Aceptémoslo, en la Ciudad de México nuestras ferias de libro son más bien tianguis. La FIL Zócalo (que en su edición 19, se celebró del 11 al 20 de octubre) es un conjunto de carpas blancas montadas en una plancha de 46 mil 800 metros cuadrados donde stand tras stand se revuelven editoriales, libros y gente. Editoriales nacionales, extranjeras, consolidadas y emergentes. Libros “quedados”, novedades y descuentos. Gente en bola, en familia, en pareja y uno que otro solitario; algunos disfrazados (pues Halloween es una de las fechas a las que el chilango llega con más anticipación), pero invariablemente comiendo-bebiendo algo o mascando chicle.
Porque hay personas que van a la FIL Zócalo y hay personas que simplemente pasan por ahí. Al ubicarse en el epicentro del Centro Histórico, a este espacio no le falta asistencia y ésta es tan pintoresca como la República entera. Sin embargo, salvo que se trate del stand de Panini, donde montones compran estampitas de lo más entusiasmados, a pocos se les ve paseando sus nuevas adquisiciones literarias en las bolsas de plástico que increíblemente siguen dando las editoriales.
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Stands como el de la UNAM y el de Penguin Random House (que tuvieron el desacierto de no ponerle precio a todos los libros, de manera que era necesario formarse en caja para preguntar a cuánto cada uno), o el de Colofón y el del Fondo de Cultura Económica son de los que cada año atraen a más gente tanto por su amplia oferta como por sus rebajas. Tres ejemplos: tomos exquisitos de la fotografía de Juan Rulfo de 900 pesos a 280, La ley del menor, de Ian McEwan, de 279 pesos a 50, igual que Lo que queda del día, de Kazuo Ishiguro, ¡y con la envoltura de celofán intacta!
Lo más chido de esta feria que el año pasado superó el millón de asistentes es que carece de la pedantería de muchas otras a las que las personas van en pose intelectual. Pero cuando se le compara con la FIL Guadalajara o la FILO se le notan otras carencias que sí la ponen en desventaja con todo y sus 370 editoriales participantes y las 600 actividades de su programa.
Si la del Zócalo es un tianguis, la feria de Guadalajara es un mall y la de Oaxaca una boutique. La FIL tapatía nos lleva de calle en la calidad de los escritores invitados; este año su edición 33 se realizará del 30 de noviembre al 8 de diciembre con estrellas como Alessandro Baricco, Siri Hustvedt, Frank Miller… que se cruzarán en los pasillos con infinidad de plumas reconocidas, hordas de amantes de la literatura y no pocos stands montados con lujo y esmero, en los que es un placer tomar los libros, hojearlos, empezarlos a leer ahí mismo.
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La FIL oaxaqueña se luce en organizar actos menos abrumadores con los que es fácil conectar. Allá todo queda entre amigos. Este año, del 19 al 27 de octubre, en su edición 39, un 65 por ciento de sus participantes fueron mujeres y entre sus invitados destacados estuvieron, nada más y nada menos que Rebecca Solnit y Salman Rushdie.
Aunque la Ciudad de México es un monstruo, no todo lo que ocurre en ella debe ser monstruoso. Necesitamos una FIL Zócalo menos caótica, más invitadora a la lectura, a descubrir libros y a escuchar a grandes autores nacionales e internacionales. Nos hace falta una fiesta realmente dedicada a las letras, que recuerde por qué en 1924 José Vasconcelos impulsó la primera feria del libro en México: para estimular la cultura, apoyar a las editoriales y difundir el trabajo de los escritores. Después de todo, tianguis nos sobran.
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