Jorge Aviña fue el dibujante de El libro vaquero durante más de tres décadas. Su obra ha sido expuesta hasta en el Museo de Arte Moderno de París.
Hace unos cinco años, las portadas del libro vaquero llegaron a la Galería Divus Prager Cabaret de Praga. No fue la única ocasión en que Jorge Aviña, el responsable de dibujarlas por más de dos décadas, pisó las galerías europeas. Ya antes había presentado más de 90 ilustraciones en Le Grand Café, Centro de Arte Contemporáneo de la Villa de Saint-Nazaire, en Francia, y junto a un grupo de artistas conceptuales participó con Modelling Standard, una serie 50 ilustraciones, para Resisting the Present, una exposición del Museo de Arte Moderno de París.
–En la inauguración estaba todo el mundo –dice el dibujante de El libro vaquero, entusiasmado por el recuerdo–. Jodorowsky y un montón de artistas franceses que ni conozco.
Jorge Aviña habla desde su departamento, muy cerca del Parque Hundido. Sobre la mesa, hoy descansan pilas de ilustraciones originales hechas para el El libro vaquero: mujeres voluptuosas siendo rescatadas por indios apaches, damiselas de escotes pronunciados cabalgando junto a vaqueros solitarios. Institución de la historieta mexicana, con tirajes de millones de ejemplares, El libro vaquero le debe gran parte de su personalidad al estilo desarrollado de Aviña: este hombre que rebasa ya los ochenta ¡ y que hoy intenta recuperarse de una gripe que por poco lo hace posponer un viaje a Montevideo.
Junto a Juan Gabriel, José José y las canciones rancheras, El libro vaquero bien puede colocarse dentro de uno de los pilares de la educación sentimental de todo un país. Erotismo de bolsillo, romance de puesto de periódicos, todavía es común ver a personas leyéndolo en alguna parada de camión o la banca de alguna plaza. Y aunque se suele menospreciar en términos literarios, su éxito es tal que incluso escritores de cierto renombre como Jordi Soler y Yuri Herrera escribieron algunas de sus tramas recientemente.
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«Yo estoy convencido de que mucha gente aprendió a leer gracias al libro vaquero», opina Aviña mientras pasea por su casa. Como sucede en otros casos, hoy la historieta mexicana sobrevive a expensas del mercado de cómics de superhéores y del pequeño nicho de la novela gráfica. Sobreviviente de otra época, Jorge Aviña aprendió a dibujar de manera autodidacta en un mundo donde La Familia Burrón, Lágrimas y Risas, Memín Pingüin y Kalimán dominaban los estanquillos.
Jorge Aviña hace a un lado los dibujos de El libro vaquero. Al fondo de la mesa, aparece un retrato de un viejo sacerdote chino. Aunque conserva el estilo en las pinceladas y colores de las ilustraciones que han hecho célebre, algo parece distinto en esta imagen. Sin los cuerpos semidesnudos de las mujeres, sin la temática western, el dibujante de El libro vaquero brilla por sí mismo y su talento: el cuidado de cada trazo, la expresión congelada y solemne del retrato.
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–No sólo soy el dibujante de El libro vaquero –dice mientras hurga en unos cajones de su estudio–. Hago muchas otras cosas. Ilustraciones infantiles, caricatura política, he hecho carteles para Netflix. Pero todavía me siguen pidiendo que haga un dibujo “estilo vaquero” para una boda o para portadas de libros de poemas. Mira, por ejemplo, estos retratos: son empresarios mexicanos, es un trabajo que me comisionaron.
Sus manos barajan una serie de estampas hechas con plumilla, minuciosas. Una expresión distinta en cada una, rostros perfectos todos. Al mirar cada línea, es inevitable preguntarse qué es lo que distingue el arte popular del arte a secas. A Jorge Aviña parece tenerle sin cuidado y, por un momento, esa manera de centrarse en el trabajo sin aspiraciones grandilocuentes de fama, fortuna o trascendencia, parece ser la verdadera diferencia.