No seas chafa y échate esta nota.
Hablar como buenos mexicanos tiene su chiste. Entre el chido, el órale y el híjole, a veces nosotros usamos expresiones que para algunos extranjeros podrían parecer raras o divertidas, aunque para nosotros sean sumamente cotidianas. ¿Te has preguntado de donde vienen estas palabras? Échate este trompo a la uña.
¡Órale!
Si bien esta palabra se usa principalmente para apresurar a alguien como en “¡órale cabrón, te estás tardando!”, también la utilizamos cuando queremos expresar admiración (¡órale, está bien chido tu coche nuevo!,) indiferencia (ah, órale, chido tu cotorreo) o inclusive como señal de decepción (nunca pensé que me la fueras a aplicar, pero órale, va). Esta palabra nació precisamente con la función de apurar a alguien: viene de “ahora”, y de ahí pasó a “hora” y finalmente a “ora” (como en “ora peor”). Al “ora” se le agregó el “le”, como una manera de darle un sentido imperativo. De esta manera un “¡órale, muévete!” significaría “¡muévete ahora mismo!”.
¡Híjole!
Este mexicanismo está recogido por la Academia Mexicana de la Lengua e incluso por la RAE como una expresión de asombro o sorpresa ante algo inesperado. Los mexicanos la usamos también para disculparnos (“híjole, ahora sí no sabría decirte”) o para lamentarnos de algo (“híjole, ya se me volvió a hacer tarde”). Esta palabra no es otra cosa que un eufemismo, para no recurrir a una expresión considerada vulgar entre los mexicanos: hijo de la chingada. Esta expresión la usamos para denotar asombro (“¡hijo de la chingada, cómo pica esta salsa!”) o como para referirnos a una mala persona (“tu novio es un hijo de la chingada”). Ya sea por economizar palabras o por no querer sonar vulgares, el “hijo de la chingada” pasó a “¡hijo-e-la!” y de ahí a “¡híjole!”.
¡Qué chido!
“¡Está bien chido” exclama cualquier chilango que se respete cuando se encuentra frente a algo que le parece digno de admiración. ¿De dónde viene esta expresión? Se deriva de una jerga asturiana, que incluye en sus términos la palabra “xidu”, que significa bueno, bello o hermoso. Esta palabra pasó hacia el habla gitana como “chiro”, que ellos utilizan con el significado de resplandeciente. Finalmente pasó a México con su significado y sonido casi intacto, por lo que la expresión “chiro liro” se hizo popular para referirse a algo que nos causaba asombro de manera positiva. También al jugar canicas —cosa que seguro ya ningún chamaco de hoy sabe— existía la frase ‘¡chiras pelas!’, que exclamábamos cuando nuestro rival fallaba un tiro y nosotros nos quedábamos con todas sus canicas. Para nosotros eso era chiro, para ellos todo lo contrario. Finalmente, la letra ‘r’ de chiro terminó suavizándose y así nació la palabra “chido”.
¡Guácala!
Es una expresión bastante común que utilizamos cuando sentimos repulsión, asco o desagrado por algo. Aunque podría parecer que tiene un origen onomatopéyico, es decir, que la palabra se deriva de un sonido —en este caso el sonido gutural que hacemos al vomitar—, en realidad su historia es mucho más curiosa. En los tiempos de la colonia, era muy común que muchas casas no tuviesen un sistema de agua entubada ni drenaje. La gente se lavaba la cara, las manos o los pies en palanganas que muchos conocían como “huacalis”, (del náhuatl huacalli, una cesta que también nombró al huacal de las frutas o al huacal del pollo). Cuando esta agua era arrojada por la ventana y caía sobre algún desafortunado incauto, se decía ¡huácala! Pues se trataba de agua sucia. Esa interjección se usa también en centro y sudamérica para denotar asco. Por cierto, para evitar bañar a alguien con el agua del huacali, se gritaba desde las ventanas “¡aguas!”, palabra que seguimos usando hasta nuestros días como advertencia.
¡Chale!
Como ya vimos, los mexicanos somos muy proclives a agregar la terminación “le” a las palabras de nuestra habla cotidiana, como en “híjole” u “órale”. En algunos casos, también usamos el “la”: “aguántala”, “fúchila” y demás. Con ‘chale’ pasó una cosa similar. En varios países la interjección “¡pucha!” se utiliza para expresar sorpresa, enfado o desagrado (no como en México, que es un vulgarismo que se refiere al aparato reproductor femenino). Dados como somos a agregar la terminación “le”, los mexicanos tomamos esta expresión de desagrado y la convertimos en “¡púchale!”, que incluso algunas personas mayores aún usan. Finalmente, esta palabra perdió el “pu”, quedando únicamente en “chale”, esa palabra que los mexicanos usamos cuando nos sentimos francamente decepcionados. ¡Chale!
¡Qué chafa!
Sobre esta palabra hay un par de orígenes que no están del todo claros. La primera indica que viene del inglés “chaff”, que literalmente es la basura o desperdicio que recubre a las semillas —como las de las pepitas— o al forraje que queda después de las cosechas. Lo chafa, desde este punto de vista, sería algo de poco o nulo valor. La segunda teoría apunta a que viene de España, donde los sastres que hacían mal sus trabajos eran llamados “chafallones” y sus trabajos “chafallonías”. Poco tiempo después, esta palabra era usada para todo aquello que estaba mal hecho. De hecho, la palabra “chafalón”, que es muy parecida, sigue usándose como sinónimo de “chafa”, como lo conocemos ahora. ¿Con cuál de las dos versiones te quedas tú?
¡Órale, ¿a poco no es chido nuestro lenguaje? Qué chafa que poco a poco se estén dejando de usar estas expresiones, por considerarse “incultas”. ¡Chale!