En los últimos años han proliferado, a espaldas de la ley, nuevos reductos sexuales en una metrópoli que cerró cualquier establecimiento que asomara algún resquicio de comercio sexual. ¿Qué hay detrás de las cortinas de una sex shop chilanga? Bienvenidos a las cabinas sexuales de la CDMX.
* * * * *
Aquí pocos sonríen. Ni siquiera antes o después de un orgasmo se atisba una sonrisa. Tomemos como ejemplo al hombre que acaba de bajarse la bragueta para introducir sus genitales en el agujero de una pared. Del otro lado del muro hay una mujer, aunque no podemos saber mucho de ella: ni su nombre, ni el color de sus ojos, ni si está desnuda, con lencería o vestida. Pero él se asomó ya varias veces por el agujero, e introdujo su brazo izquierdo para auscultarla minuciosamente. Así también se enteró del precio que ella determinó, lo consideró justo y aceptó.
Ahora parece como si estuviera frente a un mingitorio. Cada tanto voltea la cabeza y mira con desconfianza a los otros cuerpos que lo rodean con envidia. “Glory hole, glory hole”, susurran algunos fisgones que llegan con prisa. Uno de ellos le palmea el hombro y echa una miradita. Pasan cuatro, cinco minutos, hasta que un ligero temblor lo sacude. Se sube la bragueta, sin decir palabras, sin emitir una mínima sonrisa, y se retira del lugar.
Quienes aquí se encuentran atravesaron, primero, la puerta de una típica sex shop chilanga. Vieron los anaqueles con lencería, dildos y vibradores, lubricantes y retardadores, látigos y esposas. Encargaron sus pertenencias en el mostrador y pagaron 60 pesos para acceder al mundo que existe detrás de una cortina negra. Al interior huele a creolina y humores corporales, una mezcla que se asemeja a la de los hospitales.
El beat techno que resuena y hace temblar ligeramente el piso nunca cambia.La disposición del lugar, con paredes negras y espacios minúsculos, hace recordar a un laberinto. O a un hormiguero. Los estrechos pasillos hacen imposible evitar roces, al caminar, con otros cuerpos. Hay una maraña de dedos que buscan a otros, como antenas rastreando señales químicas.
A punta de golpes de hombro un muchacho ha logrado ganarse su lugar. Se hinca y aprieta su cara contra el agujero del muro. La humedad del encuentro anterior debe estar todavía fresca. No le importa. Bienvenidos a las cabinas sexuales de la CDMX.
Te recomendamos: Chambear como actriz porno
El adiós a los tables
No hay cifras oficiales de cuántas sex shops existen en México. Los más modestos estiman alrededor de 300 en todo el país; otros –como Alberto Kibrit, creador de Expo Sexo– calculan más de dos mil. Es lógico que buena parte de éstas se concentre en las grandes urbes del país, como la Ciudad de México, donde al menos desde 2005, muchas comenzaron a ofrecer un peculiar servicio: cabinas para mirar películas pornográficas, a solas o en pareja.
Desde entonces era predecible que los videos serían solo el primer paso. En una época en que la pornografía es accesible para cualquiera que tenga un teléfono móvil con conexión a internet, la venta de videos no es gran negocio. ¿Cuántos cines porno quebraron por esta razón en las últimas dos décadas? No obstante, la ambigüedad en que las cabinas sexuales de la CDMX operaron desde el principio, las convirtió en una zona accesible, lejos del ojo público, donde ver videos pornográficos era solo un pretexto.
En 2013 entró en vigor la Ley para Prevenir, Sancionar y Erradicar los Delitos en Materia de Trata de Personas, una legislación urgente en un país donde las estadísticas sobre desapariciones de mujeres y feminicidios son cada día más altas. A partir de entonces, casi todos los table dance de la ciudad comenzaron a ser clausurados. El Cadillac, el Calígula, el Manhattan, el Golden, uno por uno cayeron a punta de operativos, en los cuales, por cierto, los dueños y trabajadores denunciaron irregularidades y abusos de las autoridades. Bastaba una falta administrativa para que cualquier table desapareciera del mapa. Los afectados denunciaron una cruzada moral por parte del gobierno capitalino. El Vivant y el Queen’s fueron los últimos en caer, apenas en agosto de 2018. Aunque el Queen’s volvió a abrir meses después. Este lugar fue, por cierto, de los primeros en anunciar que se eliminaría cualquier tipo de contacto de los clientes con las bailarinas, además de ofrecer a ellas un contrato.
Ahora bien, prostitución no es sinónimo de trata de personas ni de explotación sexual. Muchas mujeres que ejercen esta actividad consideran incluso que la palabra “prostitución” estigmatiza e invisibiliza sus derechos como trabajadoras. En términos jurídicos, el comercio sexual libre no está prohibido por ninguna ley. Incluso, en 2014, el gobierno de la Ciudad de México impulsó la credencialización de decenas de trabajadoras sexuales.
La trata de personas, en cambio, puede generar penas que van de los 5 hasta los 40 años de prisión, de acuerdo con la Ley General para Prevenir, Sancionar y Erradicar los Delitos en Materia de Trata de Personas. ¿Cómo distinguir una de otra? Es sencillo: cada vez que entre el cliente y la trabajadora sexual aparece una tercera persona, un intermediario que se enriquece de cualquier forma del trabajo de la mujer, hay trata.
—En los table dance existía y existe explotación sexual –dice Teresa Ullóa, directora de la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe. Yo no me atrevería a decir que uno se salva. Las mujeres se prostituían, claro, no dentro de los tables sino en hoteles. Pero los arreglos se hacían dentro de los establecimientos y los dueños percibían un porcentaje de las ganancias. El problema de esos operativos es que quienes resultaban detenidos eran en su mayoría los empleados, incluso las mismas mujeres. Fue un proceso cansado. Nunca logramos que se procesara a los verdaderos tratantes, los eslabones más altos, pese a que los señalamos con santo y seña. Y tampoco hubo un proceso para que las víctimas tuvieran acceso a una alternativa, a una vida digna.
En estos años, sin embargo, las sex shops de la Ciudad de México se multiplicaron, junto con las cabinas sexuales de la CDMX. Estos espacios ofrecen, por menos de 100 pesos, encontrar no solo videos pornográficos, sino aquello que los tables nunca ofrecieron directamente: sexo en vivo y prostitución. Y aunque, como se dijo, la prostitución no es ilegal, sí se vuelve cuando se ejerce dentro de un establecimiento mercantil de impacto vecinal o impacto zonal.
La Ley de Establacimientos Mercantiles establece: “queda prohibido a los titulares y sus dependientes realizar, permitir o participar en las siguientes actividades: el lenocinio, pornografía, prostitución, consumo y tráfico de drogas, delitos contra la salud, corrupción de menores, turismo sexual, trata de personas con fines de explotación sexual…”.
En 2014, la PGJ-DF detuvo a tres personas por promover la trata de personas y la explotación de menores en una sex shop de Xochimilco. Ese mismo año, el Instituto de Verificación Administrativa (Invea) cerró 42 sex shops en la calle 16 de septiembre, en el Centro Histórico, en un inmueble conocido como Plaza Olimpia, por venta de pornografía a menores de edad.
—¿Qué opinas del fenómeno de las cabinas sexuales de la CDMX? –le pregunto a Teresa Ullóa.
—Que la criminalidad siempre va dos pasos adelante. Y que la explotación sexual se sofistica, encuentra recovecos legales para seguir operando.
También lee: Una fábrica de juguetes para niños grandes??
Chambear en las cabinas sexuales de la CDMX
–En las cabinas sexuales de la CDMX no hay trata de personas. Es algo completamente libre.
Bebo está convencido. Pequeño de estatura, de 24 años, con ligero sobrepeso y una trencita de cabello color rojo, su voz no admite dudas. Lo acompaña su esposa, Bela, una chica de 21 años que presume un escote pronunciado y unos ojos grandes como de gato asustado. Ambos son de Chimalhuacán, Estado de México, y, desde hace tres años, asisten por lo menos tres veces a la semana a las cabinas de una sex shop en la colonia Roma. Piden no publicar sus nombres reales porque su familia y amigos desconocen esta faceta de su vida
Comenzó como una fantasía: mirar a Bela con otro hombre, convertir en gasolina los celos que le despertaba verla en manos ajenas. Luego se colaron a algunas fiestas swinger en la ciudad, pero los precios y la pretensión de los asistentes les disgustó. Las otras parejas los miraban con desdén, aseguran, por su origen, color de piel y manera de vestir.
En las cabinas sexuales de la CDMX, en cambio, descubrieron una libertad insólita: ahí el sexo era democrático. Choferes y taxistas, vendedores ambulantes, amas de casa se encontraban con escorts de alto nivel, oficinistas, turistas y curiosos de la zona. Lo que inició como un pasatiempo, una fantasía, se convirtió en un hábito y, pronto, cuando entendieron que la gente podía pagar por estar con ellos, derivó en un negocio de tiempo completo.
Hoy, Bela y Bebo tienen miles de seguidores en sus redes sociales, donde comparten videos y fotos de sus encuentros en cabinas, siempre ocultando su rostro. El sexo para ellos se ha confundido con una forma de espectáculo: les gusta ser observados, les gusta filmarse, les atrae que al final de la noche los aplausos de sus admiradores los cobijen y despidan. O eso es lo que dicen. Bebo ha renunciado a su taller de reparación de celulares. Bela está por firmar un contrato con una empresa mexicana de películas pornográficas.
–En las cabinas sexuales de la CDMX está prohibido cobrar por sexo –explica Bebo–. Las chavas que se dedican a eso hacen el trato por fuera, por medio de depósitos bancarios, por ejemplo. Las cabinas sirven sólo para el encuentro. Ya sabes, es un tema delicado.
–Pero ustedes cobran.
–Sí, para encuentros en hoteles, privados –responde Bela–. En las cabinas sexuales de la CDMX solo pedimos regalos.
–¿Qué tipo de regalos?
–Nos dan de todo: desde llaveros hasta joyería fina.
¿Delito o libertad?
“Hola, mi amor, excelente día, de antemano muchas gracias por haberte interesado en mi servicio”. El mensaje me llega justo después de saludar por WhatsApp a una de las cientos de chicas que anuncian sus servicios en Twitter. En los últimos años, las redes sociales han cobrado un papel protagónico en el ejercicio de la prostitución en la Ciudad de México. Idealmente esto les permitiría a las trabajadoras sexuales mantener un contacto directo con el cliente, sin necesidad de la intermediación de un padrote; no obstante, las redes sociales también ofrecen un margen para disfrazar la explotación sexual.
Basta recordar el caso de Zona Divas, un sitio web que, mediante anuncios clasificados, ofrecía el acompañamiento de mujeres –escorts– para ejecutivos de alto nivel. La página les prometía a las chicas independencia y completa libertad para negar el servicio si así lo deseaban. Pronto, se descubriría que el portal era manejado por traficantes de personas que explotaban a mujeres de Latinoamérica, corrompían a autoridades migratorias y tenían vínculos con La Unión Tepito, el principal cartel de la CDMX. De acuerdo con información de la Procuraduría General de Justicia capitalina, al menos tres mujeres traídas a México con engaños y forzadas a ejercer el trabajo sexual por el personal de Zona Divas, fueron asesinadas.
Leo en mi celular los mensajes de las chicas a las que he contactado. Muchas son escorts venezolanas, peruanas o colombianas, que ofrecen servicios en las cabinas de las sex shops. Las respuestas son casi idénticas. Una hora: $1,500. Dos horas: $2,800. Terminado en boca o cara: $400. Anal: $500. Oral natural: $500. “El servicio incluye lencería, sexo oral mutuo con condón, relaciones y posiciones ilimitadas, besos bien dados, trato de novias, cachondeo, desnudo completo. En las cabinas sexuales de la CDMX, 20 minutos: $500”.
–Hay que decirlo claramente: las cabinas sexuales de la CDMX son ilegales —sentencia Rosi Orozco, presidenta de la Comisión Unidos Vs Trata, una organización no gubernamental que opera en todo el país desde 2012—. De entrada, la exhibición de pornografía representa ya una falta dentro de un establecimiento mercantil. La poca información que tenemos sobre estos sitios nos indica que, más que un festejo de la libertad y la diversidad, la cultura de violencia a la mujer es la constante. Pero es una dinámica nueva, en la que las redes sociales funcionan como una extensión no física del espacio que sirve para ocultar los manejos de dinero, por ejemplo. Y las autoridades delegacionales parece que han decidido no tomar ninguna postura.
Te puede interesar: Coger en la vejez
“Prefiero mil veces darle cuatro horas al cuerpo”
El hombre, que pasaba los sesenta años, quería ser golpeado. Ella lo recuerda bien: tenía pinta de gringo jubilado y una sonrisa beata con dentadura todavía blanquísima. Llegó a las cabinas una de esas mañanas de clientes escasos. La eligió a ella de entre las cuatro chicas que ese día hacían su turno. Entraron a uno de los cubículos de no más de seis metros cuadrados. En la pantalla empotrada al muro se repetían las eyaculaciones de siempre, las penetraciones cíclicas. Una vez solos, ya sin pudor alguno y con la ternura de un abuelo —así lo recuerda ella—, él le confesó sus deseos.
–Quería que le pegara. Que le pegara ahí… en los testículos.
–¿Y lo hiciste?
–Me pagó. Yo hago lo que quieran, si pagan. Al principio le pegué quedito… pero él quería duro, fuerte. Le gustaba.
Susyatiende citas solo dentro de las cabinas, por “motivos de seguridad”. Por eso estamos aquí, en un restaurante lleno en Reforma 222. “Ya ves lo que ha pasado con un montón de chavas”, advierte. Tiene 38 años, el cabello teñido de rubio intenso y tres hijos de dos padres distintos, pero ausentes por igual. Empezó a ejercer la prostitución primero en casas de citas, de manera intermitente. Desde hace un año pasa cuatro horas diarias dentro de las cabinas.
—¿Cuántas personas trabajan contigo?
—En total, en la cabina debemos ser unas 20. Pero nunca estamos todas juntas. Nos reparten a lo largo del día.
—¿Cuáles son los requisitos para entrar a trabajar en una de las cabinas sexuales de la CDMX?
—De entrada, ninguna. Pagas tu entrada, como todos. Eso sí: tienes que tener una cuenta de Twitter. Es de rigor porque así el lugar se hace promoción.
—¿Cuánto ganas al día?
—Un buen día me voy con tres mil pesos, hasta cuatro. Pero yo trabajo poco. Hay quien se puede llevar hasta el doble. Al final hay que descontar 30% que va para la dueña.
—¿La dueña de las cabinas?
—Sí, tienes que pasarle una comisión. A veces una se hace la tonta y le das menos. Dentro de la cabina solo tú sabes qué te piden y cuánto cobras. Últimamente la dueña nos ha querido fijar un horario, ya sabes, para que trabajemos más horas. Algunas compañeras salieron de pleito por eso. Porque… pues eso ya es trata, ¿no? Y la cosa siempre había sido libre.
—Es un tema delicado —le advierto—. Si te cobra comisión, cualquiera de ustedes podría denunciarla por trata.
—Pero así es esto. Al final trabajar en las cabinas sexuales de la CDMX tiene ciertas ventajas para nosotras. Como el personal de seguridad. Y que hay otras chicas, otros clientes en el lugar. No es como en un cuarto de hotel donde estás sola, a merced del cliente. Al menos en las que yo he trabajado, todas están ahí porque así lo deciden.
—¿Por qué lo decidiste tú?
—Por dinero. ¿Por qué va’ser? No es el único trabajo que he tenido. Pero tres hijos, uno ya con 21 años, el pequeño de cuatro… Yo prefiero mil veces darle cuatro horas al cuerpo por una lana, antes que encerrarme en una oficina todo el día para cobrar tres pesos y perderme el tiempo con mis hijos. Muchas de las que trabajamos en cabinas somos madres solteras.
Me atrevo a hacerlea Susy otra pregunta: si más allá del dinero existe, para ella, algún tipo de placer en su trabajo. Me mira fijamente y dice que sí. Que a veces es inevitable que algunos clientes le gusten. Aunque odia sentir un orgasmo en la chamba, porque le quitan energía y tiempo. El problema, dice, es que hay muchos hombres idiotas, que disfrutan insultar y humillar. “Y no es que una se espante, cada quien tiene sus gustos pero que la mayoría de las personas ni siquiera se laven las manos antes de tocarte es… asqueroso. Para ellos una no es nadie, se sienten con derecho a escupirte si se les antoja”.
Comercio sexual: un laberinto sin salida
El morbo se acaba pronto. La primera de las cabinas sexuales de la CDMX que visité estaba en la colonia Roma; la segunda, en el Centro Histórico. En ambas, la dinámica es idéntica y el comercio sexual se ejerce sin disimular. Más que el erotismo, lo que gobierna estos lugares es la ansiedad por escapar del tedio de la vida diaria y la búsqueda de satisfacción sexual fácil e inmediata.
Eliminar la prostitución parece un ideal imposible, mientras alguien lo demande, habrá quien venda sexo. El problema de fondo es quién y cómo se gestiona la enorme maquinaria del placer, de los cuerpos de las mujeres, y cómo las autoridades deben afrontar un problema lleno de recovecos y callejones sin salida.
En 2017, el Grupo Latinoamericano de Acción/Análisis de Mercados Sexuales (GLAMsex), un grupo de académicos enfocado en desentrañar los nuevos hábitos en torno al comercio sexual, reconocía una diversidad enorme de actores insertos en el mismo: empresarios, guardias, choferes, contadores, abogados, agentes de viaje y diversos intermediarios que facilitaban el negocio, además de una larga lista de espacios donde pagar por sexo era cada vez más común: estéticas de masaje, sex shops, salones de belleza, cines, baños públicos, eventos de modelaje, despedidas de soltero, fiestas de swingers y un larguísimo etcétera.
—Depende del marco legal de cada país: en México está prohibido el comercio sexual dentro de un establecimiento, puesto que se asocia a la inducción a la prostitución —explica Carlos Laverde, miembro de GLAMsex—. Pero el tema es cómo las leyes pueden estigmatizar a quienes trabajan en estos establecimientos. Las experiencias internacionales permiten evidenciar cómo en la medida de que existe mayor libertad para el ejercicio del trabajo sexual, hay también más reconocimiento y una posibilidad más alta de que el estado pueda controlar y vigilar lo que sucede en estos lugares. Caso contrario: cuando se prohíbe o se castiga penalmente, se provoca un ocultamiento y una economía subterránea donde es difícil proteger los derechos de las personas que trabajan en esos mercados.
—¿Cuáles son los límites de la trata de personas y la explotación?
—Es una gran discusión en todo el mundo. En principio, el término “explotación” puede ser manipulado: de alguna forma, una buena parte de las personas en un mercado laboral somos “explotadas” y mantenemos relaciones de subordinación. Hay que tener eso claro. En el caso de Ciudad de México, durante los operativos contra trata se confundieron completamente los términos “trabajo sexual”, “trata de personas” y “explotación”. En los operativos (contra los table dance) se inculparon a meseros, a DJs, a personal de seguridad, por estar asociados en la categoría “inducción a la prostitución”. Y eso es un problema. Porque existen mujeres que trabajan libremente en el comercio sexual y eso hay que entenderlo. Criminalizar el trabajo y el comercio sexual sólo acentúa el estigma hacia las mujeres.
*Por motivos de seguridad y porque así lo solicitaron, los nombres de los entrevistados han sido cambiados, así como información que pudiera comprometer su identidad.
No olvides leer: La guía absoluta de moteles, los mejores para echar pasión a la chilanga