¡Hola! ¿Creyeron que mi regreso era efímero, una llamarada de petate? Se equivocan: estaré escribiendo seguido en este sitio.
En mi entrega anterior hablé de las estupideces más comunes que dicen los machos sobre los vagones exclusivos de mujeres del Metro de la CDMX. Como el tema se encendió en Twitter, me dediqué a hacer un hilo con pantallazos de las tonterías más grandes que me llegaron. Lo pueden checar aquí para perderle la fe a la humanidad: clic. Por cierto, sigue creciendo.
Aparte de corroborar el gravísimo problema de lectura de comprensión que tenemos en México, me llamó la atención una particular molestia de los machirrines. No so-por-tan que las mujeres nos maquillemos mientras vamos en el transporte público. ¡Qué pedo con su nivel de tirria! Parece que en lugar de rellenarnos la ceja o hacernos el contouring de Kim Kardashian viniéramos, no sé, agarrándole las nalgas a una chava o masturbándonos frente a una niña de 11 años… como sus congéneres a quienes defienden con tanto ahínco.
MALDITA, ¡¿CÓMO SE ATREVE?!
Que las mujeres nos maquillemos sigue siendo percibido como algo superfluo, prueba de nuestra infinita vanidad. Lo entendemos como una actividad casi exclusivamente femenina, aunque históricamente los vatos también usaban pigmentos y trucos para modificar su apariencia: clic. Sin embargo, como ahora es “de viejas” y “de putos”, tiene un estigma espantoso. Ay, José Antonio, nunca sabrás lo chingón que se siente lograr el cat eye perfecto y ni lo divertido que es echarte glitter en los párpados, pero bueno, sigue con lo tuyo.
Maquillarse no tiene nada de malo y nadie debería juzgar a quienes lo hacemos. Pero adivinen qué. Para muchas ni siquiera es opcional. Los mismos babosos que te hacen una jeta porque vienes aplicándote rímel en las pestañas mientras intentas mantener el equilibrio en el Metrobús, son los que tachan de “fodongas” a quienes osan llegar al natural a sus centros de trabajo. Incluso les parece “poco profesional”, como si las hojas de Excel se hicieran con labial rojo y las llamadas las contestara el rubor de tus cachetitos piciosos.
“¡¿Pero cómo vas a ir a junta con cliente así, con la cara lavada?!”. Pues no sé, Fernando, ¿como tú, quizá, que te secaste con una toalla que no has lavado en milenios y que cuando te echas bloqueador solar (una vez al mes) quedas todo encalichado?
A nosotras se nos exige una apariencia impecable… y de todos modos se nos juzga. Ah, pero eso sí, debemos mantener nuestros “rituales” en secreto y pretender que nos despertamos así, divinas e inalcanzables.
Como dije en mi anterior texto, la mayoría de las mujeres hacen doble jornada. O sea que esa señora que ves con muchísimo desprecio porque en lugar de estar leyendo a Octavio Paz o a Milán Kundera viene delinénadose el ojo, piensa que su empleo quizá peligraría si no lo hace; que posiblemente tuvo que madrugar para atender a los hijes, preparar el desayuno, dejarles en la escuela e ir a pagar la factura vencida del gas. ¿A qué pinches horas quieres que lo haga entonces? ¿Y con qué jeta le vas a decir que es frívola? Ah, con ESA cara que jamás ha conocido el apapacho de una crema hidratante, Arturo.
¡Hasta la próxima!
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