Sentado afuera del Teatro de
la Ciudad, media hora antes del concierto, se me acercó un ciego.
Sí: un señor con bastón y gafa oscura. Por alguna razón, decidió
que yo era el indicado para preguntar quién tocaba ese día en el Teatro.
“Yann Tiersen”, contesté. “Y ese qué toca, jóven?”. No supe
qué contestar: la respuesta fácil era que muchos instrumentos, pero
eso no sería suficiente: el ciego quería saber el género. ¿Música
clásica, folk, experimental, new age? En ese momento comprendí que
Yann Tiersen está más allá de un género. Al señor, que esperaba
mi respuesta, le dije: “instrumental”.
La respuesta, me di cuenta
cuarenta minutos más tarde, fue completamente insuficiente. El francés
no llevaba ni tres piezas (ojo: no rolas ni canciones, sino piezas)
cuando ya había tomado cuatro instrumentos distintos. Abrió con
mandolina,
se movió al teclado, luego a un sintetizador, a la guitarra y al violín.
Todo ante un Teatro lleno por completo, ante espectadores que poco a
poco se iban despegando del respaldo para admirar a un músico (ojo:
no rockstar, sino músico clásico o folk o progresivo) haciendo de
las suyas en el escenario.
(…) la fuerza de la música no le quita lo emocional.
Supongo que el concierto
decepcionó
a algunos: a los que conocen a Yann sólo por el soundtrack de Amelie.
Porque mientras ese disco es de una dulzura total, el Dust Lane que
presenta en esta gira es completamente distinto: guitarras
distorsionadas,
sintetizadores atascados, baterías poderosas. Y, sobre todo, el violín:
Yann Tiersen debe ser el único hombre en el mundo capaz de tocar el
violín a la perfección (Paganini se quedaría cuadrapléjico) y
headbanguear
al mismo tiempo. Y, mientras tanto, hacer que todo el Teatro de la
Ciudad
se ponga de pie, como si eso fuera un concierto de rock y no uno de
¿clásica? ¿new age? ¿electropowerpop? Lo bueno es que la fuerza
de la música no le quita lo emocional. Igual hubo gente que lloró
en alguna canción. Igual las melodías conmueven, las armonías
sorprenden.
Yann Tiersen demuestra que un buen músico hace buena música, más
allá del género: ya quisieran muchos rockeros producir guitarrazos
de tan buena calidad.
A pesar de que la audiencia
parecía una reunión de exalumnos del Colegio Madrid (entre fresas
y pandros, y quizá demasiado jóvenes para acercarse a este tipo
de música… ¿o será que yo soy el viejo?), las reacciones del público
fueron de entrega total. En algún momento temí que muchos de ellos
fueran a ceder al desmadre por culpa del aburrimiento, pero no: como
flautista de Hamelin, Yann nos llevó a todos al lugar exacto donde
quiso. Terminó el concierto y, tras dos minutos de aplausos, Yann
regresó
para el primer encore, e interpretó la mejor canción del concierto.
Volvió a irse, y, luego de otros dos minutos de aplausos, volvió para
aventarnos la cerecita del paztel: dos canciones del esperadísimo
soundtrack
de Amelia, en versión electrorock.
Saliendo del concierto, no
hubo comentario que no elogiara al francés. Más allá de lo que
se esperara de él, lo cierto es que el concierto fue grande. Lo que
la música debería ser: no un ejercicio racional de memoria y coreo,
sino un viaje emocional, visceral. Quise encontrar al señor que preguntó
por la música de Yann; “¿qué tipo de música es?”, me hubiera
preguntado; yo hubiera respondido no rock, ni clásica, ni folk, ni
progresiva: “Buena. Yann Tiersen es sólo buena música”, hubiese
respondido. Pero no lo encontré.