La Navidad como la conocemos es, igual que todo aquello que nos da identidad, una mezcla entre las costumbres paganas y su adecuación a la visión de las religiones occidentales. El surgimiento de la tradición de adornar un abeto y que sea el centro de las celebraciones decembrinas no tiene un origen muy claro.
¿Dónde se originó la tradición del árbol de Navidad?
El decorar las puertas de las casas o un árbol por la llegada del solsticio de invierno es algo ancestral, ya se hacía en los cultos romanos del siglo II y III d.C., los celtas adornaban los robles con frutas y velas para asegurar el regreso del Sol. Ante la imposibilidad de erradicar estas nociones, fue San Bonifacio quien taló un abeto y lo ofreció a la gente como símbolo especial.
El misionero le aseguró a la población que el árbol representaba “la vida eterna porque sus hojas siempre están verdes” y porque su copa “señala al cielo”, a partir de entonces año con año se talaban abetos durante Navidad. Martin Lutero también se sumó y al ponerle velas a un árbol para simular el brillo de las estrellas, puso su aportación para la proliferación de la costumbre.
Estonia (1441) y Letonia (1510) se disputan cuál fue la primera en poner un árbol navideño en una plaza pública, mientras que varios consideran a la reina Victoria (la primera influencer de la historia) como quien logró, en 1846, que toda Europa abrazara el tener un árbol decorado en sus casas. Charles Dickens y su “Cuento de Navidad” también aportaron a la causa.
El tiempo haría que las decoraciones de manzanas fueran reemplazadas por esferas, que comenzaron a fabricarse en 1850 en el distrito de Lauscha, una zona de Alemania, aunque debido al costo de importación a Reino Unido, se consideraba símbolo de estatus tener varias. En 1880 Woolworth las popularizó y en 1882 las velas fueron remplazadas por las típicas lucecitas.
¿Cómo llegó el árbol de Navidad a México?
La migración alemana a México a principios del siglo XIX da el camino de cómo llegó el primer árbol de Navidad al país, en 1850 familias germanas de clase media se asentaron en la capital y otras ciudades debido al clima político convulso en Europa, por lo que trajeron sus costumbres, incluidas las decembrinas.
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En Monterrey las familias Holck, Bremer, Buchard y Langstroth se consolidaron y comenzaron a difundir la costumbre de poner el adorno en sus casas, como dio cuenta el 15 de enero de 1867 el teniente Ernst Pitner, en una carta dirigida a su mamá en Viena, Austria, de cómo celebró en el estado del norte, la Navidad de 1866.
“No dudo que has pasado contenta esta época de fiestas. Yo también aquí en Monterrey, e incluso hasta con un árbol navideño, algo que durante algún tiempo no había visto. Fui invitado para esa ocasión por tres familias alemanas establecidas aquí y la pasé con cada una de ellas”, detalló Pitner.
Ernst aseguró a su mamá que “los alemanes locales son ricos comerciantes y gente culta que nos han recibido muy amigablemente en sus casas. Bailamos y nos divertimos (…) creo que no podemos quejarnos a pesar de nuestra condición de prisioneros”. Sin embargo, así como en Gran Bretaña, en México la realeza se encargó de popularizar el colocar el conocido árbol.
Tras la instauración del Segundo Imperio mexicano con la llegada del archiduque Maximiliano de Habsburgo-Lorena y de la princesa Carlota de Bélgica, archiduquesa de Austria, el 28 mayo de 1864 al puerto de Veracruz, la pareja recibió el tratamiento de Sus Reales Majestades Imperiales e hicieron del Castillo de Chapultepec, su hogar, tras rechazar Palacio Nacional, por las chinches.
María Carlota Amelia Augusta Victoria Clementina Leopoldina de Sajonia-Coburgo-Gotha y Orleans, quien fue la primera mujer en gobernar México (como regente durante la ausencia del Emperador), fue la encargada de traer el primer árbol de Navidad a la hoy Chilangolandia, en diciembre de 1864.
A petición expresa de la soberana le fue enviado un abeto desde Europa, que colocó en la estancia del único Castillo Monárquico del continente, lo que maravilló a la aristocracia nacional, al verlo con adornos, frutas, vela y regalos, algo muy popular en el Viejo Continente y que tomaba bríos en Estados Unidos.
La emperatriz supervisó personalmente los detalles de la importación del árbol y después de su arreglo, en el que puso todas sus costumbres a relucir. Aunque en 1865 estuvo a punto de perderse la costumbre, debido al luto nacional que marcó la muerte del papá de Carlota, el rey Leopoldo I de Bélgica, ella hizo una excepción y permitió que se colocara el árbol.
Los registros no indican si en 1866 se colocó en Chapultepec el adorno, pero ya está claro que en la sociedad neolonesa sí lo hicieron. La historia del árbol de Navidad a la mexicana se interrumpió en 1867 porque seis meses antes sucedió la caída del Imperio, con el fusilamiento de Maximiliano y el exilio de Carlota, por lo que las tradiciones europeas era vistas con desdén.
¿Quién retomó la puesta del árbol navideño en el país?
Luego de la aventura fallida de los últimos emperadores mexicanos, tuvieron que pasar 11 años para que otro árbol navideño engalanara un espacio mexicano, y fue en la casa del general Miguel Negrete, un conservador de Puebla, quien se unió al liberal Ignacio Zaragoza durante la Intervención Francesa y formó parte del gobierno de Benito Juárez.
Como gobernador de Puebla apoyó la llegada al poder de Porfirio Díaz, aunque después se puso en su contra llamándolo “traidor a la Patria”. Fue como muestra de su poder y para hacerle un desprecio al presidente que colocó un árbol de Navidad que tenía 250 regalos, uno para cada uno de sus invitados, aseguraron los cronistas de la época.
La afrenta a Díaz tuvo cierto alcance, pero fue hasta después de la Revolución Mexicana cuando se retomaron las posadas, la piñata, se continuó con la colocación del “el Nacimiento” y el árbol de Navidad tuvo un protagonismo renovado, que alcanzaría su punto más importante hasta 1931, cuando una refresquera popularizó en el país la figura de Santa Claus.
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