Hace poco más de dos años, el artista Carlos Amorales (Ciudad de México, 1970) recibió una invitación del crítico, curador e historiador del arte Cuauhtémoc Medina. Le planteaba hacer una revisión de su trabajo para el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC). Lo más sencillo era hacer una selección cronológica de obra y documentar qué ha pasado en la historia personal y profesional del artista. Pero Amorales decidió que su acercamiento sería otro.
“No se me antojaba tener chorromil obras y darle esa importancia al objeto”, explica Amorales, “sino más bien mostrar cómo se fue desarrollando el pensamiento de la obra”.
En su revisión de dos décadas de trabajo (1996-2018), Amorales se dio cuenta de que había formado una metodología y que podían distinguirse ciertas temáticas. Entonces se autoimpuso el ejercicio de recordar esos conceptos para intentar refrasearlos o darles una estructura. Así cobró forma el texto llamado Axiomas para la acción, que habla desde el momento en que Amorales dejó la pintura para ponerse a trabajar con la máscara y luego dejarla atrás hasta desarrollar las obras más recientes que hablan más del lenguaje, enmascarándolo.
“Eso es un poco lo que hago. No es que haga un nuevo lenguaje o nuevas tipografías. Más bien hago tipografías ilegibles, y eso de alguna manera va enmascarando mi texto”.
Aquel texto es el que dio título a la muestra que permaneció abierta de febrero a septiembre y que fue reconocida como Exposición del año en los pasados Premios Ciudad. De ella, quizá la pieza que más recuerda la ciudad y que más vimos aparecer en nuestros feeds de Instagram o Facebook fue “Black Cloud”, la pieza conformada por decenas de miles de polillas de papel negro y mariposas de 30 distintas especies que tomaban los espacios del museo.
La idea para esa instalación llegó a Amorales hace poco más de una década, mientras viajaba de regreso del que, sabía, sería la última visita a su abuela. Ese presentimiento pronto se convirtió en esa oscura plaga alada que ha tenido una vida intensa: fue plagiada en el mundo de la moda y, de manera viral, se reprodujo en diversos atuendos e incluso hubo ya quien se la tatuó.
“Ahí me di cuenta de que había una cosa muy interesante del recorrido de las imágenes. Eso posibilitó que la pieza tuviera una especie de anonimato, y que ya no fuera de alguien, sino de todos. Para mí se ha convertido en una gran pregunta: ¿qué ocurre con esta pieza que a la gente le gusta, cómo conecta con la gente?.
“Estoy seguro de que gente que fue con su familia, algo vivió ahí, algo le ocurrió, y de alguna forma también se la pudieron apropiar. Es algo en lo que sigo pensando, sí fue muy sorpresivo”.
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