen algunos, o Teopan (“sobre el templo”). Aquí se establecieron los primeros chilangos de esta ciudad. Aquí estaba el nopal sobre el que en 1325 los inmigrantes aztlanianos vieron posarse al águila (en lo que hoy es la Plaza La Aguilita, según dicen).
Después de caminar varias calles con el ruido del lago yendo y viniendo a nuestra izquierda, y con el rumor del metro aéreo que nos acompaña por toda la avenida, llegamos a la antigua garita de San Lázaro, construcción de la que ahora sólo vemos unos arcos, viejísimos y derruidos (refugio para la banda en situación de calle), pero donde antes estaban el embarcadero a Texcoco y el albarradón de Ahuizotl del pasado mexica; un dique hecho con troncos y barro que controlaba el agua del lago para evitar inundaciones. En este mismo lugar fue donde Cortés construyó las atarazanas, estructuras que resguardaban los bergantines de su ejército durante el sitio a Tenochtitlan. Ya bajo el dominio español, la garita sirvió como aduana portuaria para regular el paso del comercio que, a través de los canales que aún en la época colonial cruzaban la ciudad, fluía en trajineras con diferentes productos.
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Caminemos sobre Congreso de la Unión unos dos kilómetros más, pasando junto a la colonia más viejita, corazón de Teopan, la meritita Merced. El mercado, a una calle de esta orilla, late con mercancías que han hecho de este lugar una zona comercial desde hace 500 años. Todo este trecho hasta llegar a Yunque, donde doblaremos a la derecha, nos lo aventamos contemplando los murales de héroes deportivos y héroes de las historias que decoran la parte baja de la estructura sobre la que cruza el gusano naranja, de aquí para allá, de aquí para allá, como las olas.
Al entrar a Yunque ya estamos en la colonia Aarón Sáenz, que tiene un parque pequeñito, el del Obrero, que contiene un mini parque acuático que, a pesar de su tamaño, está muy bien equipado con un barco pirata y fuentes para que los niños suban a él y echen relajo en el agua.
¿Cómo vas de hambre? Ya hace mucho que no hacemos ninguna parada, así que echémonos un taco del puesto El Amigo, en la esquina de Yunque con Torno. ¡Están rifados! Puedes pedir de birria, bistec, pechuga de pollo, y acompañarlos con unas aguas o licuados de a litro.
Sobre Yunque seguimos hasta cruzar la Calzada de la Viga. En la ciudad del pasado mexica era un cauce natural que llegaba, pasando por la Acequia Real y la Acequia de la Merced, hasta el mismísimo Templo Mayor.
Unos 700 metros más sobre Villaurrutia y luego Ramón Aldana nos sacan al extremo suroeste de la isla y a Calzada de Tlalpan, la que antes fuera una de las primeras calzadas del pasado mexica, y la más importante: la de Ixtapalapa, construida hacia 1432, por donde ahora navegan los coches en dos sentidos. Antes era un camino de arcilla y tierra y pilotes de madera que conectaba el extremo sur de la isla con Iztapalapa, Huipulco, Coyoacán y Tlalpan. Dicen que medía 20 metros a lo ancho y que en medio, como ahora el metro, la atravesaba un acueducto que llevaba agua dulce a la ciudad. Por aquí mismo entró el ejército de conquistadores en 1519.
Sobre el afluente de tráfico que se dirige al Centro caminamos hasta salir de Zoquiapan y entrar al barrio donde empezamos el recorrido: Moyotlan. O sea que sí, ya casi casi llegamos a nuestro destino. Ya sé que sientes el cansancio, pero vale la pena, porque en la frontera con Moyotlan nos topamos con el nuevo skate park. Les recomiendo subirse al puente que atraviesa Tlalpan: es sabroso contemplar desde ahí a la pandilla de skaters rifársela sobre ruedas, y si volteamos hacia el Centro, imaginar a Hernán Cortés maravillado, porque desde aquí se veía el Templo Mayor del pasado mexica. Si arrastramos la mirada un poco más para acá, veremos en el Metro Pino Suárez (bajo él, el Templo de Ehécatl-Quetzalcóatl que descubrieron en las obras de la Línea 2, en la década de los 60). También desde aquí vemos la Plaza Tlaxcoaque, un lugar grande, bonito, lleno de árboles, con una fuente para que los chamacos se mojen, una iglesia y una buena vista al edificio Juana de Arco, que tiene unos murales de temática prehispánica muy impresionantes.
Bajando el puente caminamos por la calle Chimalpopoca, llamada así en honor al tercer tlatoani del pasado mexica. Atravesamos la colonia Obrera, cruzamos el Eje Central y llegamos a la colonia Doctores para aventamos el último tramo del recorrido y llegar hasta el Metro Balderas. Si aún te queda energía crúzate la calle y cáele al Parque Tolsa, junto a la Biblioteca México, que los sábados se colorea por un bonito tianguis de figuras de acción, muñecas y muchos hot wheels. Si no, de plano ignórame y síguete por Avenida Chapultepec y, si acaso quieres un punto de interés más, desde la esquina con Rafael Lucio asómate hacia adentro de la isla para ver la Arena México. Si no, crúzate del otro lado de la avenida y camina, caminemos, al Metro Cuauhtémoc. ¡Venga!, ya son los últimos metros para llegar al punto donde empezamos esta caminata de casi 22 kilómetros por la orilla de la ciudad que hace 500 años se llamaba Tenochtitlan y que hoy es la Ciudad de México o, simplemente, Chilangolandia.