Adán Jodorowsky nos recibe en su departamento vistiendo un traje sastre rosa de Kyosuke Kunimoto. La entrevista se desarrollará en una habitación con un escritorio, un ventanal con vista privilegiada a las copas de unos árboles y un librero que ostenta publicaciones en inglés, francés y español de autores tan variados como Keith Richards, Carlos Castañeda, Hemingway y Cocteau.
En el piso, recargados sobre la pared, reposan algunos vinilos, entre los que destaca La danza de la realidad, cinta de su padre para la cual él hizo el soundtrack.
Nos invita a sentarnos en un sillón vintage de terciopelo azul, pero antes va por una cinta adhesiva para quitarle al mueble los pelos de su gato. Hecho eso, explica cómo ha llevado la cuarentena: “Acabo de abrir un estudio de grabación en la Roma Sur. Hay que pagar la renta. Compré una bicicleta para ir y venir. Sigo produciendo a algunas personas, trabajando a distancia. Me puse de acuerdo con un grupo reducido de gente y sólo nos vemos entre nosotros. Esta pausa me ha venido muy bien y en realidad preferiría no regresar a la realidad”.
Después de una etapa introspectiva cuyo resultado fue Esencia solar, el artista parece haber retomado sus personajes como Ada o el Ídolo. “Más que personajes, lo que sucede es que disfruto mucho disfrazarme. Firmé un contrato con Universal Music. Surgió la idea de hacer un disco con canciones en francés adaptadas al español. Me atrajo la parte de hacer un intercambio cultural”, comenta. Sin embargo, al final el resultado no necesariamente le ha fascinado.
Ha dado a conocer tres sencillos: “Machistador”, “Solitario amor” y “Banana split”. Esta última le parece terrible. “Es con mucho una de mis peores canciones, es mejor la original de Lio. Por eso sólo tiene un lyric video. Es una canción que incluso me da pena; me gustaría mandar quitarla, que ya no aparezca. Pero así sucede cuando eres artista, te arriesgas. De lo mío me parece que lo más hermoso que he hecho es Amador, es lo que mejor ha envejecido, pero mi canción más escuchada es ‘Dancing to the Radio’, de Ada. Así pasa. Como productor vendo miles de discos. Solstis, de León Larregui, vendió 150 mil copias. Eso como cantante a mí no me sucede. Pero luego, cuando pase el tiempo, la gente escuchará mis álbumes y los suyos y encontrarán cosas valiosas en ambos, sin preguntarse cuánto vendió cada uno”.
Fue precisamente Solstis el álbum que acabó por cimentar su reputación como productor. Cuando llegó a México, comenta, se dio cuenta de que todos graban “baterías muy ruidosas, como si todos quisieran sonar como los Kings of Leon. A mí me interesó hacer otra propuesta, mostrar mi influencia francesa. Las canciones que produzco terminan volviéndose hits. Talentos como Daniela Spalla o David Aguilar. Pronto saldrá el primer material solista de Jay de la Cueva, que grabamos en distintas ciudades del mundo. Ha sido interesante ayudarle a encontrar otra forma de su propia voz, cómo suena en solitario”.
El álbum de cóvers franceses saldrá oficialmente en octubre, cerca de su cumpleaños. Después espera poder publicar otro disco en el que está trabajando, uno que verdaderamente le gusta y del cual cree que estará orgulloso.
Más adelante, en dos años, cuando la agenda de ambos lo permita, espera grabar otro material en francés con Xavi Polycarpe (con quien ya colaboró para el álbum Adan & Xavi y los Imanes). “Espero para entonces poder darme un respiro de lo comercial y producir mi primer largometraje, que estoy escribiendo y del cual llevo 70 páginas”. Mientras tanto, Jodorowsky seguirá creando y redescubriendo influencias. “Estoy escuchando música de Afganistán, he vuelto a escuchar a Jimmy Hendrix, a Debussy con otro oído. También compondré la música para una película de mi padre filmada en los 70 que no vio la luz. El soundtrack original envejeció muy mal: son sintetizadores. Haré algo con cuerdas, espero poder grabar en Abbey Road el próximo año”, concluye.
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