A Claudia Hernández la enfermó la contaminación. En marzo de 2016 empezó con una gripe; tuvo fiebre dos semanas, pero no sanó a pesar de los tratamientos. En junio de ese año las dificultades para respirar aumentaron: ardor en el pecho, tos persistente, dolor de cabeza todo el tiempo y, por más que se sonaba la nariz, el aire no llegaba con normalidad a sus pulmones.
“Empecé a investigar por qué no me curaba y até cabos. Tengo una predisposición genética porque mi mamá y mi hermana padecen alergias cuenta–. Lo curioso es que con 30 años yo no las había desarrollado, hasta entonces, cuando el aire se puso muy malo. Me di cuenta de que coincidía con dos factores: me había ido a vivir al centro de la ciudad y todos los días recorría un trayecto de cinco kilómetros en bicicleta para ir a trabajar”.
En 2016 se registraron 10 contingencias ambientales por ozono en la Ciudad de México, lo que no había ocurrido desde enero de 2005. Esa crisis, como se le nombró en su momento, reabrió el debate sobre la calidad del aire y centró la atención en el impacto de la contaminación en la calidad de vida de los chilangos.
Para la Organización Mundial de la Salud (OMS) la contaminación atmosférica es un problema de salud pública, pues sus efectos pueden ir desde una irritación en ojos y garganta o dolor de cabeza hasta infecciones respiratorias graves, enfermedades cardíacas, accidentes cerebrovasculares, cáncer de pulmón, afectaciones del sistema nervioso central… A los bebés puede llegar a frenarles el desarrollo pulmonar.
Las personas más vulnerables a la contaminación del aire son los niños, los adultos mayores y las mujeres embarazadas. De acuerdo con la Secretaría de Salud federal, hay factores de riesgo entre quienes padecen diabetes, enfermedades del corazón, tumores, neumonía e influenza, afectaciones cerebrovasculares y enfermedad pulmonar obstructiva crónica, que están entre las 10 principales causas de muerte en México.
La intensidad del problema
De acuerdo con la OMS, en 2016 se registraron 4.2 millones de muertes prematuras en el mundo asociadas a la contaminación. De ese total, 88 por ciento ocurrieron en países de ingresos bajos y medios. El Instituto Mexicano de Competitividad (IMCO), que diseñó una calculadora basada en estimaciones epidemiológicas para medir el impacto económico y productivo de la contaminación en la salud, calculó mil 823 muertes prematuras en la Ciudad de México, 4 mil 494 hospitalizaciones y 247 mil 729 consultas médicas, lo que significó un impacto económico de mil 669 millones de pesos.
“En términos económicos hay una afectación porque, una vez que una persona se enferma, se desprenden gastos no previstos de consultas y medicamentos que pueden ser cubiertos con servicios públicos o privados; y a nivel de productividad impacta por el ausentismo laboral. Además, si fallece alguien entre los 15 y 65 años se le saca de la economía, se reduce la expectativa de vida que en términos estadísticos son datos importantes, y si quien muere era cabeza de familia, la afectación crece”, explica Fátima Masse, coordinadora de proyectos del IMCO.
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En tres años, Claudia Hernández ha visitado al menos a 10 médicos generales y especialistas, entre alergólogos y otorrinolaringólogos. Ha gastado más de 60 mil pesos. Ya intentó con tratamientos naturales, cambio de alimentación, actividad física; hasta se mudó a una zona arbolada al sur de la ciudad.
“Después de todo este tiempo puedo decirte que sigo mal. Ahora se me desarrolló un problema en el vestíbulo del oído derecho y no oigo bien, todo el tiempo tengo mareos, me duele la cabeza, sigo sin poder respirar y ya probé un montón de medicamentos. Me gusta mucho la ciudad, pero sé que no me puedo quedar aquí. En uno o dos años me voy a mudar; de lo contrario corro el riesgo de seguir empeorando”, asegura.
Así contaminamos
A las 14 horas del lunes 16 de marzo de 1992, la estación de monitoreo atmosférico Plateros registró 398 puntos de ozono. Se trató del día más contaminado en la historia de la Ciudad de México, al menos desde 1967, cuando se instalaron las primeras cuatro máquinas de vigilancia. El segundo peor día fue el 30 de enero de 2000, con 385 puntos de partículas PM10.
Los principales contaminantes del aire son las partículas PM10 y PM 2.5, que se presentan entre noviembre y febrero debido a la inversión térmica invernal, mientras que los óxidos de nitrógeno y los Compuestos Orgánicos Volátiles (COV), que al combinarse con la luz solar son precursores de ozono, tienen mayor presencia entre marzo y junio.
Las PM10 y PM 2.5 se crean en los procesos de construcción y mantenimiento urbano, la combustión, y por el hecho de que los autos rueden por las calles, pues el pavimento se deshace, las llantas friccionan y los frenos se desgastan. Todo eso genera polvos, incluso más pequeños que los glóbulos rojos, que se filtran hasta los pulmones y la sangre cuando respiramos.
De acuerdo con datos de la Secretaría de Medio Ambiente local (Sedema), aunque desde la década de 1940 se había identificado una nata grisácea sobre la capital, hasta 1988 se decretó la primera contingencia. A enero de 2020 ha habido 72; siendo 1993 y 2016 los años con más problemas ambientales.
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“Una contingencia es una situación excepcional de altas concentraciones de contaminantes en la que se requiere tomar medidas para proteger la salud de las personas”, explica Antonio Mediavilla, coordinador de proyectos del Centro Mario Molina. En México las emisiones se miden con el Índice Metropolitano de la Calidad del Aire (IMECA): a partir de 150 puntos. Esto equivale a 155 partes por millón (ppm) de contaminantes en la atmósfera. Dicho límite se ha reducido, pues en los años 90 equivalía a 294 ppm y el límite que marca la OMS es de 100 ppm.
Datos del Inventario de Emisiones capitalino indican que el transporte, la industria, los hogares y las fuentes de área (pirotecnia y locales tanto formales como informales), son los rubros que más emisiones generan. Detalla que la Ciudad de México sólo produce un tercio de los contaminantes de la Zona Metropolitana; el resto provienen del Estado de México, Hidalgo y de las industrias química, del petróleo, pinturas, automotriz, energía eléctrica, papeleras y cementeras, según datos de la Ley General del Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente.
Además, la ciudad padece las consecuencias de los 21.4 millones de personas que todos los días se desplazan en la megalópolis y de las condiciones orográficas del Valle de México, que es una cuenca. En la ZMVM todos los días circulan 5.7 millones de autos y la capital del país ocupa el noveno lugar en tráfico vehicular entre 403 ciudades de todo el mundo, según el índice TomTom 2018. Aunque los gobiernos han intentado renovar las flotas de transporte público y reconectar las periferias con el centro para reducir el uso de carros particulares, los esfuerzos han sido insuficientes, pues todos esos vehículos son el principal factor de contaminación (56 por ciento). Le siguen las 2 mil 300 industrias registradas (13 por ciento) de sectores alimentarios, químicos, plásticos, impresión, comercio y servicios.
“Si nos vamos al detalle para saber de qué manera contribuimos todos, los óxidos de nitrógeno provienen de los automóviles, la quema de combustibles de la industria y las fugas de gas de las casas. Los COV se producen al usar solventes y pinturas; vienen de los productos de limpieza del hogar, desodorantes, espray para el cabello y perfumes”, explica Mediavilla, especialista en Gestión de Calidad del Aire, quien, como parte del Centro Mario Molina, participó en la creación de un anteproyecto de Norma Oficial para la Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAMe), que busca regular la emisión de dichos contaminantes.
Demandar al Estado
Los chilangos hemos incorporado a nuestro vocabulario habitual términos que antes sólo usaban los especialistas; podemos ver mapas divididos por colores verde, amarillo, naranja y rojo para saber qué tan mal está el aire que respiramos y nos dimos cuenta de que el problema afecta a los siete estados centrales del país: Ciudad de México, Estado de México, Hidalgo, Morelos, Puebla, Tlaxcala y Querétaro.
Pero ¿se puede exigir legalmente que el Estado se responsabilice por los daños a la salud de los ciudadanos a causa de la contaminación? Bernardo Bolaños se hizo esa pregunta en abril de 2019. El abogado y profesor de Derecho Ambiental y Sustentabilidad en la Universidad Autónoma Metropolitana relata a Chilango que su duda se originó después de que su hijo pasara meses con una tos crónica, pero sin estar resfriado. La única explicación apuntaba a la coincidencia de los altos niveles de ozono y la mala calidad del aire.
A finales de 2018 la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, señaló que durante la gestión de Miguel Ángel Mancera, su antecesor, hubo irregularidades con la entrega de Hologramas Cero en la verificación vehicular. En aquel momento ella argumentó que había una inspección física y una medición de emisiones muy restrictiva con los vehículos, puesta también debían aprobar el Sistema de Diagnóstico a Bordo (OBD por sus siglas en inglés) –un sistema incorporado en los vehículos a gasolina para controlar y monitorear las condiciones del motor y la cantidad de emisiones del auto–.
De acuerdo con Sheinbaum Pardo, el uso de las tres pruebas en la administración anterior hizo que 160 mil autos salieran de circulación a pesar de que estaban dentro de la norma, así que flexibilizó el programa de verificación dejando la OBD como prueba única, por lo que todos esos autos regresaron a las calles y ello provocó mala calidad del aire entre enero y marzo, explica el abogado ambiental.
A ese cambio se sumó que la primavera y verano de 2019 fueron temporadas secas con incendios urbanos y forestales (tan sólo el 16 de mayo hubo 23 en la Ciudad de México) y la capital enfrentó seis contingencias en 2019: 1 de enero, 30 de marzo, 10 y 16 de abril, la fase extraordinaria que duró del 14 al 17 de mayo a causa de los fuegos, y el 25 de diciembre, atribuida tanto a incendios como a pirotecnia. Ese año sólo tuvimos 144 días limpios en la Ciudad de México. Respecto a los tipos de contaminantes que rebasaron los 100 puntos; 172 días del año estuvo presente el ozono, 282 días las PM10 y 318 días las PM2.
“Fue una temporada muy complicada -dice Bernardo-; cuando a principios de año llevé a mi hijo al médico y supe que su padecimiento se asociaba a la contaminación, decidí demandar al gobierno. Les escribí a amigos abogados para contarles que no estaba tan fácil lograr algo si sólo era yo, y ahí surgió la idea de poner un tuit para preguntar si había más quejosos”.
Su mensaje fue muy genérico: “Si vives en CDMX y tuviste una enfermedad respiratoria recientemente, quizá pueda representarte legalmente y de manera gratuita en un juicio. Envíame un DM”, y a continuación explicaba que se trataba de un amparo contra el laxismo en la verificación vehicular de 2019, que eliminó dos de los tres requisitos para aprobar el trámite.
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El tuit se compartió y tuvo cientos de respuestas de interesados en demandar. Bernardo Bolaños y su colega Gunnar Hellmund hicieron una selección de casos, se pusieron en contacto con las personas y filtraron a las que tenían recetas y estudios médicos que sirvieran para demostrar problemas respiratorios graves en 2019.
Fue así como seleccionaron a 12 quejosos contra las modificaciones al programa de verificación y los organizaron en tres grupos: niños, adultos y deportistas. En total obtuvieron siete amparos contra la Secretaría de Medio Ambiente (Sedema) y la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, por el cargo que ostenta; cuatro de ellos entraron a juicio y con dos se logró que el Décimo Tribunal Colegiado en Materia Administrativa ordenara al Gobierno de la Ciudad regresar al proceso de verificación anterior.
“Sabemos que el juicio de amparo es algo que no compromete a futuro porque sólo impacta las medidas del primer semestre de 2019, pero aun así fue algo histórico porque en un mes hubo una respuesta. Tuvimos la suerte de que los jueces ya están familiarizados con términos como contingencias, ozono y contaminación, porque en los últimos años se hicieron comunes los amparos de automovilistas inconformes con los rechazos en la verificación; sólo que aquí era a la inversa: hacer que miles de carros fueran revisados por ser nocivos con el medio ambiente”, explica Bernardo.
Además de ganar el recurso legal, los quejosos acudieron a la Comisión de Derechos Humanos de la CDMX para abrir un procedimiento, pues, aunque según el artículo 4 constitucional las personas tienen derecho a un medio ambiente sano para su desarrollo y bienestar y será el Estado quien lo garantice, en este caso dicho fundamento fue vulnerado.
“Vamos a pedirle a la Comisión que emita una recomendación que nos blinde para futuras medidas para la verificación. Si los próximos gobiernos no cumplen su palabra, volveríamos a demandar y mejoraríamos el amparo para que ya no sea nada más por seis meses sino contra lo que provoque el empeoramiento de la calidad del aire de la ciudad”, sentencia.
El reto: Mejorar la calidad del aire
Los datos, las investigaciones, los especialistas y autoridades coinciden en dos cosas: los niveles de contaminación actuales no se comparan con los de los años 90, cuando se rebasaron los 300 IMECAS; sin embargo, seguimos superando los 100 puntos máximos que marca la NOM-025-SSA1-2014 para proteger la salud de los habitantes de esta capital.
De acuerdo con Víctor Hugo Páramo, coordinador ejecutivo de la CAMe, el ozono es uno de los tres contaminantes que superan los límites, “Su concentración se había reducido y en los últimos ocho o 10 años hubo estancamiento y estabilización; lo que nos preocupa es que recientemente ha habido un repunte: se trata de una tendencia al aumento que hay que frenar”, dice.
Al respecto, Fátima Masse, coordinadora de proyectos del IMCO, señala que en la metrópoli ya no existen medidas únicas que puedan disminuir los límites de emisiones, como ocurrió hace dos décadas con el cierre de la refinería de Azcapotzalco, la creación de la verificación vehicular o el Hoy No Circula, que sí representaron una mejora.
“El problema no es sencillo; hay que tomar decisiones que involucren la movilidad, la economía, las industrias, las empresas, los centros de investigación y la ciudadanía para crear medidas fuertes que impacten y sean cuantificables. No hay fórmulas mágicas ni soluciones únicas asegura–. Se trata de lograr coordinación y colaboración para la aplicación de medidas”.
Ante este panorama, en diciembre de 2019 la CAMe y los gobiernos de la Ciudad de México y del Estado de México presentaron un paquete de 14 medidas para mejorar la calidad del aire de la ZMVM, que se estarán aplicando a lo largo de 2020 a fin de regular las emisiones en las viviendas y en sectores como el transporte, la industria y el comercio.
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Destacan prevenir y controlar fugas de gas LP y emisiones de vapores en gasolineras, promover energías limpias, reducir el uso de vehículos administrativos y mejorar la actuación de brigadas para control y combate de incendios urbanos y rurales. Además, 10 por ciento de la maquinaria que se usa para la construcción deberá contar con filtros de partículas.
También se instalarán sensores para identificar vehículos contaminantes, habrá restricción de horario para transporte de carga, se actualizarán las normas de emisiones para autos y motocicletas nuevas, la verificación vehicular tendrá ajustes, habrá apoyos para la investigación sobre temas de calidad del aire y junto con el Centro Mario Molina se creó una propuesta de norma para poner límites a las emisiones de COV en la fabricación de productos de uso doméstico.
Otro aspecto que debe ser tratado, detalla el investigador Antonio Mediavilla, es comunicar mejor la relación entre contaminación, calidad del aire y cambio climático, pues aunque son problemas relacionados históricamente se han visto por separado y se han priorizado medidas locales sobre las globales. Por ejemplo, fomentar el uso de vehículos eléctricos reduce emisiones en la Zona Metropolitana; sin embargo, no disminuye la congestión vehicular, y en el corto plazo habrá distintas emisiones por la generación de electricidad.
“Debemos pensar en medidas que nos ayuden a combatir ambos problemas. El calentamiento global es causado por la quema de combustibles, que provoca dióxido de carbono en exceso; si logramos bajarle al consumo energético, si sacamos carros de las calles, regulamos mejor a las industrias, controlamos problemas como las fugas de gas y verificamos las fuentes de área, vamos a mejorar la calidad del aire y al mismo tiempo contribuiremos menos al calentamiento global. Podemos actuar así y, como ciudadanos, entender que los resultados son a mediano y largo plazos y que para mejorar se requieren acciones y conciencia climática sostenida en el tiempo”.
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