No leemos porque no queremos

Me estaban ofreciendo chamba en una agencia ubicada en medio de la nada sobre Constituyentes, la calle más triste de la ciudad de México, ahí hasta los árboles están hartos de serlo. No exagero: lo primero que hice fue…

Me estaban ofreciendo chamba en una agencia ubicada en medio de la nada sobre Constituyentes, la calle más triste de la ciudad de México, ahí hasta los árboles están hartos de serlo. No exagero: lo primero que hice fue ubicar la cafetería más cercana donde podría irme a leer en la consabida hora de la comida. El mapa me marcaba la existencia de un Punta del Cielo y de un restorán con nombre pomposo. Resultó que el Punta del Cielo está adentro de Grupo Expansión y es exclusivo para empleados de dicha empresa y que el restorán es un salón de banquetes para bodas. No hay ni un pinche Gastar bucks cerca y no soy fan de leer en la vía pública ni mucho menos en mi boba estación de trabajo. En parte decidí no cambiarme de trabajo porque donde chambeo ahora sobran opciones de sitios de lectura. Mis prioridades son una babosada, en el fondo yo trabajo de 2 a 4 y de 7 a 8, que son los horarios en los que religiosamente leo. El resto es aguantar al cliente y acumular quincenas rumbo a la tumba.

Además, a una cuadra de mi actual chamba había un restorán agradable con un árbol al centro, buena iluminación, un baño limpio, meseros bien encarados, ilustraciones científicas en los muros y un café caro pero sabrosón. Matilda, se llamaba el local. Ahí voy al menos cuatro veces a la semana. Cuál fue mi sorpresa al descubrir que, en la peor semana de mi vida en mucho tiempo, el local estaba cerrado y con una enorme manta de “se traspasa”. Chingo mi madre.

Eusebio solía decirnos que siempre llevemos un libro bajo el brazo para que no nos asalten. Nadie asalta a un lector. Esto es muy cierto, también es verdad que los lectores no somos una especie aparte, no somos mejores ciudadanos ni merecemos consideraciones mayúsculas. No hay superioridad moral en la persona que viaja con un libro en la axila. Lo creo firmemente. Sin embargo, ¡nos la están poniendo muy difícil!

Es un pedo intentar leer a Yáñez mientras en las teles del lugar Messi anota goles. Es muy complicado disfrutar de Lucia Berlin mientras retumba algún reguetón de cogedera en las teles del food court o del andén en el Metro. Nos dice el gobierno que leamos media hora al día (creo que la última vez lo bajaron a 20) o nos comentan que leer “te enloquece” (OV7 apoya el mensaje) pero en el fondo no hay un ambiente propicio de lectura, son escasos los sitios en los que uno puede entregarse sin interrupciones a cuantos párrafos entregue la tarde.

Paco Ignacio Taibo The Second ha dicho este domingo que los mexicanos no leemos porque “el precio de los libros es muy caro”. Propone hacer libros baratísimos. Como si no existiera el Fondo Editorial Tierra Adentro, cuya oferta de nuevas plumas a $70 le pasa por desapercibido a un porcentaje enorme de personas. Como si no hubieran puesto Los Clásicos Para Hoy también en 60 lanas en puestos de periódicos: La Vorágine, Apollinare, Machado de Assis. Es un hecho que con lo que te cuesta un libro en mesa de novedades de exportación comes una semana en fondas incluso con buen sazón, sin embargo, no creo que ese sea el motivo principal por el que somos el lugar 107 entre 108 países en el índice de lectura de la UNESCO.

Es una pena que sea yo un ignorante en temas jurídicos. Propongo una ley que implique que se tenga que poner mute a las teles o bajarle el volumen a la música de fondo en cafeterías si alguien saca un libro. Así de fácil. Nos urgen sitios donde sea propicio leer. Libros de $10 o de $1,000 o de $60. Habrá quien a estas alturas del texto me dirá que para eso están las bibliotecas o incluso la sala de mi casa, bueno, no puedo irme diario a La Vasconcelos a la hora de la comida. Es un problema de fondo. La gente en este país no lee porque no nos inculcan el amor a la lectura. Leer no es una obligación escolapia. Leer es prescindir bellamente de la realidad, es exaltar el alma, ensanchar tus límites humanos, espirituales e intelectuales. Dentro de todo el discurso de Taibo destaco el mensaje final salpimentado con insustancial esperanza: los lectores debemos convencer a las demás personas de leer, básicamente porque no saben de lo que se están perdiendo.

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