Millennials descubren el Mezosoiquin

Internet es un espacio público. Un bello parque con partes feas, pa´ pronto. Un embrollo de calles y callejones, si se quiere. Una vía pública donde transita gente de todo tipo. Entendiendo eso, molestarse porque una persona de 60…

Internet es un espacio público. Un bello parque con partes feas, pa´ pronto. Un embrollo de calles y callejones, si se quiere. Una vía pública donde transita gente de todo tipo. Entendiendo eso, molestarse porque una persona de 60 años se tarda mucho en cruzar de una banqueta a otra es propio de conductores neuróticos. O enojarse porque un grupo de jóvenes comen sus burgers sentados en el suelo, obstruyendo el paso, es propio de viejitos cascarrabias. Son solo ejemplos. Un espacio público requiere empatía, entender que todos queremos llegar temprano a nuestros cómodos sillones. O incómodos sillones.

Internet es, a la par, un nudo de generaciones. Muégano de humanos. Lo normal en cualquier fase humana. Convivimos usando los mismos hashtags toda una gama de espíritus retrógradas o con destellos de heroica renovación. Noto que las dos parcialidades tienen armas preclaras para desacreditar tácitamente lo que los demás opinan.

La primera es el horrendo “siéntese, tío” y sus múltiples variantes. Si yo me quejo de que Stranger Things es un producto que aprovecha malamente la melancolía que provocan cosas que ocurrieron prácticamente ayer, no faltará el usuario que me responderá: “ya 100tc, señor”. Es una forma contundente de menospreciar una opinión solo por el hecho de que quien la proclama es, vaya, un señor. Una mujer mayor de edad. Un chavorruco con crudas que duran más y uñas que se rompen a la menor provocación. “Siéntese, tía” es un arma monstruosa del mal siglo: no meditar ni crecer meditando. Para qué tener ideas propias y formular una ética personal.

Está su contraparte. La nota dice: “jóvenes se reúnen para tomar jugos en las mañanas y hacen fiestas matutinas sin alcohol”. Acto seguido, alguien colabora acotando: “millennials descubren el desayuno”. O bien: ”desayunín, la tendencia entre millennials que tienen hambre en las mañanas”. Esto es peligroso porque de igual manera infama el goce que tiene todo ser humano de descubrir el mundo que le ha sido otorgado. El ejemplo del desayuno es exagerado. Pero un chavito que nació en el nuevo siglo tiene todo el derecho de descubrir a Los Caballeros del Zodiaco o los lados b de Luis Miguel cuando se le venga en gana. Tampoco es como que seamos una generación de adultos que leamos a Zola. ¿Me explico? Ponerse encima de toda una generación solo porque les aventajamos en desayunos es pueril.

Propongo el siguiente slogan para el inicio de siglo en que avanzamos: ¿Quién escuchará mi lamento en este coro de ángeles?

En este entorno anudado de turbas compitiendo porque sus días sean los mejores o más válidos, emerge una imagen monstruosa. Un parteaguas. Es el reino de la incomprensión una ruptura entre fondo y forma. Hablo de un dinosaurio horrendamente diseñado cuyo subtítulo tipo meme dice en mayúsculas y con deliberadas faltas de ortografía: CÁLLESE, VIEJO LESBIANO.

Khá?

Porque además es graciosísimo.

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