Hay quienes dicen que los cementerios son lugares malditos y aterradores, donde solo cabe dolor y sufrimiento, pero lo cierto es que sin estos espacios mortuorios, no se podría entender la cultura mexicana, sobre todo el Día de Muertos, fecha en la que –irónicamente– los mexicanos celebramos a la muerte. Chilango se adentró en estos camposantos para entender qué sucede en los panteones en CDMX.
Por: Andrés Rangel
Solo tenía 10 años cuando enterró al primer cuerpo. Medio siglo después, Jesús Vázquez no puede concebir la vida fuera del Panteón Sanctórum, donde trabaja de las 8:00 de la mañana hasta las 6:00 de la tarde, cavando fosas y enterrando hasta cuatro ataúdes al día, bajo la mirada de gente que se deshace entre gemidos, lágrimas y oraciones, que desea sepultar su dolor junto con los montones de tierra que la pala arroja.
Aunque nunca ha visto a un fantasma o algo parecido, Jesús asegura que tampoco anda solo, pues en ese cementerio, en el que trabaja de lunes a domingo para ganarse mil 200 pesos quincenales, descansan sus padres y sus abuelos, “los culpables de que yo me dedicara a esto —confiesa— y dos de mis hijos, a quienes yo mismo enterré”.
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El Sanctórum es uno de los 118 panteones en CDMX, de los cuales 14 son concesionados y 104 públicos. De estos últimos, 83 son vecinales o comunitarios, cinco son civiles generales, 14 civiles delegacionales o directamente administrados por las alcaldías, y 2 más son históricos: el de Tepeyac, ubicado a un lado de la Basílica de Guadalupe, en la Gustavo A. Madero, y el de San Fernando, el único panteón de la alcaldía Cuauhtémoc.
Los panteones en CDMX suman aproximadamente un millón 400 mil fosas; pero, de estas solo quedan 68 mil 696 disponibles: 4 mil 375 en los concesionados, y 64 mil 321 en los públicos, explica el director general Jurídico y de Estudios Legislativos de la Consejería Jurídica de la Ciudad de México, Juan Romero Tenorio.
Las alcaldías que ya no tienen fosas disponibles en sus cementerios públicos son: Álvaro Obregón, Venustiano Carranza, Cuauhtémoc y Miguel Hidalgo. Le siguen Benito Juárez, con 1; Iztacalco, con 9; Gustavo A. Madero. con 87; Azcapotzalco, con 122; Coyoacán, con 223, y Magdalena Contreras, con 257.
Mientras que las alcaldías con más espacio son: Iztapalapa, con 23 mil 280 fosas disponibles; Xochimilco, con 19 mil 632; Tláhuac, con 13 mil 101; Cuajimalpa, con 5 mil 41, y Milpa Alta, con 2 mil 471.
Debido a la demanda de fosas en panteones en CDMX, los enterradores no solo sepultan sino también exhuman los ataúdes luego de siete años, periodo que dura el permiso temporal, establecido en el artículo 48 del Reglamento de Cementerios del Distrito Federal, publicado en la Gaceta Oficial el 28 de diciembre de 1984.
Por eso, en cuanto les avisan que llegará un cadaver nuevo al Panteón Sanctórum, Jesús y sus compañeros deben buscar las tumbas antiguas y abandonadas para realizar el proceso de exhumación y, posteriormente, acondicionar el espacio para el nuevo ataúd.
Los cadáveres exhumados son enviados a la fosa común, en el Panteón Civil de Dolores, mientras que los ataúdes se deshacen y son reciclados, “aunque la mayoría de los restos de metal tienen tanto tiempo que se quiebran fácilmente o se hacen tierra”, explica uno de los trabajadores, quien descompone entre ocho y 12 cajas cada dos semanas. “Doce cajas son aproximadamente 300 kilos”, calcula y agrega que por ello le pagan 1.50 pesos por cada kilo de ese fierro.
El respeto por la perpetuidad en los panteones en CDMX
Las tumbas más respetadas en todos los panteones en CDMX son aquellas que tienen escrito “perpetuidad” en sus cruces o lápidas, lo que las hace intocables para los trabajadores como Jesús, que no las pueden intervenir a menos que hayan estado abandonadas más de 20 años.
Desde 1857 hasta 1975, las fosas de los panteones de la Ciudad de México se vendieron con Títulos de Perpetuidad, lo que significa que los restos que guardan no pueden ser exhumados; sin embargo, fue hasta el último cuarto del siglo XX, cuando la Ley de Hacienda del entonces Departamento del Distrito Federal estableció que a partir de ese entonces ya no se entregarían más “perpetuidades”, sino únicamente se otorgarían títulos de temporalidad.
Estos nuevos documentos tienen una duración de siete años, y se pueden solicitar prórrogas por siete o 14 años más, hasta acumular 21 años, según lo dispuesto en la misma ley, apoyada por el Reglamento de Cementerios del Distrito Federal (1984), y más recientemente en el Acuerdo por el que se expide el Programa de Regularización de Títulos de Fosas a Perpetuidad en Cementerios Públicos, publicado en la Gaceta Oficial el 6 de diciembre de 2004.
Esta disposición legal ha aminorado la saturación en los panteones en CDMX; no obstante, de acuerdo con información brindada por funerarias privadas, solo 30% de los cuerpos terminan en una inhumación (entierro), mientras que el resto son cremados.
Según estadísticas del Inegi sobre mortalidad, en 2017 se registraron 61 mil 984 defunciones en la Ciudad de México, menos de 10% del total en México: 703 mil 047; sin embargo, la Consejería Jurídica local desconoce el número de muertos que se entierran anualmente en cada uno de los panteones en CDMX, debido a que esta información solo la reportan ante las alcaldías cuando éstas lo solicitan.
En 2016, la Comisión de Gobierno de la entonces Asamblea Legislativa del Distrito Federal dio a conocer que se realizaban cerca de 30 mil entierros al año en los 118 panteones en CDMX.
Asimismo, al ser propiedades, algunas personas optan por vender sus títulos de perpetuidad y hasta los ofrecen en Internet, en plataformas como Mercado Libre, donde oscilan entre los 100 mil y 200 mil pesos.
Hasta en los panteones hay clases
De acuerdo con el artículo 115 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, el gobierno, a través de los municipios, debe garantizar el derecho de ser enterrado en un cementerio, en tanto que es un servicio público; no obstante, el costo de cada fosa es indeterminado y depende de cada panteón. En los públicos, se cubre un pago simbólico correspondiente a la “Cuota de Recuperación”, la cual no está regulada y es determinada por cada alcaldía.
Actualmente, las fosas más baratas son las del Panteón Civil de San Lorenzo Tezonco, en Iztapalapa, donde cuestan 79 pesos, aunque, de acuerdo con visitantes de ese cementerio, la administración del lugar llega a cobrar hasta nueve mil pesos por un espacio. En contraste, las fosas más caras son las de los panteones concesionados, donde se ofertan desde 15 mil pesos y se elevan de acuerdo con el servicio funerario que se haya contratado.
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Con sus 240 hectáreas y 600 mil fosas, el Panteón Civil de Dolores, al poniente de la CDMX, es el más grande de América Latina y es el único de los panteones en CDMX que cuenta con una fosa común, de acuerdo con el director general Jurídico y de Estudios Legislativos de la Consejería Jurídica de la Ciudad de México, Juan Romero Tenorio.
Además, aunque la Consejería Jurídica de la Ciudad de México solo tiene registrada la fosa común del Panteón Civil de Dolores, en otros panteones como el de San Lorenzo Tezonco también hay restos sin identidad. De acuerdo con el Instituto de Ciencias Forenses capitalino (Incifo) cada año se registran 850 cuerpos sin reconocer, en promedio.
Por si fuera poco, el de Dolores y el Sanctórum concentran cerca de la mitad del total de criptas que hay en la capital del país, al sumar 660 mil espacios de los 1.4 millones disponibles.
Robo de osamentas y mitos de los pantones en CDMX
Los cementerios son protagonistas de un sinfín de mitos entre los chilangos, porque, seamos sinceros, quién nunca presumió que su primaria había sido antes un panteón. Y es que a veces, en ese afán de asustarnos, nos dejamos llevar por rumores.
Un ejemplo es el caso de Carlos Trejo (sí, ese Carlos Trejo) quien, allá por 2009, supuestamente encontró veladores negras y gallinas muertas en una de las tumbas del Panteón Sanctórum, hechos que atribuyó a un caso de magia negra; sin embargo, el personal de vigilancia que estuvo en aquella ocasión confesó, entre carcajadas, que todo lo sucedido aquella noche fue falso: “Llegaron en motos y camionetas, ya con las cosas listas para filmar”, dijeron.
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Pero esa no es la única leyenda urbana del Sanctórum, ya que se dice que la nieta de un trabajador se perdió mientras éste reparaba una cripta. Al darse cuenta, le pidió ayuda a sus compañeros para que lo ayudaran a buscarla hasta que la encontraron ahogada en uno de los pozos. Desde entonces, muchos visitantes aseguran que la han visto correr, pero los trabajadores se muestran escépticos, pues ni siquiera la han escuchado.
A pesar de que hay vigilancia continuamente, los trabajadores de los panteones en CDMX encuentran evidencia de desentierros ilegales. “Los restos áridos, también conocidos como osamentas, se venden bien en el mercado negro. Yo nunca he vendido, pero otros compañeros me han contado que los llevan al Mercado Sonora para que se los vendan a los que hacen santería o magia negra”, comenta el velador de un panteón en Iztapalapa, quien pidió el anonimato por miedo a que lo ubiquen y lo golpeen por “hablador”.
La compra-venta de osamentas exhumadas es una actividad muy común en las escuelas de medicina, incluyendo los planteles de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en los que les exigen hasta esqueletos completos. Emmanuel, egresado de la Facultad de Estudios Superiores Zaragoza, confesó a Chilango que los profesores obligan a los alumnos a conseguir los huesos, aunque corran el riesgo de ser detenidos, pues “es una tradición entre los médicos y ayuda a entender mejor el sistema óseo”, explica.
Cuando Emmanuel era estudiante compró al menos dos cráneos en 900 pesos cada uno, y un peroné en 300. El trato fue directo con los veladores de un panteón en Iztapalapa. “Esa vez fui con varios amigos, por seguridad, y para poder regatear el precio, pues nos habían dicho que sí estaban caros. Cada quien llevábamos como 3 mil pesos”, recuerda.
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La sanción por robo de osamentas va de tres días a dos años en prisión, o de 30 a 90 días de multa, de acuerdo con el artículo 280 del Código Penal Federal.
Los cementerios también resguardan historia
La historia de los panteones en México se remonta al siglo XVIII, cuando el rey Carlos III de España ordenó que los muertos ya no se enterraran en las iglesias o en los templos, como era costumbre, sino en campos mortuorios o camposantos, lejos de las ciudades. Fue así como, años más tarde de haberse emitido esta Cédula Real, el virrey Revillagigedo ordenó la construcción de cementerios en Puebla y en Veracruz.
Pero fue hasta la segunda mitad del siglo XIX, en 1857, cuando se formalizaron los panteones improvisados en la Ciudad de México, bajo la “Ley para el Establecimiento y Uso de los Cementerios”, durante el mandato del entonces presidente Ignacio Comonfort.
Esta ley, que pareciera un solo trámite de sanidad para evitar la propagación de bacterias contaminantes, significó un triunfo de los liberales, ya que se le quitó el monopolio a la Iglesia Católica, la cual se había encargado de enterrar y registrar a los muertos desde la Conquista, y entregárselo a la iniciativa privada mediante concesiones. Esta ley, fue una de las reformas implementadas en la Constitución Política Mexicana de 1857.
El Panteón de Tepeyac es considerado el más antiguo de la Ciudad de México, pues sus primeras lápidas se colocaron en 1660, pero se concibió como cementerio hasta 1865. Sin embargo, en él solo se enterraron políticos, militares y aristócratas mexicanos, como el 11 veces presidente Antonio López de Santa Anna, en 1876, y la primera esposa de Porfirio Díaz, Delfina Ortega, en 1880.
El otro panteón histórico es el de San Fernando, donde actualmente descansan los restos de Benito Juárez, Vicente Guerrero, Ignacio Zaragoza, entre muchos otros. Asimismo, el Monumento a la Revolución no es considerado panteón, pero contiene los restos de: Venustiano Carranza, Francisco I. Madero, Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas y Francisco Villa.
Y aunque el Panteón Jardín no es considerado histórico, también es famoso por los ídolos mexicanos que descansan en él: Pedro Infante, Remedios Varo, Jorge Negrete, Germán Valdés “Tin Tan”, Javier Solís, Francisco “El Charro” Avitia, Esperanza Iris, Joaquín Pardavé, Fanny Cano, Pedro Armendáriz, los hermanos Soler, y muchos otros.
No obstante, el cementerio más importante en la Ciudad de México es el Panteón de Dolores, pues es considerado el primer panteón civil que recibió no solo a la aristocracia sino a la gente común. Además, fue el tercer cementerio concesionado, después del Panteón General de la Piedad (1871) y del Panteón Francés de la Piedad (1872).
De acuerdo con la arquitecta e investigadora de la UNAM, Ethel Herrera Moreno, el Panteón Civil de Dolores se fundó el 13 de septiembre de 1875, con el entierro del general Domingo Gayosso. Aunque se desconoce si tenía alguna relación con Eusebio Gayosso, quien fundó la reconocida empresa funeraria ese mismo año, tras la carencia de servicios velatorios durante la muerte de su madre.
Fue hasta el siglo XX cuando se construyó la mayoría de los panteones en CDMX, principalmente los 83 cementerios vecinales o comunitarios, para satisfacer la demanda que surgió conforme aumentó la población en la capital. La administración de estos campos se le concedió a los barrios y comunidades aledañas, quien hasta la actualidad son responsables de su gestión.
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Jesús Vázquez, el enterrador, relata que durante estos 50 años que lleva trabajando en uno de los panteones en CDMX ha visto cómo las costumbres han ido cambiando: “Ya casi nadie da propinas. Es común encontrarte a jóvenes bebiendo alcohol. Antes la gente hasta venía de traje, muy elegante. Ahora ya no. Las ofrendas cada vez son más austeras y ya casi no contratan músicos”.
“Yo soy la última persona de mi familia que se dedica a esto. Todos habían trabajado aquí desde 1945, pero por la situación económica mis hijos tuvieron que buscar otras actividades. Espero jubilarme aquí porque ya no tengo a dónde más ir”, concluye Jesús, antes de despedirse para seguir caminando entre los muertos.
***Este trabajo es parte de un proyecto de colaboración entre Chilango y Yahoo en Español.