Los negocios que no sobrevivieron: Café Trevi

La gentrificación ha desaparecido cientos de negocios en la ciudad. Muchos de ellos tenían una larga historia y una relación muy estrecha con lxs chilangxs. Es imposible relatar todas sus historias. Sirva esta crónica de la añoranza por el Café Trevi, del Centro Histórico, como homenaje a todos ellos.

Los negocios que no sobrevivieron: Café Trevi

La última vez que visité el Café Trevi fue el día que mi madre se fracturó el metatarso. Ambas decidimos esperar ahí hasta que llegara la ayuda y matamos el tiempo con los escalopes al vino blanco que ordenamos. A veces miro la fotografía que tomé ese día. Todas las sillas eran rojas y acolchadas; la luz neón que brillaba en la puerta principal filtraba sus colores a las mesas más cercanas; las paredes estaban cubiertas de tablones de madera y de ellas colgaban cuadros como una reproducción de un retrato de Frida Kahlo, algunas fotografías históricas de la CDMX, un mural de la Alameda de algún artista desconocido y hasta un mapa turístico de la capital.

Estar dentro del Trevi era habitar un bucle en el tiempo donde se escuchaba un murmullo que quedó atrapado; como ese anciano: siempre en la misma mesa con su material de pintura, bocetos y su taza de café. Frente a él, un joven escuchando atento a las correcciones que el maestro hacía sobre su trabajo. Ese es el último recuerdo que tengo del Trevi y la última vez que lo visité.

Ahora, cuando camino por la calle de Colón, en el centro de la Ciudad de México, ya no tengo un rinconcito a dónde llegar y solo queda un edificio en obra negra. Lo doloroso es que ese edificio que albergaba el restaurante y las Tortas Robles ya no está.


Donde estaba el Café Trevi…

—¿Qué están construyendo aquí? —pregunté el 15 de julio del 2024.
—No sé —me dijo el joven con chaleco y casco de seguridad que estaba parado frente al edificio—. Mira, mejor habla con el arquitecto que va saliendo, conmigo no…

Después salió corriendo, como si hablar del edificio en construcción frente a nosotros fuera un sacrilegio. Luego, vi un joven con otro casco de seguridad, pero vistiendo ropa semiformal, dando indicaciones a su paso. Supuse que él era el arquitecto, pero con un tono hostil, se negó a decirme quién era.

—Yo solo estoy de visita, no sé nada y no puedes preguntar qué se va a construir aquí, con permiso. —Y se fue. Como si hablar del Trevi fuera un tabú.
—No se sienta mal, no es personal, es que son especiales los dueños del edificio, la neta no le van a decir nada —me dijo el policía que encontré a mis espaldas y al que me acerqué a platicar.

El oficial me confirmó que ahí tomaba su café, mismo que le regalaban, pero eso ya se acabó, por lo que ahora tiene que comprarlo en Balderas antes de iniciar su turno.


El miedo a la verdad

Para mí, el Café Trevi era ese lugar que me deslumbró por su acabado retro y boleros de fondo, al que mis padres me llevaron por primera vez después de un paseo dominical por los museos de la ciudad. ¿Seguirá significando algo más que un edificio en construcción? Me acerqué al puesto de periódicos que siempre veía al visitarlo.

—Híjole, es que no me gusta meterme en política… Usted ya sabe, ¿no? —me miró con complicidad el dueño del puesto—, usted ya debe de saber qué pasó y por qué. Yo me quedé callado y aquí me dejaron.

Aquel hombre me contó que su puesto de periódicos tenía casi 80 años, un negocio que comenzó con sus abuelos. Su familia vio la inauguración y cierre del Trevi.

—Y entonces, ¿qué pasó? Porque si eran departamentos y varios negocios…— dije, intentando que me contara más.
—Mire, le voy a ser sincero. Cuando las cosas se piden de malas, pues malos tratos recibes, ¿no? Los que vivían ahí pidieron quedarse con gritos y de malas y pues, les sacaron las cosas.
—¿A todos? ¿Y el Trevi?
—Uy, es que los dueños no supieron pedir quedarse… además de que fueron descuidados. Por eso dicen que los abogados estudian nomás para saber cómo chingarse al otro. Yo por eso —y dirigió su dedo índice hacia su boca, indicando silencio— no dije nada… Sí se me acercaron para comprar mi puesto y quitarlo porque no iba con su imagen, pero mire, bajita la mano enseñé mis permisos y lo único que van a hacer es arreglar mi puesto para que vaya con su imagen.

Tenían razón los policías, nadie iba a querer hablar conmigo en la actualidad sobre el Trevi. Parece que solo basta con la indignación de Tania RC, excajera del Trevi y familiar de Julio César Castillo, antiguo dueño de la cafetería, quien denunció todo lo sucedido a través de un post de su perfil personal de Facebook; y con la serie de reportajes publicados durante 2020 sobre el desalojo del edificio.

A veces, la memoria es tan corta y la identidad tan volátil. Ya pasaron cuatro años desde que el Trevi cerró. Cuando salgo del metro y camino por la Alameda, noto que nadie le presta atención al actual edificio y aunque algunas personas recuerdan su café, su comida italiana o su estética, ahora parece un sinónimo del desalojo. Me pregunto si algún día volverá a significar un recuerdo acogedor.

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