Originario del barrio de Tacubaya, el boxeador Daniel Zaragoza conquistó cuatro veces el cinturón de campeón del mundo. En este perfil, incluido en el cuarto fascículo de la colección A puño limpio: la gran historia del boxeo publicada por Editorial Almadía, Ediciones Proceso y Producciones El Salario del Miedo, el periodista Alejandro Toledo recrea la historia de Zaragoza, todas las veces que le robaron la corona, las batallas cuando terminó bañado en sangre, sus grandes derrotas y, por supuesto, la tenacidad que lo llevó a ser una leyenda y protagonizar varios encuentros que marcaron la historia de este deporte.
—¿De veras querías ser futbolista?
La pregunta era para Daniel Zaragoza, entonces campeón de peso supergallo por el Consejo Mundial de Boxeo.
—Sí, era mi ilusión de niño. También quería representar a México en los Juegos Olímpicos, en cualquier deporte. Lo que se me dio finalmente fue el boxeo. Esa idea de estar en una Olimpiada me vino por mi hermano Agustín, que participó en los Juegos de 1968 cuando yo tenía once años. Agustín ganó una medalla de bronce.
El boxeo era además una tradición en la familia Zaragoza, «desde mi padre, que fue peleador profesional, y mis cinco hermanos». Cuenta: «Fui el último en meterme al boxeo, aunque no soy el menor. Mi padre y yo fuimos los únicos profesionales en la familia. Mi padre se llama Agustín Zaragoza; se le conocía como Zurita II. Hizo cuatrocientas y tantas peleas pues en ese entonces se peleaba hasta tres veces por semana. De él nació en todos los hijos la idea de entrar al boxeo. Yo, es cierto, primero intenté ser futbolista. Admiraba a Zague, Arlindo, Vavá, que eran jugadores titulares en el América. Desde entonces soy americanista. Estuve en la selección de mi secundaria y quedamos campeones del Distrito Federal. Seguí luego en el equipo de la preparatoria. Me desenvolvía en el medio campo».
Para que en casa lo dejaran de molestar entró a su primer campeonato de boxeo, Los Guantes de Oro. Dijo en la familia que no tenía miedo de ser boxeador, sólo que no le llamaba la atención. Prometió al padre:
—Voy a entrar a Los Guantes de Oro y quedaré campeón. Después sigo en el futbol, en lo que me gusta.
Entró a esa competencia y quedó en tercer lugar. Esto en 1977. En lo que se preparaba para los Guantes de Oro hizo algunas peleas y se convirtió en campeón nacional… Es hora de que no puede salir del boxeo.
—¿Era tanta la presión familiar?
—Sí, definitivamente era mucha. En casa se estudiaba, se boxeaba o se trabajaba.
Al llegar Daniel a los 19 años su madre le dijo:
—Estudias, trabajas o te haces boxeador.
Esa fue la condición que le pusieron para seguir en la casa paterna sin tener problemas.
—¿Rechazabas el boxeo?
—Desde que tengo uso de razón me veo con guantes. Boxeaba diario con mis hermanos, con los amigos en la calle. Siempre estaba con guantes: como el boxeo era algo que tenía en casa, quizá por eso no me gustaba.
—Finalmente el boxeo te atrapó.
—Sí. Yo era un peleador muy fuerte. En esa época realmente no me preparaba, no me cuidaba. Subía al ring con los conocimientos adquiridos en la infancia, lo que era más que suficiente para ganarle a cualquier peleador de la República. Y quedé campeón nacional en mi sexta pelea.
Se dirigió entonces a Ignacio Beristáin para que le enseñara bien el oficio. Inició así una relación de trabajo que al momento de la conversación llevaba 17 años.
—Él me aceptó en su equipo y me empezó a enseñar lo que en realidad es el boxeo: la técnica, la condición física… Con él fui a los Juegos Olímpicos de Moscú.
Antes de eso, como parte de una delegación del Comité Olímpico Mexicano, Daniel Zaragoza viajó a Tijuana para una confrontación con Estados Unidos. «Nos llevaron a Seaworld, el Mundo Marino… Para un joven que nunca había salido de su casa ese viaje fue muy importante: estar en un avión, conocer sitios extraordinarios…»
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Pensó: «Si me dedico a esto voy a obtener grandes cosas en la vida».
E inició una preparación que sus compañeros calificaron como febril. Le decían que estaba loco: era el que entrenaba más duro, el que corría más… La consecuencia de ello fue una primera medalla de oro en un campeonato internacional en Polonia, en 1979, la única medalla dorada del equipo mexicano. Siguieron otros retos: fue quinto lugar en los Juegos Panamericanos, medalla de oro en la Espartaquiada de Moscú y en el Latinoamericano de Boxeo celebrado en Argentina…
Daniel Zaragoza peleó ese miércoles 20 de julio contra Michel Anthony, de Guyana. El cabezazo vino al minuto con veintisiete segundos del round dos. Escribió entonces Javier Mendoza, enviado de El Universal: «Sangre, mucha sangre, comenzó a salir de la herida que provocó el guyanés, incluso segundos después de que el réferi Dan Pozniak, de la Unión Soviética, lo había amonestado por emplear la cabeza. […] El pantaloncillo blanco de Daniel rápidamente se tiñó con la sangre que le resbalaba por el rostro».
El réferi condujo a Daniel Zaragoza hacia una esquina neutral y llamó al médico del ring. Éste, al parecer de Tanzania y que se presentó ataviado con un saco rojo, examinó al mexicano, tocó la herida con una gasa y dijo:
—Paren la pelea.
El réferi «llamó a los dos peleadores al centro del cuadrilátero y esperó el fallo del jurado. Minutos de suspenso. […] Por fin levanta el brazo del guyanés».
Cuando Zaragoza bajaba del ring, una chica le entregó tres claveles. El público guardó silencio. Rumbo al vestidor, el mexicano aún sangraba.
Dice el peleador: «Con ese robo se fue mi ilusión de tener una medalla olímpica, y ya no quise saber nada del boxeo amateur. Buscar de nuevo ese sueño implicaba una espera de cuatro años, con la posibilidad de que el robo volviera a ocurrir».
Daniel Zaragoza se hizo entonces profesional. Y se lanzó a la búsqueda de su primer campeonato del mundo.
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El de 1980 fue para Daniel Zaragoza el año de la despedida olímpica y el debut profesional. También su entrenador, Ignacio Beristáin, decidió volverse hacedor de campeones del mundo
Dos años necesitó Zaragoza para convertirse en campeón nacional de peso gallo. El 4 de septiembre de 1982 es la fecha exacta de la conquista. Un México estupefacto discutía y celebraba la nacionalización de la banca decidida por José López Portillo tres días antes, y a la que se dio marcha atrás apenas iniciado el siguiente sexenio.
Zaragoza peleó contra Jorge El Pitufo Ramírez, de raíz tepiteña. Esa fue también la única vez que el público sabatino del Distrito Federal y la arena Coliseo ha visto al de Tacubaya en el cuadrilátero. Ha sido consejo y decisión de su mánager Ignacio Beristáin alejarlo de las autoridades del boxeo de esta ciudad, cosa que les ha dado, a mánager y peleador, buenos resultados.
La pelea —calificada entonces como “rabiosa”— cumplió los 12 rounds obligatorios. Los primeros tres episodios fueron claramente para el novato Zaragoza. Según se lee en El Universal, el ex olímpico “iniciaba el ataque con secos rectos de derecha, los que abrían el camino a sus ganchos y opers de izquierda”.
En el cuarto round el campeón Ramírez se recuperó, pero en los siguientes era difícil hablar de un dominio. El octavo, por ejemplo, fue para Zaragoza pero terminó con una pequeña herida sobre el párpado derecho. En el diez hubo un choque de cabezas, y Zaragoza “salió con un canal púrpura en el párpado izquierdo”. La pelea fue detenida momentáneamente. El doctor Horacio Ramírez dio luz verde para que continuara.
Hacia el round once los ojos de Zaragoza eran parches rojos que lo enceguecían. Tenía además un descalabro en la frente, «en el que podía fácilmente meterse una moneda de veinte pesos». No obstante todo ese round once, el siguiente y último Daniel Zaragoza continuó tirando golpes y acumulando puntos. Quizá no veía a su rival pero perseguía las sombras, caminaba por el ring dando cauce a su furia. La sangre manaba peligrosamente. Volvían los fantasmas de las heridas en el rostro, de la posible descalificación, fantasmas que lo han acompañado en toda su carrera. Casi todas sus peleas se construyen bajo el signo de lo dramático.
Los jueces le dieron esa noche el campeonato nacional con estas puntuaciones, todas a favor de Zaragoza: Arsenio García Bernal, 113-117; Héctor Hernández, 114-118; Luis Miguel García, 113-118.
Era un campeón nacional de peso gallo bañado en sangre.
Gajes del oficio
Nueve veces defendió el campeonato nacional. Su camino naturalmente desembocaba en Guadalupe Pintor, monarca gallo del Consejo Mundial de Boxeo. Pero a Pintor le llegó la época de los accidentes: chocó en su moto y se fracturó la mandíbula; luego se rompió una mano… Tuvo Lupe Pintor dos años el campeonato sin defenderlo. Y la plaza quedó vacante.
La espera del cetro terminó para Zaragoza el 4 de mayo de 1985 en la isla caribeña de Aruba (que veía esa noche su primer campeonato mundial). Se enfrentó al norteamericano Freddy La Piedrita Jackson. En la pelea hubo cabezazo y hubo sangre. Todo acabó en el séptimo round, cuando transcurrían un minuto y tres segundos. «El desenlace del accidentado combate se produjo cuando Jackson propinó un artero cabezazo a Zaragoza para producirle una herida en forma de ‘Y’ en la parte central de la frente, cerca del nacimiento del cuero cabelludo», escribió entonces Antonio Hernández, enviado de El Universal.
Los 1,600 espectadores de la arena al aire libre del hotel Concorde en pleno abuchearon a Jackson, en lo que los doctores revisaban a Zaragoza. La hemorragia no paraba. Vino la descalificación para la Piedrita.
Daniel Zaragoza se convirtió entonces en campeón mundial gallo, el cetro que tuvieron antes los mexicanos Raúl Ratón Macías, José Becerra, Rubén el Púas Olivares, Jesús Castillo, Rafael Herrera, Rodolfo Martínez, Romeo Anaya, Alfonso Zamora, Carlos el Cañas Zárate y Guadalupe Pintor.
De nuevo la sangre maquilló su rostro. Esto desde el primer round, cuando le comenzó una hemorragia nasal. La pelea fue ardua, complicada. El capítulo más difícil para ambos peleadores fue el quinto. De hecho cuando ocurrió el cabezazo dos jueces daban la pelea a Jackson (59-57 y 58-57) y otro veía algún dominio al de Tacubaya (58-57).
El séptimo round lo inició con rabia Daniel Zaragoza. Por eso Jackson en su desesperación empujó la cabeza como un futbolista que quiere chocar su testa con el esférico, contra la frente de Zaragoza.
El que sus peleas se tiñan de rojo no lo asusta. «Son gajes del oficio», dice.
La primera gran derrota de Daniel Zaragoza
Fue campeón efímero, campeón de tres meses. «Me costó mucho tiempo obtener ese campeonato, y lo perdí muy rápido». En la espera de Lupe Pintor el peso lo traicionó, ya que debía convertirse en supergallo.
La derrota comenzó, pues, prácticamente en la báscula: por “dar el peso” subió al cuadrilátero mermado físicamente, con signos de deshidratación. No obstante perdió por decisión contra el colombiano Miguel Happy Lora, en Miami, el viernes 9 de agosto de ese mismo año de 1985.
Zaragoza nunca había besado la lona. Dos veces se derrumbó esa noche. En el cuarto asalto (en que ocurrió la primera caída) acabó tan mal que lo quisieron revivir con sales de amoniaco. En el quinto (segunda caída) dio la maroma y terminó en una esquina neutral.
Confesó después de la pelea: «Realmente no recuerdo haber caído en el cuarto ni en el quinto round. Sí, recuerdo haber estado en la lona después de recibir un gancho al hígado, pero luego de eso no recuerdo nada. Creo que tuve una laguna mental entre el momento de la primera caída y el noveno round».
Se mantuvo en pie milagrosamente. Y consiguió, así, como por instinto, que no lo noquearan, pues el colombiano buscó por todos los medios destruirlo. El nuevo campeón, Miguel Happy Lora, felicísimo, reconoció al final que estaba extenuado, que tenía los brazos adoloridos. Tiró demasiados golpes.
Ese fue el fin del reinado efímero de Daniel Zaragoza como campeón del mundo en peso gallo.
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—Supongo que con los campeonatos vino el dinero fuerte…
—Sí, pero ya me había acostumbrado al dinero. Como campeón nacional ganaba muy bien, de hecho fui el campeón nacional mejor pagado: fui el primero en ganar un millón de pesos, de esos que valían. Los terrenos en ese entonces costaban 150 mil pesos; con una pelea podía comprar tres o cuatro terrenos. Ganaba muy bien: tuve nueve defensas y obtuve nueve millones. Eso ayudó a que después no me desequilibrara.
—¿Nunca se te subió la fama?
—Yo digo que no, posiblemente sí. Siempre he estado consciente de que los logros deportivos deben estar acompañados por la madurez personal.
—¿Cómo asumiste esa derrota?
—Me dolió, pero no mucho. Yo sabía por qué había perdido. Mi mánager y yo acordamos subir de división. Esa fue mi última pelea en peso gallo. Empecé a tratar de recobrar el campeonato mundial, ahora en la división inmediata superior.
Sacar una espina
El recibimiento al peso supergallo fue aparatoso. Daniel Zaragoza entró perdiendo. «La primera pelea fue contra el australiano Keef Fenech, peleador fortísimo: creía que iba contra un flan y encontré a un fuera de serie que me venció por decisión, y me hizo retomar con más ímpetu mi carrera. Llegué a pensar que estaba acabado, jamás había perdido dos peleas seguidas».
Se dijo: «Si vuelvo a perder, me retiro».
Y pasarían cuatro o cinco años para que conociera otra vez la derrota. Vino de atrás, redobló esfuerzos. El 6 de diciembre de 1986 conquistó el campeonato supergallo de Norteamérica contra Mike Ayala. Hizo tres defensas. Y le llegó la oportunidad de lanzarse en la búsqueda de su segundo título mundial: fue el 29 de febrero de 1988 contra Carlos el Cañas Zárate, en El Forum de Los Ángeles.
—Para mí fue una pelea más. No puedo decir que haya sido la pelea de mi vida: uno se prepara para eso, para las peleas fuertes. El que Zárate haya sido un gran campeón lo dejo a las estadísticas.
El resultado no pudo ser más contundente: a los dos minutos y 54 segundos del décimo asalto, el réferi Vince Delgado se interpuso entre los peleadores y decretó el nocaut técnico, Zaragoza «había cimbrado a Zárate con dos veloces izquierdas a la quijada».
Los pronósticos daban el triunfo a Zárate. Ambos boxeadors habían sido campeones en peso gallo y ascendido de categoría, pero el Cañas tenía racha noqueadora y Zaragoza se había coronado en el peso gallo “por accidente” frente a la Piedrita Jackson y perdido el cetro en su primera defensa ante el feliz Miguel Happy Lora. Las apuestas estaban esa noche 9-5 contra el de Tacubaya. Pero… «Zaragoza no tenía que ofrecer una pelea inspirada para alzarse con la corona, pues se vio que su rival estaba vencido de antemano cuando subió al ring sin reflejos, sin ritmo, sin coordinación, y con una increíble lentitud, ya que mientras se acomodaba para tirar un golpe Zaragoza ya le había pegado dos o tres guantadas».
En el noveno episodio Zárate estuvo a punto de caer dos veces. En el décimo se decretó el nocaut técnico. El saldo del encuentro para Zaragoza fue blanco: recibió un solo golpe “fuerte”, un gancho izquierdo a la zona hepática.
E inició su segundo reinado como campeón.
Hizo seis defensas; en la última de ellas fue vencido por nocaut en nueve rounds por Paul el Piel Roja Banke, el 23 de abril de 1990 en El Forum de Inglewood. «Es el único nocaut de mi carrera. Banke me masacró. Es uno de los rivales más fuertes que he tenido. Mi caída se debió a un agotamiento total. En Los Ángeles me dicen que es la mejor pelea que se ha dado en El Forum, de lo encarnizada y cruenta que fue. Yo estaba materialmente destrozado de la cara. Cuando llegó el nocaut fue más la fatiga que el golpe, pero fue nocaut».
El medio boxístico dio por concluida la carrera de Daniel Zaragoza. «Desde entonces me están retirando», dice el peleador.
—Tu rostro ha resentido esas peleas encarnizadas…
—Lo que pasa es que después de tantos años sangro mucho de la cara, pero son heridas superficiales ya que no me han ocasionado problemas para que se detenga la pelea. Una vez la pararon, cuando me enfrenté a Tracy Patterson, pero no lo ameritaba.
Zaragoza no se desanimó y buscó la revancha, pero Banke perdió el título con el argentino Pedro Décima, que a su vez lo perdió con Kiyoshi Hatanaka… «A los siete meses de haber perdido el título me enfrento en Japón con Hatanaka, en la que allá consideran la pelea de la década. Gané por decisión».
Fue el 14 de julio de 1991. «Para sorpresa de todos el que terminó masacrado fue el japonés», dice. Tercer campeonato mundial, segundo en supergallo.
Zaragoza aprovechó su condición de campeón y para su segunda defensa pidió pelear con Paul Banke, el hombre que lo había noqueado. “Yo quería demostrar que él no era mejor que yo. No podía permitir que existiera alguien que me hubiera noqueado».
—¿Perder no es una cuestión del oficio?
—No, para mí era cuestión de honor. Tal vez perder por decisión, por estrecho margen, sí sea una cuestión de oficio. Que una persona me haya dejado tirado en el piso no lo podía, ni lo puedo, permitir.
—¿No confundes lo personal con lo profesional?
—Sólo que yo lo personal lo considero profesional, no distingo. En más de cien peleas era el único nocaut. Quizá por pensar como pienso no ha habido otra persona que me haya noqueado.
El 9 de diciembre de 1991 en El Forum de Inglewood ocurre la venganza: «Le di una cátedra de boxeo y gané por decisión. Así me saqué esa espina que tenía clavada».
Recuperar el cinturón, antes de retirarse
En su siguiente defensa perdió el cinturón, en parte porque la pelea se pospuso un mes y él esperó todo ese tiempo en Calais, Francia, donde se celebró el encuentro con Thierry Jacob, el 20 de marzo de 1992. «Ese fue el error, quedarme un mes en Francia. El tedio, el aburrimiento, el frío, acabaron conmigo».
La derrota fue por decisión. «Es la pelea más desastrosa que he dado en mi carrera. No me salió nada. Estaba lentísimo, enfadado, muerto antes de subir al ring. Perdí el campeonato con un peleador, lo digo con todos mis respetos, de tercera fila».
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De nuevo ya era tiempo de retirarse. ˜Estaba arrepentido de haberme quedado en Calais todo un mes. Como siempre he dicho, los errores se pagan. Tenía 34 años. No pensé en retirarme pues siempre he sido una persona muy terca y sabía que había sido un error».
Le dijo a Ignacio Beristáin:
—Voy a ser campeón mundial otra vez.
A lo que respondió el entrenador:
—Si quieres seguir, adelante.
Recuerda Daniel Zaragoza. «Perdí el título en marzo y en diciembre ya lo estaba disputando de nuevo ante Tracy Patterson, que noqueó y casi mata a Jacob. Si el francés me había dado una tunda, se esperaba que Patterson me fuera a matar. Yo sabía que no era así. Incluso ese año, en agosto, me operaron de la vesícula. Aún así disputé el título, le gané a Patterson pero absurdamente dieron un empate que me impidió en 1992 obtener mi cuarta corona, hace tres años. Por eso digo que los errores se pagan caros, pues con el francés perdí tres largos años en los que pude haber hecho diez o quince defensas».
Hubo revancha de Patterson para Zaragoza el 25 de diciembre de 1993, con corte en el rostro. «Detienen la pelea y se hace oficial otro robo, pues yo iba arriba en las tarjetas».
—¿Entonces qué pensaste?
—Que tenía que ganar el campeonato mundial a fuerzas –responde Daniel Zaragoza…–. Cuando sienta que alguien es mejor que yo, me voy del boxeo.
Le dijo Beristáin:
—Zarita, yo te veo muy bien. Vamos por el campeonato.
Tracy Patterson perdió el cetro con el dominicano Héctor Acero Sánchez, al que se enfrentaría Zaragoza en dos ocasiones. La primera, el 2 de junio de 1995, terminó en empate. «Según un sector de la prensa fue el más descarado robo en muchos años», comenta el de Tacubaya. En la segunda pelea, el 6 de noviembre del mismo año, ganó Daniel Zaragoza por decisión su cuarto cinturón mundial.
Avisaba entonces Zaragoza: «Lo que sí es seguro es que en la próxima derrota me voy, aunque me roben. También ya es necesario que ponga un poco de responsabilidad hacia mi familia. De cualquier modo, 1996 será mi último año como boxeador, es el punto final de mi carrera».
—Y después de todo, ¿te hubiera gustado ser futbolista?
—El que es buen deportista en cualquier disciplina destaca. Luego de estos años he descubierto una cosa: el boxeo me encanta.