¿Hola? ¿Aquí son las opiniones sobre el cambio en las reglas de los uniformes escolares?
Ya sé, llegué tarde al tren del mame. Pero todavía puedo alcanzarlos por mi cuenta en el taxi del mame. Así que les comparto tres razones por las que me alegré chingos con el anuncio de que niñas y niños podrían elegir si usar falda o pantalón en las escuelas.
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¡Libres son, libres son!
No sé ustedes, amigas, pero después de 11 años de uniforme obligatorio (dos de kínder, seis de primaria, tres de secundaria), lo que hice al entrar a la prepa fue meterme dentro de unos jeans. No tuve faldas entre los 15 y los 18 años. Y así éramos casi todas las chavas. ¿Saben quiénes sí lucían falda a veces? Las que habían ido a colegios privados chairos en los que se podían poner lo que se les diera la gana. Además de ponerse la ropa con la que se sentían más cómodas y seguras, ya habían tenido años para practicar esa dificilísima materia extracurricular llamada “Cómo vestirse”. Las (y los) de escuela pública, igual que con el inglés, llegamos con un severo retraso en eso de expresar nuestra identidad a través de los atuendos.
Ajá: en el bachillerato de la UNAM me di cuenta de que elegir es un privilegio de clase.
AAAAY BÁJALE MARX DE PETATIUX. Pero sí, qué jodido que hasta en algo aparentemente tan inocuo pudieras financiarte la libertad con poder adquisitivo. Ese es uno de los motivos por los que celebro que ahora niñas y niños puedan elegir si usar falda o pantalón.
Y también va para los morros que no están a gusto con la expresión de género masculina y quieren usar falda. Y para los que son supercool y pueden pulloffearla, como Nacho Lozano el otro día (<3). Y para los que tienen calor. Y para los caderones que no se acomodan bien en la prisión de los pantalones. Y para las personas no binarias. Lo mejor es que todas y todos tengamos las dos opciones.
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Sufre, mamón.
Me encantó ver las reacciones de la gente conservadora y con el cerebro anquilosado de tanto binarismo. Sí, soy una persona horrible. Escuchen mi risita malévola: jijijí. Entre más se retorcían en el pantano de la heteronorma, más quería felicitar a Claudia Sheinbaum por la iniciativa e invitarle una gomichela.
Muchos se quejaron de que está muy mal implementar esta medida cuando la educación está por los suelos. Esas personas y los c-ñores que ante esta noticia se pusieron a hablar del tráfico o de los baches son la prueba de que, en efecto, algo nos está fallando en las escuelas mexicanas: su comprensión lectora es nula y son incapaces de hacer un comentario directo sobre el tema planteado. Al mismo tiempo, probaron que los programas basados en la memorización son de alguna manera efectivos: repiten como pericos “preocupaciones” impuestas por los medios y el discurso del “progreso” capitalista, aunque ni automóvil tengan o éste haga miserables sus vidas.
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Además, a esos detractores les traigo noticias impactantes: otorgar este derecho no cuesta un solo peso. Le estás cambiando la vida al millón y medio de morras que cursan educación básica… GRATIS. Porque hasta donde me quedé, son las familias las que deben comprar el uniforme, el Estado no los regala. Al contrario, será un ahorro para quienes invierten en la indumentaria de las niñas. Porque la pinche falda implica comprar licras para que los pinches profesores, prefectos y compañeros no te vean los calzones y te morboseen. Porque, durante el invierno, ya no será necesario adquirir medias o leggings “del color reglamentario” —y eso si la escuela permitía ese atrevimiento de protegerse del frío—. También hay morras que se enfrentan al bullying por tener piernas peludas, y ahí vienen los rastrillos (con “impuesto rosa”) y las asquerosas cremas depiladoras.
Las mujeres que calificaron la medida como una “nimiedad” o una “tontería” se olvidaron en chinga de la incomodidad, del acoso, de las burlas, de la sensación de inseguridad y de la constante energía invertida en que la pinche prenda se mantuviera en su lugar. Sistema adultista al máximo. Si pudieran viajar en el tiempo, las pequeñas ellas del pasado les dirían: “Chinga tu pito”.
Dos y media plaquejas sobre la “Dulce Familia”
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El futuro está en sus manos.
Tengo la bonita ilusión de que esta nueva apertura detone más cuestionamientos respecto a las absurdas imposiciones de género. Que así como no tiene sentido obligar a usar una prenda (o prohibirla), tampoco se sostienen otros mandatos de cómo comportarse, consumir, hablar y existir nada más por lo que aparece en la casilla “sexo” de tu acta de nacimiento. Quiero ver cómo las comunidades escolares empiezan a desafiar las normas y a aplicar lo que les enseñan en la clase de civismo: que el derecho al libre desarrollo de la personalidad mata los reglamentos escolares. Quiero ver el mundo arder mientras como papitas.
En el plano de las reglas escolares pendejas, lo que sigue es que permitan a los niños usar el pelo como quieran. No existe absolutamente ninguna razón válida para obligarlos a usar casquete corto. Y ya después, en la utopía total, que sea abolan los uniformes. Porque como siempre he dicho: en CDMX, el que mejor se viste no es quien tiene más lana, sino quien sabe dónde están las pacas.
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