Cuando en la universidad estudias publicidad piensas que todo será glamour, creatividad y diversión. Luego, llega el momento en que te enfrentes al trabajo y te das cuenta de que no es tan maravilloso como lo pintaban. El mundo de las agencias, visto desde afuera, puede verse muy cool, pero desde adentro puede ser un pequeño infierno. Si reconoces estas cosas, es que has trabajado en una.
El sistema de castas
En las agencias todos están juntos, pero no revueltos. Por un lado están los de cuentas —muchas de ellas mujeres que se sienten intocables—, que debido a que están en contacto directo con cliente, son de los pocas(os) que andan vestidos decentemente. Están también los creativos, que suelen sentirse la encarnación de lo cool y por otro lado los copies, que son un tanto nerdosos y muchos de ellos escritores frustrados que acabaron ahí porque hay que comer y pagar la renta. En el peldaño más bajo de esa cadena alimenticia están los community manager, siempre rifándose los madrazos con los haters que abundan en las redes sociales. Es como una versión magnificada de la escuela, con los populares y los… pues no tanto.
Godín con Converse, pero godín
Muchas personas que trabajan en agencias se regodean de no tener que usar trajes o corbatas, de poder llevar tatuajes o poder usar playeras sin mangas. La realidad es que aún sin esta vestimenta restrictiva —a menos que seas de cuentas, que ellos sí tienen que ir presentables—, sigues siendo un godín, sólo que del tipo sangresucia. Casi siempre comerás en fondita, o en su defecto llevarás tu tupper, estarás rogando porque ya llegue la quincena para que caiga tu depósito y tendrás que checar cuántos puntitos cotizados llevas en el Infonavit. No todo es el glamour rockstar que se ve desde afuera.
El uso y abuso del pochismo
Basta ver un solo correo electrónico de agencia para darse cuenta de que un buen bonche de las palabras contenidas están en inglés, aunque muchas de ellas tengan perfectas equivalencias en español. Para concebir una campaña se requiere rigurosamente un “brief”, para saber qué es lo que están haciendo marcas similares se hace un “benchmark”, para competir por una marca se hace un “pitch”, tu público meta es tu “target” —aunque muchos, qué oso, lo pronuncien “taryet”—, para ver qué alcance ha tenido tu campaña se mide el “reach”, para que un producto se antoje generas “craving”. En fin, es horrible cómo el pochismo reina impunemente en este medio y como diría Jaime Maussán: nadie hace nada.
Todo se quiere ASAP
Retomando el punto anterior, en toda agencia que se respete todas las cosas se piden ASAP, o sea ‘*as soon as posible’*. En chinga, pues. No importa que sea algo que requiere meses de trabajo, como el desarrollo de una app, todo se necesita para ayer porque si no, el cliente monta en cólera y amenaza con llevarse la cuenta de la agencia y todo se vuelve una horrible pesadilla. Finalmente las cosas son enviadas en tiempo récord para que el cliente diga que mejor luego lo revisa porque está de vacaciones. Toing.
Cambios, cambios y más cambios…
Una de las cosas que piensas que serán más chingonas de trabajar en una agencia es que por fin podrás dar rienda suelta a tu creatividad y verás tus ideas plasmadas en la tele, en la radio, en espectaculares o en campañas digitales. Luego te topas con la realidad: a las cosas que tú propones, el cliente le hace tantos cambios que el producto final termina siendo un horrible monstruo de Frankenstein. El pan de cada día es el cliente al que algo de tu propuesta no le gusta pero no sabe exactamente qué es, o dice que sí le gusta pero “como que le falta más punch”. No pos guau.
¿Horas extras pagadas?
Las agencias son especialistas en el bello arte del negro. Aunque en tu contrato se diga que sales a una hora, ese no es más que un bello e hipotético numerito que se queda en el papel. Todo se quiere en chinga, pero además caen los clásicos “bomberazos”, que son cosas que se tienen que resolver a la velocidad de la luz y pobre de ti si no lo tienes listo. ¿El pago por estas horas extras que no están contempladas en tu horario? Pizza en la oficina, si el jefe anda de buenas. Si no, te tocará bajar un por cuernito al OXXO que saldrá de tu de por sí ya golpeado bolsillo.
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¿Alguna de estas situaciones te suena familiar? Felicidades, has pertenecido al bello mundo de las agencias de publicidad.