La emotiva historia de Juan, el Grinch organillero que le pone color al Centro Histórico de la CDMX

Juan Alberto Medina llega desde las siete de la mañana para iniciar su jornada como organillero del Centro Histórico de la CDMX. Coloca un pequeño banco de plástico y, sobre un barandal de concreto, pone un espejito para comenzar…

Juan Alberto Medina llega desde las siete de la mañana para iniciar su jornada como organillero del Centro Histórico de la CDMX. Coloca un pequeño banco de plástico y, sobre un barandal de concreto, pone un espejito para comenzar a maquillarse. Dejó atrás el uniforme beige para pintarse la cara de verde y darle vida a un personaje característico de la Navidad: el Grinch.

A veces fuma un cigarro, en otras le da un trago a su refresco. Ni el frío ni el incesante pasar de las personas de esta enorme ciudad lo distraen para terminar su cometido. Tarda aproximadamente una hora para terminar con su caracterización y unos 30 minutos más para colocarse el traje, adornos y zapatos.

Al acabar guarda cuidadosamente sus cosas en una mochila vieja. La coloca debajo del armatoste, pone sobre el aparato una gorra para recibir el dinero, y comienza a girar la manivela para que la música del “Cielito Lindo” le dé color a las calles del corazón de la capital del país.

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Tarda aproximadamente una hora para terminar con su caracterización. Foto: Eduardo Alavez/ Chilango

El origen del Grinch organillero de la CDMX

El Grinch organillero del Centro Histórico nació hace más de cinco años por necesidad, cuenta Juan en entrevista con Chilango. Su esposa Hermelinda tuvo que ser operada y tomar más de 15 medicamentos neurológicos, situación que puso en aprietos a la economía de la pareja para costear el tratamiento.

Ella lo había salvado, señala. Antes de dedicarse a este oficio, Juan vivía en situación de calle luego de ser corrido de su casa. Las drogas y el alcohol se habían convertido en sus acompañantes diarios. Pudo haber muerto, asegura, pero su pareja lo ayudó hasta conseguir la sobriedad.

“Cuando ella se encontró enferma, pues no me podía ir de su lado porque sería mal agradecido. Es lo más hermoso que tengo, por ella doy hasta mi vida. Mi vida es de ella porque si no estuviera muerto o perdido todavía en la droga y el alcohol”, comentó con la voz entrecortada, sin dejar de colocarse la pintura verde en la cara.

Su esposa Hermelinda tuvo que ser operada y tomar más de 15 medicamentos neurológicos. Foto: Eduardo Alavez/ Chilango

En ese momento era septiembre. Buscando la manera de conseguir esa lanita extra, recordó que un año anterior ya había salido a las calles el Grinch y fue un éxito. Por ello, ahora le agregó a sus personajes un charro cadavérico, al estilo de los catrines de Guadalupe Posada.

La innovación y la creatividad llamó la atención de las personas que pasaban por la calle. Las peticiones de fotos comenzaron a llegar. Hasta unos jóvenes le aconsejaron lanzar su cuenta de Instagram para compartir su trabajo en internet.

“Yo soy de esos que creen que si la gente no te voltea a ver, haz que te volteen a ver”, expresó entre risas y una sonrisa enorme. “Creo que cualquiera lo hubiera hecho en mi lugar. Si no lo hubiera hecho yo, ahorita estuviera otra persona en mi lugar”, agregó.

Ahora las personas ya lo conocen, lo buscan y hasta le han donado dinero o maquillaje cuando no tiene ni un quinto. Medios locales, nacionales e internacionales lo buscan para pedirle entrevistas o para hacer un video. “Mucha gente me reconoce y cada año vienen a tomarse la foto”, indicó.

Los organilleros del Centro Histórico, en agonía

De los 45 años de vida de Juan Alberto Medina, 10 han sido como organillero, seis como el Grinch del Centro Histórico de la CDMX y otros cinco como charro en Día de Muertos. Y, aunque la paga no es buena, sale con alegría a buscar el pan para llevar a su casa.

Por eso sus personajes siguen dando vueltas por las calles, para reivindicar su oficio, que poco a poco va muriendo por la falta de oportunidades. Incluso le da alegría que sus compañeros hayan comenzado a seguir sus pasos para caracterizarse.

Juan vivía en situación de calle luego de ser corrido de su casa. Foto: Eduardo Alavez/ Chilango

“Está chido porque motiva a la banda a que haga también algo diferente a lo tradicional. Imagínate, todo el año nos ven con el uniforme. También dices tú: ‘chale, qué pedo, pareces carcelero’. Es innovación. Yo lo hice también porque esta tradición se empezó a perder”, comentó.

A pesar de su ánimo, hay cosas complicadas de su trabajo como las largas jornadas. Él llega al Centro Histórico desde las siete de la mañana, termina a las 11 de la noche y sólo descansa los domingos.

Entre las cosas complicadas, cuenta, es estar parado tanto tiempo o soportar el clima capitalino, que a veces es clemente, pero en otras el calor o el frío es cruel con sus habitantes. Pero lo peor es la gente que lo mira desde un pedestal, denigrando su trabajo.

Él llega al Centro desde las siete de la mañana, termina a las 11 de la noche y sólo descansa los domingos. Foto: Eduardo Alavez/ Chilango

“Hay personas que vienen y te dicen: ‘ay no mames, esa mamada qué’ porque hay gente que no le gusta, que no siente empatía contra nosotros. Nos ven todos los días y pasan para decirnos: ‘cállate, güey, siempre lo mismo’”, lamentó.

Y aún así sonríe al hablar de su trabajo. Reconoce que la vida ha sido dura con él, que las vicisitudes lo rebasan como la enfermedad de su esposa o la muerte de su madre y hermano hace un par de años. Pero eso no lo detiene.

“A veces dicen que para que puedas triunfar en la vida tienes que hacer lo que a ti te guste y a mí todo esto me encanta, le agarré amor, me enamoré de mi chamba. Es algo complicado porque es tardado, pero he encontrado la verdadera felicidad y la felicidad es para mí es mi trabajo y mi familia”, finalizó.

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