Hace solo un par de semanas comenzó a circular en las librerías chilangas Serotonina, el nuevo libro de Michel Houellebecq. Se trata de la octava novela del polémico escritor francés y llega cuatro años después de la publicación de la anterior, Sumisión.
La trama es relativamente sencilla. El protagonista es Florent-Claude Labrouste, un hombre de 46 años que está atrapado en una relación que lleva años muerta, pero no tiene el valor para terminarla. Yuzu, su pareja, es una joven japonesa 20 años menor y él está convencido de que algún día ella querrá volver a Japón, donde su familia la espera.
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Sin embargo, el “pretexto” perfecto para escapar de ella llega cuando descubre un video en el que aparece teniendo sexo con varios hombres. Así, tras ver un documental sobre desapariciones voluntarias, decide reunir unas cuantas pertenencias y mudarse a un hotel sin avisarle a nadie. Incluso, renuncia a su trabajo en el Ministerio de Agricultura.
Sumido en una depresión paralizante (la cual enfrenta con una medicina llamada Captorix), Florent recorre las calles parisinas mientras recuerda cada uno de sus fracasos amorosos. Vuelve a su infancia, al suicidio de sus padres, a los amigos que alguna vez tuvo y el tiempo fue alejando. Y, al mismo tiempo que despliega toda esta serie de malas decisiones, confiesa que lleva una vida sin deseos, a la cual solo le queda vagar en una especie de purgatorio que él mismo ayudó a construir.
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Es difícil saber si Houellebecq está torturando a su personaje o se está burlando de todos, incluido él mismo. El lector, confundido, no sabe si reír o llorar, si apiadarse u horrorizarse. Eso sí, es difícil no identificarse. ¿Florent alberga alguna esperanza de que las cosas lleguen a estar bien?
Lo único que queda claro es que, para el novelista francés, no somos más que el juguete de un sistema económico que hace con nosotros lo que quiere.
(Serotonina, Michel Houellebecq, Anagrama, México, 2019, 288 páginas, $315)
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