Guillermo del… ¡Torito, no te mueras!

Dedico esta columna a Pablo Mata Olay, quien me regaló el Office Word, sin el cual no podría existir este texto. Un joven de Celaya, Christian Arredondo Narváez, gana la beca Animéxico que brindan Guillermo del Toro y Cinépolis…

Dedico esta columna a Pablo Mata Olay, quien me regaló el Office Word, sin el cual no podría existir este texto.

Un joven de Celaya, Christian Arredondo Narváez, gana la beca Animéxico que brindan Guillermo del Toro y Cinépolis para estudiar animación en París. El chavo comenta que no puede pagarse el boleto de avión y acude solicitando el recurso con la regidora de Guanajuato. La Santa Inquisición de Internet lo ataca. ¿Cómo puede ser que un adulto de más de treinta años no pueda pagarse un vuelo a Francia? ¡Cómo es que un mexicano de su edad no puede endeudarse con un banco para perseguir sus sueños! Al final el cineasta, generoso como sólo él, pagará el pasaje.

El caso se nos va a olvidar a todos en cuestión de días. Somos dados a despoblar las cosas de sus símbolos más básicos para conseguir un par de carcajadas prontas destinadas al olvido. Ejemplo: David, el gnomo. Un ser amable y sabio transformado en un impertinente buscapleitos.

Veo el trabajo de Christian Arredondo Narváez en su cuenta de Instagram (@poraquipasouncaballo). Rodeado de insectos en suspense y cráneos de animales está el alegre treintón que no puede costearse un viaje al Viejo Continente.

Cuando yo tenía 31 años acababa de renunciar por tercera ocasión a mi empleo como publicista para escribir una novela que un año después se llamaría Balas en los Ojos. Pagaba tres mil pesos y pico de renta en una vecindad que se quedaba sin agua tres veces a la semana. La mayoría de las veces hacía mis deposiciones en el Sanborns de Reforma 222 para evitar que la peste se acumulara en mi sanitario sin techo.

Ganaba cinco mil pesos al mes redactando 400 tuits a la semana para Clarovideo. Eran sinopsis de películas. De hecho confundir a Kuno Becker con Osvaldo Benavides me costó el empleo. Eran mis últimos meses como poseedor de la beca Eusebio Ruvalcaba, es decir, no le pagaba el taller de los sábados al viejito. Gastaba 20 pesos diarios en mi café con leche en Cafetería Gabys (siempre he sido un ególatra) y cuando no me traía comida de la fonda de mi madre comía McTrío del día. Los martes de McPollo me salvaron de un hambre poco heroica. Las chelas de 11 pesos en el Río de La Plata me alivianaron ampliamente la sed. Con 200 pesos salías entonado un lunes por la noche. 40 del taxi. Vaya, vivía de manera austera, pero escribiendo a tope y leyendo el triple, fiel a mi norma.

Narro sucintamente mi circunstancia a los 31 años no con fines autobiográficos, ni para parecer fatuo. Salvo evidentes ejemplos, es imposible vivir del arte en este país a la edad que sea.

Digámoslo: en México tener talento es sinónimo de frustración. Si te dedicas a la creación artística (la búsqueda de la belleza, digo yo) estás destinado a no poder desempeñarte plenamente en ella. Somos muchos peleando por las mismas oportunidades, los mismos espacios y las mismas becas. ¿Becas? Qué clase de locura kafkiana consiste en tener que convencer burocráticamente a un grupo de jueces de que necesitas una cantidad de dinero para escribir determinados cuentos o para diseñar determinada página web. Es la antítesis de la creación. Por mi primera novela me pagaron cinco mil pesos. Nada. Por un texto de cantinas del D.F. para un magazine me dieron casi lo mismo. No hay reglas en esto. O trabajas de a grapa o te pagan para pizzas con extra queso y libros de pasta dura. Los premios literarios no garantizan siempre la publicación de tu obra, que acaba siendo leída por tres individuos en el mundo. El jurado. Ganas un premio, te agarran a billetazos y hasta nunca. A las instituciones no les interesa pavimentar el camino del creador, facilitarle que exalte su alma para conseguir cada vez mejores trabajos en su disciplina. Cuántos artistas mexicanos no están desperdiciando el cerebro en chambas horrendas, midiendo la vida en quincenas, leyendo en las horas de la comida, debiéndole a Bancomer no el viaje a París sino una tostadora que de hecho ya anda fallando.

Ojo: recién me entero gracias a mi amigo Jorge Comensal que Gorostiza escribió el único poema místico que se ha escrito en esta nación desde la burocracia mañanera en una oficina de gobierno. Rulfo tenía que pedirle permiso a su patrón empleador para faltar el lunes por ir a un homenaje que se iba a realizar en su honor. Caramba: hay que perseguir el sushi de chuleta.

Ojo: tampoco seamos tan chillones. Como dice Cyril Conolly en Tumba sin sosiego:

No obstante, el hecho de vivir en una época de decadencia no debe de hacernos desesperar; es sólo un problema técnico más que ha de resolver el artista.

Y espérense a que nuestro Chris vea en cuánto sale una pinche chela en París.

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