No es el apocalipsis, pero el aire de CDMX va de mal en peor
No es el apocalipsis, pero el mundo está cambiando y, con él, el destino de las ciudades, por eso es importante hablar de contaminación del aire en CDMX.
Por: Colaborador
Febrero, 2018. Ciudad de México. Un grupo de cinco niños y una niña se planta afuera de las oficinas de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), en la colonia Nápoles. Con tapabocas blanco, posan junto a un par de pulmones gigantes, uno de ellos negro, mientras exhiben una manta con un mensaje: «Cofepris juega con el aire que respiro». Han pasado casi tres meses desde que Greenpeace México pidió el ajuste inmediato de todas las normas oficiales mexicanas sobre contaminación del aire en CDMX a lo que indica la Organización Mundial de la Salud. No han obtenido respuesta.
No es el apocalipsis, pero el mundo está cambiando y, con él, el destino de las ciudades. A principios de año, un equipo de investigadores de la Universidad de California analizó los datos de 9,000 estaciones climáticas de todo el mundo. El estudio, publicado en Earth’s Future, una plataforma digital gratuita en la cual se comparten investigaciones, determinó que la temperatura global incrementó 0.19 grados por cada década en el último medio siglo. Estas altas temperaturas aumentan el riesgo de «olas de calor de corto plazo», que impactarán principalmente a megaciudades, como la nuestra.
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Los desastres naturales siempre han existido, pero a la luz del cambio climático parecen más frecuentes y voraces. Apenas a finales del año pasado, California vivió su más grande incendio –mil construcciones ardieron en 22 días– y el huracán Harvey dejó decenas de muertes en Houston. El Foro Económico Mundial de Davos, famoso no solo por sus reportes de riesgos sino también por su prudencia en formularlos, asegura que el principal peligro para la humanidad en 2018 será de carácter político y que podría salirse de control si se suma la falta de liderazgo en atender el cambio climático, sobre todo ante eventos extremos.
Después que en 2017 la fase I de contingencia ambiental permaneciera activada durante casi 2 semanas, la contaminación del aire en CDMX parecería ser –junto con la escasez de agua– la catástrofe local de los chilangos. Pero es necesario ser claros: la contaminación del aire en CDMX no es la peor del mundo, ni siquiera del país. Según la Global Urban Ambient Air Pollution Database, elaborada por la Organización Mundial de la Salud, Monterrey se lleva el premio al aire más sucio de México. Le siguen Toluca y después cuatro ciudades de Guanajuato: Salamanca, León, Irapuato y Silao.
De hecho, en los últimos 20 años se han reducido los niveles de dióxido de azufre, monóxido de carbono y plomo en el aire que respiramos. Esto gracias al retiro de plomo de los combustibles y a las nuevas tecnologías de los motores, que han ayudado a regular la emisión de gases nocivos. Sin embargo, la capital sigue rebasando los niveles recomendados por la Organización Mundial de la Salud. El exsecretario de Salud local, Armando Ahued, reconoció que las medidas han sido insuficientes: cerca de 1,200 muertes al año pueden ser atribuidas a la contaminación del aire en CDMX.
Después que los niños protestaran en el exterior de las oficinas de Cofepris, el Juzgado Sexto de Distrito admitió el amparo promovido por Greenpeace contra la institución por haberlos ignorado durante casi tres meses: la contaminación del aire en CDMX tiene que debatirse a fondo.
Tráfico y contaminación del aire en CDMX van de la mano
Nueve días al año en promedio es el tiempo que los chilangos pierden atrapados en el tráfico, según el TomTom Trafic Index, el cual califica a CDMX como la más congestionada del mundo. Existen otras mediciones más optimistas –como el Medidor INRIX de Tráfico Global, que el año pasado ubicó a nuestra ciudad en el puesto 16–, pero el tema no puede evadirse: más allá de la contaminación del aire en CDMX, el exceso de autos es uno de nuestros problemas más urgentes.
En solo una década la Zona Metropolitana de la Ciudad de México sumó casi 10 millones de unidades motorizadas –según el estudio Tendencias Territoriales Determinantes del Futuro de la Ciudad de México, publicado por el Conacyt–, duplicando así su parque vehicular. Esto no es casual: ha habido varios intentos para eliminar el impuesto de la tenencia, cada vez hay más ofertas de crédito automotriz y las vías de la ciudad siguen privilegiando al coche sobre otros transportes.
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De acuerdo con el Inegi, 23 % del total de autos del país circulan por la capital, a una velocidad promedio de 25 kilómetros por hora. Lo que hace falta –considera Laura Ballesteros, subsecretaria de planeación de la Semovi– es una coordinación regional en el tema. Aunque el gobierno de la Ciudad de México pueda proponer iniciativas, como el nuevo programa integral de movilidado o la nueva normativa de estacionamientos, estas tendrán poco alcance si no existe coordinación con los gobiernos de los estados de México, Morelos, Hidalgo y Puebla. Cada día se registran 35 millones de viajes metropolitanos.
«Urge mayor inversión federal –alerta Ballesteros–, los presupuestos de las entidades locales no bastan». A finales de febrero pasado, El Poder de El Consumidor hizo público el informe «Enfrentando el cambio climático mediante una movilidad eficiente y sustentable». En él reveló que 81 % de los fondos federales destinados al transporte se invierten en infraestructura para el auto; solo el cuatro por ciento se dirige al transporte masivo.
Ballesteros critica el paradigma urbano de los segundos pisos que, desde su punto de vista, solo han servido para incrementar el tráfico inducido en las áreas circundantes. Una ciudad que coloca en el centro de su movilidad al auto ya no es viable. Más aún cuando la reciente Encuesta Origen Destino del Inegi mostró que 70 % de los viajes en coche tiene una ocupación de apenas 1.5 pasajeros.
«Todo debe debatirse –dice–, hasta el mal llamado “cargo por congestión”, que cobraría una cuota a quienes quieran entrar en auto en algunas áreas de la ciudad. Está funcionando en Londres, hay que ver si puede ser viable acá».
En realidad vivimos en una megaciudad: la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, la cual comprende no solo a la capital, sino también a otros 18 municipios del Estado de México, y los chilangos –sean de Naucalpan o de Coyoacán– producen 9 % de las emisiones de gases invernadero de todo el país, 70 millones de toneladas de CO2 al año.
La contaminación del aire en CDMX sigue sin ser la peor a nivel nacional, pero eso no será suficiente a mediano plazo. En abril de 2016 se instaló el Comité Científico-Técnico de Vigilancia sobre Contaminación Atmosférica de la Ciudad de México. Su función principal es asesorar al Jefe de Gobierno en el tema. Antes de dejar el cargo, Miguel Ángel Mancera solicitó algo clave: que la Secretaría de Salud federal formara parte de la Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAMe). Fue su modo de mostrar que la capital no podrá combatir el problema sola.
Pero la ciudad incuba sus propias catástrofes. Mientras el gobierno federal no invierta en infraestructura para el transporte público, la Ciudad de México privilegia la construcción, por ejemplo, de centros comerciales, en lugar de la protección de áreas verdes. Hacia agosto de 2017, la capital tenía 95 centros comerciales y más de la mitad se encontraba en cuatro delegaciones. Tan solo Benito Juárez, Tlalpan y Coyoacán cuentan ya con 28.
Estos negocios no solo incentivan el uso del automóvil, también provocan severos congestionamientos a su alrededor. La especulación inmobiliaria, el desarrollo de condominios sin estudios pertinentes de impacto urbano y ambiental pueden llevar la ciudad al colapso. Ocurrió ya en la colonia Granada, con el boom inmobiliario de Plaza Carso. Lo mismo se observa en Miguel Ángel de Quevedo, en el área cercana a Oasis Coyoacán.
Vendrán más deprimidos viales como el de Mixcoac, segundos pisos, centros comerciales y edificios en una ciudad donde el tráfico y los servicios de drenaje y agua potable se encuentran ya desbordados. Con esto, parece inevitable que el cambio climático sea una pequeña bomba de tiempo que poco a poco haga más difícil la vida en la capital.
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«Lo que más le urge a la ciudad es un Plan General de Desarrollo Urbano –opina el urbanista David Huerta–. No ha sido actualizado desde 2003, porque les conviene a gobernantes y desarrolladores que exista ese vacío en la ley para hacer lo que quieran. Necesitamos un plan a nivel metropolitano que involucre a toda la mancha urbana. No hay autoridad ni consorcio, nada que una las políticas urbanas de toda la zona metropolitana: cada municipio hace lo que mejor le parece. Sin un plan que marque las pautas de desarrollo seguirá la expansión territorial, la especulación, la pérdida de áreas verdes», advierte.
La contaminación del aire en CDMX y la salud
«El Plan General de Desarrollo Urbano afecta muchísimos intereses –dice Karina Licea, urbanista experta en movilidad sustentable–. Según la ley, en cada administración se debe hacer público, y ya vamos a llevar dos administraciones en que no se hace».
¿Cómo evitar que megaciudades como la nuestra se conviertan en enormes trampas de calor? CDMX forma parte de la iniciativa de 100 ciudades resilientes de la Fundación Rockefeller; la resilencia es la capacidad –de personas y ciudades– para adaptarse a condiciones adversas o traumáticas. El problema de la capital, sin embargo, parece ser la falta de tiempo para tomar una pausa o crear una planeación acorde con sus circunstancias o condiciones climáticas.
Un ejemplo: durante la primera mitad del siglo XX, la ciudad fue azotada por fuertes tormentas de polvo, debido a los terrenos lacustres desecados. Esto podría volver: para la construcción del nuevo aeropuerto se planea desecar lo que queda del antiguo Lago de Texcoco. El proyecto toma cerca de 202 hectáreas protegidas, cuya conservación serviría para la regeneración del lago. Las autoridades de Chimalhuacán construyen ya sobre ellas, con la aprobación de la Conagua, y nuestros bosques están cada vez menos capacitados para proveer aire limpio e infiltrar agua hacia el subsuelo.
En un valle sin corrientes de agua –sus más de 50 ríos fueron entubados o desecados–, el calentamiento de la ciudad durante primavera y verano es inevitable. Paloma Neumann, coordinadora de «Revolución Urbana», una campaña de Greenpeace a favor de la calidad del aire, dice que la contaminación atmosférica afecta no solo la salud humana, sino también a los mismos bosques que, en una ciudad como la nuestra, sufren por oxidación.
Además, existe evidencia de que la contaminación del aire en CDMX también incide en la salud emocional. De acuerdo con un nuevo y polémico estudio de la doctora Julia Lee y sus colegas de la Universidad de Michigan, publicado en la revista Psychological Science, el estrés y la ansiedad causada a los sistemas del cuerpo están ligados al alza del crimen. Los científicos analizaron datos de la Agencia de Protección Ambiental de EE. UU. de más de 9,000 ciudades en un periodo de nueve años, junto con estadísticas de crimen del FBI. Haciendo a un lado discrepancias en niveles de pobreza, encontraron que en las zonas con menor calidad del aire existía mayor criminalidad: «La experiencia psicológica del aire contaminado incrementa la ansiedad, que a su vez podría incrementar la tendencia de las personas a comportarse de forma poco ética», afirma el estudio.
Todo se conecta. El transporte no es solo un tema de mover a personas o cosas. El diseño de la ciudad, la calidad de las gasolinas, el cambio climático, la especulación inmobiliaria, los intereses políticos, todo al final influye en que la Ciudad de México logre convertirse en un hábitat viable para sus ciudadanos y en una urbe a la altura del complejo futuro que se aproxima.
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