Abortos clandestinos, entre miedo, peligro y desinformación
Enfrentarse a un embarazo no deseado o no cumplir con alguna causal justificada por la ley, no ha impedido que las mujeres acudan a abortos clandestinos.
Por: Cynthia Peralta Álvarez
Diez mujeres compartieron a Chilango sus historias y las razones por las que decidieron abortar. Esta es la segunda parte del reportaje sobre la interrupción legal del embarazo, en esta ocasión sobre abortos clandestinos te invitamos a leer las siguientes entregas el resto de la semana.
La Ciudad de México es la única entidad donde una mujer puede interrumpir el embarazo de forma legal con sólo solicitarlo. En el resto del país, cada código penal local establece las causales o circunstancias, como violación, daños a la salud, o malformaciones genéticas del producto, por las que una mujer puede abortar sin ser penalizada.
Sin embargo, enfrentarse a un embarazo no deseado, donde no cumples con alguna causal justificada por la ley, no ha sido impedimento para que las mujeres que no quieren ser madres busquen alguna forma de abortar, lo cual pone en riesgo su vida y fomenta las prácticas clandestinas.
Diversas organizaciones civiles han subrayado la necesidad de homologar la legalización de la interrupción del embarazo para que cualquier mujer, independientemente de su lugar de residencia y sus recursos económicos, cuente con la opción de practicarse un aborto seguro y en condiciones salubres si así lo desea.
“Para todo hay formas, yo lo hice cuando era ilegal”
En 2001, Julieta tenía 17 años y cursaba la preparatoria. Su novio era su mejor amigo, llevaban un año de relación cuando en un campamento tuvieron relaciones sexuales, a pesar que ella no lo deseaba porque él ya estaba alcoholizado.
“Desde que nos acostamos esa noche, en ese momento supe que había quedado embarazada. Al segundo mes que no me bajó, le dije y su primera reacción fue preguntar ‘¿y de quién es?’ Casi lo mato, pues solo tenía relaciones con él”, relata Julieta para Chilango.
Saliendo de la preparatoria particular en la que ambos asistían, en el municipio de Tlalnepantla, Estado de México, fueron a un laboratorio para hacer una prueba de sangre y confirmar sus sospechas. La joven pareja no entendía nada de los resultados hasta que abajo de la hoja el resultado decía positivo. Empezaron a llorar.
“Él me dijo que lo que yo decidiera hacer me iba a apoyar, que si quería tenerlo, teníamos que decirle a mi familia, pero le respondí que yo no lo quería tener. Entre mis 17 años, entre que yo quería realizar mis sueños, entre mi pendejismo, te pasan muchas cosas por la cabeza, porque es truncar nuestra vida”.
Su ginecólogo, que tenía el consultorio en Satélite, le dijo que él podía hacer el procedimiento, pero en un hospital en la CDMX. Costaba $5,000 pesos, pero se lo dejó en $2,000. Ante los escasos recursos económicos de ambos por ser estudiantes, tuvieron que acudir con un primo mayor de Julieta, quien les apoyó con el dinero y guardó el secreto con la condición de que estuviera segura de su decisión.
El doctor le dio una pastilla, la cual debía introducir vía vaginal antes de dormir, eso provocaría que se desprendiera el producto. “Desde que me metí la pastilla me empezaron a dar unos dolores horribles, yo pensé que me iba a morir, pasé toda la noche sin dormir y con la angustia y remordimiento de lo que iba a hacer. En la madrugada fui al baño y arrojé sangre con un poco de coágulo”.
Al día siguiente, Julieta seguía desprendiendo “algo más grande” que un coágulo, pero así asistió a clases. Al salir, ella y su novio tomaron un camión rumbo al hospital capitalino –cuyo nombre ni ubicación recuerda–. Tras esperar 20 minutos, pasaron al consultorio.
“El doctor me dijo que los dolores eran normales. Me subí a una camilla donde te hacen el papanicolau. Mi novio me acompañó todo el tiempo. Yo sentía que me estaban raspando y se escuchaba como si fuera una aspiradora. No sé cuánto tiempo duró pero para mí fue eterno”.
“Mi primo nos recogió. Yo sentía como cólicos o punzadas constantes. No sé cómo logré que no se enteraran en mi casa, solo les dije que me dolía el estómago. Tenía que hacer mi vida normal, así que tuve que seguir con mi rutina. Las punzaditas poco a poco fueron desapareciendo”.
Para 2001, el aborto todavía no estaba despenalizado en la CDMX; sin embargo, de acuerdo con el estudio “Aborto: Implicaciones de la normatividad sobre la salud pública”, de la organización mundial IPAS, la criminalización del aborto no reduce la incidencia pero sí aumenta los abortos inseguros.
Según organizaciones de la sociedad civil, se estima que en México se realizan entre 750 mil y un millón de abortos clandestinos anuales, lo que pone en un alto riesgo la salud de las mujeres. Entre 2002 y 2016, la causa de muerte de 624 mexicanas fue registrada como “aborto”; no obstante, no incluye los decesos relacionados con un método de interrupción, ya que pudieron ser registradas como causa una sepsis o una hemorragia.
En el país, el acceso al aborto legal está sujeto a la legislación local de cada entidad, por lo que la organización global IPAS, que trabaja a favor de ejercer los derechos sexuales de las mujeres, señala que existen marcos legales que no sólo contradicen recomendaciones internacionales en materia de derechos humanos, sino también deriva en un problema de discriminación e injusticia social, pues las mujeres que viven o que logran trasladarse a la CDMX pueden tener un procedimiento legal, seguro y gratuito, mientras las que no, se quedan sin esta opción.
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“En aquel tiempo no era legal y yo lo hice. Nadie puede, ni siquiera las autoridades pueden, ser dueñas de tus decisiones y de tu cuerpo. Existan o no las leyes siempre habrá una manera en que una mujer encuentre una solución para abortar”, reconoce Julieta, quien a sus 35 años acepta que le costó cuatro años poder superarlo.
“Yo soñaba con mi bebé y le pedía perdón, ya no podía regresar el tiempo y reparar el daño. Fui a un retiro y poco a poco fueron menos constantes las pesadillas, hasta que estuve en paz”, admite. “Si tomaría la misma decisión, no lo sé, pero creo que hubiera truncado muchas cosas, hubiera arruinado mi vida, y no solo la mía, también la de mi entonces pareja y la de mi bebé”.
En los últimos cuatro años, en el país se iniciaron más de 500 averiguaciones cada año por el delito de aborto, de acuerdo con datos de Incidencia delictiva del fuero común del Secretariado Ejecutivo Del Sistema Nacional De Seguridad Pública, que señala que en 2018 se abrieron 569 carpetas.
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“Una amiga me regaló las pastillas, ni sabía bien qué eran”
El miedo y la desinformación orillan a que muchas mujeres se expongan a abortos inseguros con personas que no están capacitadas o en un entorno en el que se tiene un estándar médico mínimo o carece de él.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el mundo cada año se realizan 25 millones de abortos sin condiciones de seguridad, la mayoría en países en desarrollo. En tanto, en México, el aborto inseguro es la cuarta causa de muerte materna, según datos del Observatorio de Mortalidad Materna, 2015.
Cuando Mariana tenía 20 años se provocó el aborto a través de unas pastillas que una compañera de la universidad le regaló.
“No me sentía preparada para ese tipo de responsabilidad. Según fue un aborto espontáneo, pero en realidad yo lo provoqué, me introduje unas pastillas que una amiga me proporcionó”, relata Mariana, quien cursaba la carrera de Psicología en una universidad privada.
Cuando la joven confirmó su embarazo tenía cerca de dos meses de gestación. Primero acudió a una clínica en Cuautitlán Izcalli, donde le dijeron que no le podían ayudar con el aborto, pues en el Estado de México solo se permite por deterioro fetal y violación, y “que buscara en otro lado”. Después, investigó en clínicas particulares pero le resultaba muy caro.
Luego de perder varias clases, una compañera, que ya había abortado, se acercó a ella y ofreció regalarle unas pastillas que le provocarían el aborto. Las indicaciones fueron sencillas: “Me dijo que debía introducírmelas en la vagina, o que alguien me ayudara, y que debía estar pendiente por si tenía una hemorragia, si era mucha sangre que me llevaran al doctor (…) En realidad fue la opción más pronta porque él (su novio) sí quería tener al hijo y yo no”.
Esa noche buscó en internet y vio que, en efecto, el medicamento era abortivo. No supo dónde lo consiguió su amiga, aunque supone que por medio de su papá, quien es veterinario, ya que las tenía en su casa. Aún así, hizo el procedimiento.
“Puse en una balanza el tener un hijo y limitaciones, o te pasa algo y te mueres, o abortas y quizá después no puedes tener hijos, y en ese momento, me valió, yo no lo quería tener”, indica. “En 15 minutos empecé a sentir muchos cólicos, no dormí nada, todavía no tenía sangrado pero tenía un dolor muy fuerte, sentía como si me exprimieran, como cuando exprimes la ropa”.
Tras un dolor muy intenso y con miedo a que algo le pasara, Mariana fue al baño. “Cuando hice pipí arrojé como una bolsita y sangre, me dio curiosidad y la moví con una varita, Desperté a mi mamá porque me sentía muy mal. Ella ya sabía que yo estaba embarazada, pero no le dije sobre las pastillas y fuimos al hospital”.
En el Hospital General José Vicente Villada, en Cuautitlán, Estado de México, fue atendida por un aborto accidental, la tuvieron que anestesiar y salió hasta la tarde del día siguiente. No comentó a nadie lo del medicamento obsequiado.
“Me rasparon bastante, después tuve que ir al médico porque me salieron como unas úlceras y me volvieron a intervenir con una crioterapia en la que tuvieron que quemar todo lo que había quedado lastimado. Mi pareja nunca supo que yo lo provoqué, él se quedó con la idea que sólo no se dio”.
“No me arrepiento, pero no lo volvería a hacer. Ahora tengo un implante anticonceptivo. Después de años, le confesé a mi mamá que yo lo había provocado, primero no me creyó, pero después me dijo que quizá fue lo mejor ya que ahora tengo una licenciatura y al final fue mi decisión”, dice Mariana, quien a sus 26 años ejerce su carrera dando terapias particulares.
La estrategia de salud reproductiva global de la OMS señala la importancia de eliminar el aborto inseguro previniéndolo a través de educación sexual, planificación familiar y servicios para un aborto sin riesgos acompañados siempre de atención posterior.
De acuerdo con información proporcionada por IPAS, 94% de las mujeres que acuden a las clínicas públicas es mayor de edad, de ellas destaca que 46% tiene entre 18 y 24 años y 41% cuenta como mínimo la preparatoria como nivel de estudios.
****Algunos nombres de este reportaje fueron modificados a petición de las propias mujeres que nos compartieron sus testimonios****
Mañana no te pierdas la tercera parte del reportaje sobre aborto, la violencia de la sociedad y por parte de las parejas, así como los estigmas alrededor de la práctica.
CHECA AQUÍ:
La primera entrega: ¿Cómo es abortar (en silencio) en la CDMX?
Tercera parte: “¿Para qué abren las piernas?”: el estigma que persigue a mujeres que abortan
Cuarta parte: Aborto en México: 44% de mujeres que abortan ya tienen hijos