A todos nos ha pasado: un día estás caminando por las calles del Centro. De pronto, empiezan a sonar Las Mañanitas en el tono más agudo y desafinado posible.

“A la gente grande es a la que le gusta el organillo, les trae nostalgia, les gusta la tradición. Tiene más de 90 años que estos aparatos están rondando. Éste tiene como 50. Es algo muy bonito, pero a los jóvenes no les llama la atención. Me dicen que pues le cambie a la música, que ponga algo de banda”, nos cuenta don Edgar Alberto Méndez, hombre que se ha dedicado a cargar diario uno de estos pesados instrumentos desde hace poco más de tres décadas.

Beto es uno de los cerca de 50 organilleros activos que quedan dentro de la Ciudad de México, una cantidad bastante pobre si tomamos en cuenta que durante la época del Porfiriato había alrededor de 500. Dice que lo hace debido a que le gusta preservar este tipo de arte en la ciudad, el cual sólo se mantiene en Chilangolandia y en Santiago de Chile.

Según el libro “La vida de los organilleros” del antropólogo Víctor Inzúa, los primeros organillos que llegaron a México lo hicieron en el año de 1884 de la mano de una fábrica alemana llamada Wagner & Levien. Se dice que a Porfirio Díaz, famoso por tratar de imitar a la cultura europea, le encantaba la idea de tener “música en la ciudad” y por ello convenció a varios empresarios y a gente que se dedicaba al circo de invertir en ellos.

Los organillos fueron considerados en Europa como portadores de música intrascendente y es por ello que la tradición allá no duró. En México, por otro lado, los aparatos se ambientaron a parques y alamedas como el Zócalo o Coyoacán, de tal manera que empezaron a sonar canciones como “Las Mañanitas” o “El Cielito Lindo” en poco tiempo.

Ahora Alberto nos dice que cada uno de los instrumentos es capaz de reproducir hasta seis canciones distintas: “Mi favorita es María Elena. Es un vals, pero la única canción que tienen todos los organillos son Las Mañanitas”.

“Hay una gran influencia del organillero respecto al comportamiento. De la misma manera en como los organillos se ubican en ciertos lugares, hay ciertas manifestaciones musicales por parte de pequeños grupos que hacen recorridos por las zonas de comercio. Pudiéramos decir que fueron el detonante de la manifestación musical del Centro Histórico”, nos indica Santiago Fernández Trejo, investigador de paisaje sonoro y catedrático de la Universidad del Claustro de Sor Juana.

Beto se coloca todos los días a un lado de la Torre Latino, en Madero, y gira la manivela desde las ocho de la mañana. Se le puede ver a lo lejos extendiendo su brazo a la gente mientras sostiene su típico sombrero café, en homenaje a Pancho Villa, y pide que se le reconozca por su labor musical.

“El viento puede soplar y la lluvia puede aterrar a todos, pero la música nunca dejará de sonar, no de mi parte”, nos dice románticamente mientras ríe y recuerda que tiene que juntar los $200 de este día, que es por lo que renta el instrumento diariamente.

Hoy en día son alrededor de 25 personas las que poseen todos los organillos que ves cuando paseas por el Centro. Cada uno de ellos tiene desde 15 hasta la ridícula cantidad de 30 de estos aparatos que llegan a pesar más de 90 kg.

Por fortuna del señor Alberto, el dueño del organillo que renta lo deja guardarlo a tres calles de donde se coloca, en un depósito que se encuentra en la calle de Perú. Así no tiene que cargarlo desde su casa.

“Éste a mí me gusta mucho, es de los viejitos, alemán. No puedes cambiarle mucho, pues sale muy caro. Por ejemplo, para arreglar un rodillo son mínimo $2000, pero por otro lado suena mucho mejor, es una madera muy buena, no como los que están circulando por ahora, esos los hacen en Guatemala y desafinan”, nos indica el organillero.

¿Crees que los chilangos le tengamos cariño a los organilleros? ¿A ti te gustan sus notas?

Fuente:
Organilleros de México. Blog de Organilleros de México. Consultado el 26 de Marzo del 2016.

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