Los tacvbos fueron nuestros Chilangos del año en 2013, y en el número de diciembre del año pasado Wilbert Torre escribió sobre la banda y sobre ustedes, los fanáticos de la banda. Ahora que Café Tacvba cumple 25 años te compartimos el texto completo.
En el fondo, casi todo chilango lleva dentro algo de la banda que comenzó a tocar hace más de dos décadas en un garage de Satélite. . Pero no es un perfil como cualquier otro. Buscamos, entre 100 chilangos, lo que significa, recuerdan y provoca en ellos Café Tacvba.
Hace siete años que Café Tacvba no salía de los escenarios para ir a una sesión de autógrafos. Es una mañana fría y en la calle Independencia –aroma a tamales fritos, banquetas húmedas de rocío de madrugada–, unos policías alzan vallas de metal en el Teatro Metropólitan, adonde los músicos que eternizaron “Chilanga Banda”, de Jaime López, llegarán para firmar fotos y discos. Más tarde entrarán una chica embarazada con la leyenda “bebé Tacvbo” sobre la panza, una señora en silla de ruedas y unos veinteañeros que no habían nacido cuando la banda de Satélite transformaba las fiestas en manicomios de saltos y aventones de slam, al ritmo de “Pinche Juan”.
Eran los inicios de los noventa. Desde entonces los tacubos y la gente –sus seguidores, sus escuchas ocasionales, sus antifans– han convivido en un tobogán de mutaciones constantes. A Rubén, que conoció el escenario de El Hijo del Cuervo con el cráneo rapado, el cabello le ha crecido en rastas espesas, en trenzas perfectas, en una rizada cola de caballo; a la flacura del Meme le brotó una pancita, y los hermanos Joselo y Quique transitaron del look Bob Marley a las barbas triangulares de motociclista y, en días recientes, al cabello corto y las patillas anchas a la Men in Black.
Los tacubos se han mudado de casa, se han reproducido, se han dicho adiós temporalmente para fundar proyectos independientes, se han reencontrado y han lanzado juntos nuevos discos. Y el público alrededor ha experimentado una conversión del tipo Dr. Jeckill/Mr Hyde: de los días dorados de finales de los ochenta, cuando los bancos hacían llover créditos y estrenaban departamento y auto, a la crisis de los noventa que los llevó a perder casi todo; de la era fax al email; de la moda de pachucos y cholos al hipsterismo de estos días.
Los fans de aquellos años han engordado y les crecido canas, y los tacubos han visto llegar a sus conciertos a espectadores con cara de niño. ¿Qué construye los puentes generacionales entre un grupo y los habitantes de una ciudad? ¿Cuál es la identidad incubada entre el cuarteto de Naucalpan y quienes los siguen más allá de sus canciones? ¿Qué lleva a amarlos o a no soportarlos más de una canción? ¿Qué emociones han despertado los tacubos en gays y bugas, fresas y nacos, rudos y cursis?
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