Las clases de la clase alta
En la Ciudad de México basta con que los integrantes de un hogar ganen, cada uno, 22,700 pesos al mes para ser parte del 10% más rico.
Por: Colaborador
*ESTE REPORTAJE FORMA PARTE DEL ESTUDIO ROSTROS DE LA DESIGUALDAD, REALIZADO POR CHILANGO EN COLABORACIÓN CON OXFAM MÉXICO, PERIODISMOCIDE Y KING’S COLLEGE LONDRES.
En la Ciudad de México basta con que los integrantes de un hogar ganen, cada uno, 22,700 pesos al mes para ser parte del 10% más rico. Un sector que viaja al extranjero, tiene educación y atención médica privada y puede elegir ser vegano o hacer yoga. Pero la mayor brecha en ingresos también se encuentra entre ellos: solo el 1% más rico gana más de 65,599 pesos mensuales. Este es un retrato de un sector de la población que obsesiona a muchos y del que sabemos poco.
Por: Ana Paula Tovar
El must de la exclusividad
Hace unas semanas, Andrea Cela, una traductora de 36 años, le preguntó a sus amigas a través de WhatsApp si alguna de ellas pertenecía al grupo secreto Lady Multitask, una plataforma digital en la que las usuarias pueden vender una casa, hacer el contacto indicado para un negocio o hasta encontrar un perro de raza en cuestión de minutos. Después del terremoto del 19 de septiembre, su moderno departamento, en la colonia Roma, se agrietó y la tablarroca entre las habitaciones se partió en dos, por lo que su inquilina salió corriendo. Andrea arregló los daños y decidió venderlo, pero no conseguía comprador. Había escuchado que si lo ofertaba en Lady Multitask seguramente podría lograrlo. Pero para entrar a este grupo, cuyo eslogan es “las amigas de mis amigas son mis amigas”, tenía que mandar una solicitud, tener al menos 10 amigas afiliadas y esperar aprobación. Ninguna de sus amigas estaba en el grupo.
En 2016, las hermanas María del Pilar y Mercedes Palomar junto con Ana y Cecilia Piñeiro crearon Lady Multitask para empoderar a otras mujeres y apoyar el mercado local al compartir información, consejos y proyectos. Tienen una fanpage de Facebook y grupos privados administrados por una city manager. El primero se formó en San Luis Potosí. En solo dos años, las fundadoras han tejido una red de más de 350 mil mujeres, conocidas como multitaskers, que ofertan o demandan algo en 42 ciudades de cinco países. Pero no cualquiera entra. Ser parte de Lady Multitask es acceder a una élite que se ayuda entre ella y que tiene más posibilidades de cumplir lo que se proponga.
Andrea Cela finalmente entró al grupo secreto de Lady Multitask, gracias a otra amiga cercana, pero pide que no se use su nombre real en este reportaje por miedo a que la expulsen.
“¿Por qué esa parte tan misteriosa de no dejar entrar a algunas mujeres?”, “¿tendrán alguna otra razón para hacer este grupo tan ‘selectivo’ y no aceptarme?”, “cada día ponen mayor número de requisitos, quedan en comunicarse a la brevedad y nada ocurre”, son algunos de los mensajes que llegan a su fanpage. Las multitaskers contestan con cordialidad e invitan a seguir intentándolo.
En un video de su fanpage dicen que su proyecto “lucha contra los estereotipos”. Al mismo tiempo, sus creadoras representan a una mujer muy específica: de clase alta, casada, con hijos, guapa, bien vestida, maquillada, esbelta y rubia. Muchas de sus fotos en Instagram son rosadas. Su logotipo y eslogan incluyen un corazón. Una de sus reglas es dirigirse a las demás usuarias como ladies. “Son chavas que viven vidas a las que no tenemos acceso, son amas de casa que encontraron una fuga”, considera Diana Toledo, una empresaria de Monterrey, que es parte del grupo secreto, en el cual vendió una computadora vieja.
La mujer multitask es capaz de hacer muchas cosas a la vez, eso sí, siempre en tacones y muy bien peinada. Su nuevo producto es la Lady Membership, una membresía anual —cuesta entre 12 y 48 mil pesos anuales (y se puede pagar en mensualidades)— que, dependiendo el precio, sirve para conectar a todas las integrantes de los grupos, darles descuentos en algunos productos de otras multitaskers, asesoría empresarial y acceso preferencial a eventos. “La membresía, además de abrir puertas, es una llave que te dará exclusividad”, explican en su sitio web.
Para este reportaje intentamos contactar a sus creadoras para entender qué hay detrás de la exclusividad y de esta plataforma colaborativa. En un principio dijeron que sí. Al explicarles que se trataba de una investigación sobre la clase alta, parte de un proyecto sobre desigualdad en la ciudad para Chilango, no hubo más respuesta. Como las chicas que quieren entrar a los grupos secretos, nuestra solicitud tampoco fue atendida.
Ricos desiguales
Esa puerta de acceso restringido parece ser un imán para muchos. Se agolpan afuera del República, en Masaryk, aprenden a esquiar para ir una vez al año a Vail, pasean los domingos en Saks de Plaza Carso o consiguen entradas VIP para asistir a Coachella. La exclusividad se ha convertido en un must.
Andrea Cela es parte de ese 10% que gana más de 22 mil 700 pesos al mes en la Ciudad de México, según la última Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), interpretada por Oxfam México. Aunque la cifra podría no parecer un pase a la exclusividad, quienes ganan esta cantidad tienen la posibilidad de viajar al extranjero, tener educación y atención médica privada y gozar una serie de privilegios mayores que el resto, como trabajar cerca de casa, salir de vacaciones o pagar la mensualidad de un gimnasio.
En la punta de la pirámide, sin embargo, hay varios grupos. La mayor brecha salarial se encuentra en este 10%, donde solo uno de cada 10 gana más de 65 mil 599 pesos al mes. Esto sin contar que las encuestas de ingresos no suelen captar las ganancias de los más ricos, por lo que resulta imposible saber hasta dónde llegan sus fortunas. En la encuesta, una persona reportó ganancias mensuales de 11.6 millones de pesos.
“No sabemos en realidad cuánto dinero tienen, no hay cifras certeras”, explica Gonzalo Hernández Licona, secretario ejecutivo del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). El 30% del 1% más adinerado del país, sin embargo, vive en la Ciudad de México.
Como parte de una investigación conjunta entre Chilango, Oxfam México, el Programa de Periodismo del Centro de Investigación y Docencia Económica (PeriodismoCIDE) y King’s College de Londres para entender la desigualdad en la Ciudad de México, entrevistamos a 10 familias del estrato social más alto. Pertenecer al decil 10 significa tener tarjeta de crédito, gastar en manicure y pedicure regularmente, descansar dos días a la semana, acudir a pilates, caminar al trabajo o hacerlo desde casa, saber nadar, tener hobbies, salir de la ciudad una vez al mes y del país varias veces al año, decidir ser vegano o hasta comprar juguetes para la mascota. Implica, también, dar por hecho que todos los servicios en el hogar funcionarán sin inconvenientes.
Pero en una ciudad obsesionada con series como Luis Miguel y La casa de las Flores, con decenas de revistas enfocadas en cómo vive la clase alta, donde cada año hay escándalos de ladies y lords y Netflix ha decidido distribuir Made in México —un reality show sobre nueve socialités mexicanos—, pocos toman en cuenta que ya es un privilegio vivir en colonias como Del Valle, Nápoles o el centro de Tlalpan.
Las clases del decil 10
Desde los balcones del departamento de Luis Eduardo Montaño se ven las copas de los árboles de Campos Elíseos, una de las calles más emblemáticas de Polanco por sus hoteles de lujo y embajadas. En este espacio se grabó una escena de la serie Luis Miguel. El Tío Tito, hermano de Luis Rey, está borracho, en bermudas, con la camisa abierta, tirado sobre el sofá de su sala, en el muro hay dos coloridas pinturas y detrás se ve una celosía dorada, icónica de la arquitectura de los años ochenta.
En el departamento, que a veces renta para locaciones de televisión, Montaño atesora una caja con libros del siglo XVII que pertenecieron a su bisabuelo, un masón que dejó en una buena situación económica a su abuela y a sus tíos. “De esos que creen que la vida les debe algo”, señala Montaño, un abogado de 31 años, que atiende casos de personas de bajos recursos. La riqueza de su familia es de las viejas “venidas a menos”, aclara, de las que llegan mermadas hasta la tercera generación debido a la división de bienes provocada por las herencias, el despilfarro, la comodidad o malas inversiones de los herederos.
Montaño, un joven delgado de cabello negro, no posee la fortuna que tuvo su familia, pero es su propio jefe, dueño de su tiempo y su departamento heredado funciona como su oficina. Cuando no está en los juzgados, juega Xbox con sus amigos o practica en su miniestudio de música.
La conclusión del sexenio de Luis Echeverría marcó el “final” de la alcurnia para algunos, refiere Guadalupe Loaeza en su libro Las niñas bien (1985), donde clasifica al país de aquella época en “Méxiquito y nacolandia”.
Alejandra Márquez, quien se considera “un ser híbrido, una niña bien, pero rebelde”, es la directora y guionista de la película Las niñas bien, que se estrenará en marzo de 2019. La historia se desarrolla durante el cambio de gobierno de Echeverría a De la Madrid, en 1982. Un momento en el cual, según Loaeza, el buen nombre comenzó a perder peso y la crisis generó ricos nuevos.
“Hay que tratar de entender los códigos por los que ellos viven, lo que pierden son cosas que tienen poco que ver con lo material”, dijo Márquez, que con esta película quiere alejarse del cliché del “pobre niño rico” retratado en la película Nosotros los nobles, de Gary Alazraki.
“Hoy los ricos son más diversos, su dinero tiene distintos orígenes. La élite en 1982 era un grupo que apreciaba más la cultura; estaban clavados con las viejas formas. Hoy persiste el dinero por el dinero”, sostiene Márquez, aunque considera que hay cosas resistentes al paso del tiempo, como el papel en apariencia secundario de las mujeres y el clasismo. “La intención de esta película es que la señora de las Lomas salga apenada al verse en el espejo y la de la Del Valle no quiera ser como la señora de las Lomas”.
Ámbar Lezama, de 29 años, es publicista, aunque estudió Biología. No se considera del 10% más privilegiado de la ciudad, aunque vive en un multifamiliar de lujo al que solo se puede acceder a través de un lector de huellas digitales. Todo lo que necesita está en el interior del residencial —ubicado en la colonia Xoco (Benito Juárez)—, que comparte con más de 300 familias: tienda de abarrotes, piscina, gimnasio, boliche, salón de juegos, bar y hasta una pista de hielo.
Lezama, quien no especificó cuánto gana, estudió en colegios privados y tuvo una adolescencia llena de dudas: “En la prepa sentía que no tenía lo que tenían mis compañeros, que debía pertenecer a ese grupo, donde eras perfecta, con cintura pequeña”. Es la diferencia entre ser rico riquísimo o simplemente rico.
Hoy sigue sin pertenecer a la punta de la pirámide, aunque cuenta que suele recibir trato preferencial por ser rubia y tener ascendencia española. Ya no tiene interés en escalar socialmente, su única preocupación es la salud de su hija, que está por nacer. Por eso, al más mínimo padecimiento acude rápidamente al médico. “No me parece justo el precio, hoy pagué 2,500 pesos porque tenía un dolor en la barriga, y el sábado tengo consulta y son 2,500 pesos más”, se queja.
El origen del “Mirreynato”
En 2010, José Ceballos y Sergio Escamilla fueron al Palacio de los Deportes a ver a Arcade Fire. Salieron del concierto pensando en un tipo de asistentes que les parecían muy particulares: jóvenes vestidos igual —con camisas rosadas— que tenían como plan nocturno asistir a un concierto y de ahí irse a tomar cubas al Love o el High de las Lomas, dos de los antros más famosos de la época.
Siguieron dándole vueltas al asunto hasta que nació Mirrreybook, como una broma en una noche de chelas, en la que decidieron hacer un blog protagonizado por esos jóvenes que les llamaban tanto la atención. “Me robé 20 fotos de what2night.com, las subimos a un tumblr y les pusimos los copies“, cuenta José Ceballos.
En el inconsciente colectivo actual, la fortuna está representada por los “mirreyes”, una generación nacida de la globalización, hijos de familias que hicieron su fortuna durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari con la venta de empresas públicas. “Qué bueno que haya gente muy rica en México, a todo dar, pero que no sean las mismas familias siempre”, dice Hernández Licona. Cuatro de las personas más acaudaladas de México lo son a raíz de las privatizaciones: Carlos Slim compró Telmex, Germán Larrea Grupo México, Ricardo Salinas Pliego los canales 7 y 13 de Imevisión, y Alberto Bailleres Grupo Bal.
“(El ‘mirreinato’) es la etapa superior del alemanismo, cruzada por la sofisticación mexiquense, la ambición política del salinismo, la ingenuidad del foxismo y la soberbia moral del calderonismo”, señala Ricardo Raphael en su libro Mirreynato, la otra desigualdad (2014).
Ceballos y Escamilla jamás se imaginaron el éxito de Mirrreybook. Tenían dos tipos de seguidores: los que, como ellos, se burlaban de los “mirreyes”; y los mirreyes mismos, quienes creían que era un honor aparecer en la página. “Nuestro objetivo era burlarnos de ellos, estaba muy cabrón la camisa abierta hasta el cuarto botón, el rosario y la botella de champán. Pensamos que la gente pensaba lo mismo que nosotros”, sostiene Ceballos.
Tras casi dos años de convertirse en el aparador de los excesos de los jóvenes de la élite mexicana y en una fuente inagotable de slang —lobuki, buchona, papalord—, Ceballos y Escamilla decidieron dejar de alimentar la página y el ego de algunos. Se apagó Mirrreybook junto con su leyenda: “Mi más sincero homenaje para esta tribu urbana”.
El velo de los privilegiados
Aidé Ruiz mira los grandes ventanales de su casa en Bosques de las Lomas llenos de polvo por las obras de los albañiles. Hace menos de un año que la compró y desde entonces ha modernizado los baños, puesto duela nueva, cambiado la cocina y construido un horno para pizzas en la terraza.
“De niña vivía en una casa normal, en mi matrimonio todo ha sido mejor, no he pasado dificultades”, dice mientras le da un trago a su café americano con leche en polvo. Minutos después, un mensajero toca a su puerta: trae víveres que llenan por completo su refrigerador.
Ruiz, de 36 años, es voluntaria de clases de lectura. Cree que “quien nace pobre, muere pobre”, aunque le parece injusto. Ella nació en una familia de empresarios, asistió a escuelas privadas de prestigio y se casó muy joven con otro joven empresario. Tuvo la suerte de la que habla: “Crecer en una familia que te mande a una buena universidad donde conozcas contactos que te ayuden”.
Aunque Ruiz habla desde su percepción, los datos la respaldan. Según el Módulo de Movilidad Social Intergeneracional (MMSI) de Inegi, dado a conocer el año pasado, el ascenso social de una persona puede depender de sus contactos, su color de piel, así como los puestos y nivel educativo que tuvieron sus padres. Una de cada dos personas que ocupaban puestos como funcionarios, directores, jefes, profesionistas o técnicos, sus padres habían tenido un trabajo del mismo nivel. Cuando ambos padres aportaban dinero a la casa, un 47% de la gente alcanzó nivel educativo medio y superior. Mientras más oscuro era el tono de piel de los entrevistados, estos ocupaban puestos más bajos.
“Cuando la sociedad mexicana ve que alguien diferente quiere participar (de la riqueza), básicamente hay un rechazo y un estigma evidente. Si un indígena va a Starbucks o si quisiera ser presidente, la gente lo ve mal”, opina Hernández Licona, de Coneval, quien considera que la puerta es más estrecha según el origen de las personas.
Sin importar dónde vivían o en qué trabajaban, la mayor parte de los entrevistados para este reportaje mencionaron a Carlos Slim en algún punto de la conversación como un ideal de fortuna. Algunos se veían a sí mismos como poco privilegiados o en un nivel medio inferior que sus padres, a pesar de pertenecer al estrato social más alto.
Es el caso de Abelardo Chávez, un abogado que cuando tenía 36 años fundó Rieles Miguelito, una fábrica de dulces, en Morelia, con el apoyo de su papá. “Fabricaba el rielito (como el pulparindo), serpentina y el chamoy”, a la par comenzó a tener puestos públicos en el gobierno de ese estado. Invirtió mucho dinero en una campaña política y tuvo que vender la fábrica por deudas. “Mi carrera política me empobreció, no al revés”.
Ese descalabro le enseñó que la riqueza puede ser una montaña rusa. “De estar bien, en Mercedes (Benz) pasé a un transporte público”, cuenta este hombre de 54 años, divorciado, quien cuida a dos de sus cuatro hijos. Desde entonces ha buscado la forma de recuperarse de su descalabro económico. En el pasado incursionó en la industria farmacéutica, comercializando anticépticos, luego entró en el negocio de los bienes raíces, durante los tres años que vivió en La Paz, Baja California, antes de venir a la capital en 2014. Ahora es parte de un despacho de derecho fiscal, ubicado en la colonia Cuauhtémoc, a casi dos horas de su domicilio.
Después de muchas mudanzas, hace cuatro años se instaló en la Ciudad de México, en la colonia Nueva Oriental Coapa. Chávez no se considera privilegiado como sus padres, aunque sigue siendo parte del 10% más rico de la ciudad. Vive en una pequeña privada con otras dos casas, la suya es de tres plantas. La cochera ocupa el primer piso y junto a los dos autos tiene una mesa de ping pong. “Ayer hubo fiesta, mis hijos siempre se reúnen aquí con sus amigos”, dice Chávez, quien espera pronto volver a ser su propio jefe. Aunque tiene fe en que esta vez sí dará en el clavo, como Aidé Ruiz, también cree que “en este país, quien nace pobre, casi siempre muere pobre”.