Si eres fan de la música, seguramente te has topado con uno en alguna ocasión; si no estás muy versado en el género, probablemente tu reacción fue de confusión. Dentro de tantas líneas y trazos supuestamente hay palabras, nombres de grupos para ser exactos, pero simplemente sólo ves un caos. Inclusive puede ser que te hayas mofado de lo absurdo que es que estos diseños sirvan para identificar a bandas.
Los logos metaleros no siempre han sido así. Remontándonos a la primera banda del género, Black Sabbath, podemos leer claramente cada letra de su nombre en sus portadas y camisetas, así como las de sus contemporáneos Led Zeppelin y Deep Purple, todos herederos de los diseños gráficos que proliferaron durante el movimiento hippie de San Francisco y Londres.
Los primeros cambios se vieron en los primeros discos de otro pilar del metal, Judas Priest, quienes en un principio utilizaron tipografías góticas —Motörhead también adoptó este tipo de letras, y su uso sigue siendo muy socorrido— hasta su disco Stained Class de 1978, por el cual se les diseñó un logo que reflejara algo eléctrico, salido de la ciencia ficción, y por supuesto, metálico. Este modelo continuó con el movimiento del New Wave of British Heavy Metal, y entrados en la década de 1980, el thrash metal, como lo reflejan los logos de dos de las bandas más famosas del género: Iron Maiden y Metallica.
Cuando el crossover de metal y punk ocurrió a principios de los 80, este último aportó líneas crudas y agresivas en sus diseños, así como la incorporación de símbolos a su tipografía. Así fue como el death metal y el grindcore dieron un salto a la agresión y volvió más explícitos sus guiños con el terror y/o el satanismo.
El black metal se desarrolló gráficamente de manera paralela hasta que en 1991 salió Soulside Journey, el primer disco de Darkthrone, el cual contenía un logo donde el nombre de la banda parecía formar las ramas de un árbol seco o estelas de sangre salpicadas en las paredes o ambos; ese mismo año, sus compatriotas de Enslaved utilizaron un logo parecido. Desde entonces, nada ha vuelto a ser igual.
Aunque podría sonar a una declaración sarcástica, el metal es un estilo de vida. Al convertirse en fan de la música, esta provee a fans con una visión del mundo, una manera de ver la vida y un guardarropa que además les ayuda a identificarse con gente que también prefiere el género.
Al igual que las voces guturales o chillantes, las guitarras distorsionadas y los tiempos extremadamente rápidos o lentos, los logos de las bandas contribuyen a separar a los escuchas de lo tradicional con quienes están a bordo con el género. El metal extremo no es para todos, así como las líneas agresivas y maximalistas en formas simétricas que identifican a las bandas; no hace daño que refleje el tipo de música o que refleje su interés por el ocultismo y la brutalidad de la naturaleza.
No es que todos los metaleros saben leer estos logotipos —de hecho, muchos también se burlan de lo absurdo que estos pueden llegar a ser—, sino porque rechazan la aceptación popular y los adoptan como un código para entrar a un club al que solo algunos pueden pertenecer.