*Carlos Bravo Regidor es director de Periodismo-CIDE y Ricardo Fuentes-Nieva es director ejecutivo de Oxfam México
A fines del siglo XIX, Jacob Riis, un joven inmigrante danés, publicó un libro basado en su labor como reportero urbano en Nueva York. En Cómo vive la otra mitad, Riis documentó las magras condiciones de la vivienda y trabajo en las zonas más pobres del sur de Manhattan. Las habitaciones eran tan oscuras, que nunca habían podido ser fotografiadas. Riis aprovechó la aparición de una innovadora tecnología, el flash de polvo de magnesio, para registrar la vida de sus habitantes y explicarle a la sociedad neoyorkina —pero sobre todo a la mitad más privilegiada— la insalubridad y el hacinamiento que padecían.
El trabajo de Riis provocó un importante debate sobre las políticas de vivienda e inclusión en Nueva York, particularmente en los barrios de clase trabajadora. Dicho debate desembocó en una nueva legislación que impuso requerimientos básicos de iluminación, ventilación, saneamiento y seguridad en todas las construcciones de la ciudad, y que a la postre se convirtió en un referente de la llamada “era progresista” de la política estadounidense.
A principios del siglo XXI, en la Ciudad de México existe una gran disparidad entre las posibilidades de vida de sus habitantes. Las personas que forman parte del 10% más pobre tienen un ingreso promedio de 1,500 pesos al mes (menor que el salario mínimo corriente), mientras quienes están en el 10% más alto de la distribución tienen un ingreso promedio de 38 mil pesos mensuales. Pero estas disparidades no son solo económicas. Se reflejan en la seguridad, el acceso a servicios públicos, educación, redes de apoyo, transporte, oportunidades, calidad del empleo y un largo etcétera.
Impulsado por Periodismo CIDE, Oxfam México e Ingrid Bleynat y Paul Segal del King’s College London, el dosier de este número de Chilango forma parte de un proyecto de investigación multidisciplinaria sobre las grandes brechas que vivimos todos los días en la Ciudad de México, pero que, en demasiadas ocasiones, escogemos no encarar.
A veces el debate sobre la desigualdad parece reducido a una danza de estadísticas y gráficos, a la discusión entre especialistas, al ámbito esterilizado de los tecnicismos. Aunque cada día coexistan en la ciudad mujeres indígenas que piden limosna y conductores de autos de precio exorbitante, jóvenes albañiles que trabajan doble jornada para terminar los departamentos de un lujosísimo complejo inmobiliario y jóvenes profesionistas que reciben uno de esos departamentos como regalo de graduación o de bodas, miles de trabajadores trasladándose por horas durante la madrugada para llegar a un trabajo precario y cientos de consumidores que gastan en una plaza comercial a precios que exceden la capacidad de compra de la gran mayoría de la población. Ciertamente las cifras son cruciales para entender y estudiar la magnitud del fenómeno. Pero hacen falta, además, historias que retraten a las personas detrás de esas cifras, que comuniquen la experiencia viva, los rostros cotidianos, de nuestra desigualdad urbana.
Impulsamos este proyecto, pues, invocando el espíritu de Jacob Riis: no solo como un acto de denuncia, sino como una forma de tratar de contribuir a una discusión sobre las políticas públicas que necesitamos para asegurar que cada habitante de esta ciudad pueda tener condiciones de vida decentes. De hecho, uno de los hallazgos más importantes de este trabajo es que tanto entre los más pobres como entre los más ricos hay una ausencia generalizada de Estado. En los estratos con menos ingresos, por negligencia y falta de recursos para financiar servicios públicos; en los estratos más privilegiados, como consecuencia de un apetito privatizador que extingue cualquier vestigio de lo público.
Ojalá que las historias que aquí se cuentan nos obliguen a encarar la desigualdad como un deber pendiente, como un hecho inaceptable que nos interpela. Si no es ahora, ¿cuándo?
Las opiniones expresadas por nuestros nuestros columnistas reflejan el punto de vista del autor, que no necesariamente coincide con la línea editorial ni la postura de Chilango.