“Lo que no nos mata nos hace fuertes, entones yo me siento fuerte para seguir luchando por una vivienda”, cuenta Rufina Zapata, vecina desplazada del edificio Zapata 68, en el Centro Histórico de CDMX.
Si lo que dice Rufina es cierto, entonces la fuerza que ha adquirido es enorme: resistió varios desalojos, fue víctima de invasiones y de desplazamiento por la gentrificación. Pero a pesar de todo, sigue luchando.
Antes de su desalojo definitivo, en 2023, Rufina y su familia ocupaban tres de departamentos — cada uno de 90 metros cuadrados— en el edificio de Zapata 68. En cambio, ahora todos viven en un solo departamento de 45 metros cuadrados en la colonia Morelos:
“Estamos viviendo todos juntos después del desalojo. Ahí vivimos 12 personas, porque en Zapata 68 no solo vivía yo, también mis hijas y mis nietos. Ahora no podemos encontrar otro departamento por el alto costo que hay”, cuenta.
Una vecina histórica en el Centro Histórico
Rufina tiene 70 años. Durante 66 de ellos, su casa fue el edificio ubicado en la calle de Emiliano Zapata.
“Yo llegué a los 3 años a ese edificio. Toda mi vida la viví ahí”, cuenta.
Recuerda que su familia vino a CDMX porque su mamá sufría una enfermedad y en su pueblo natal, en Oaxaca, no había médicos que pudieran atenderla.
Durante décadas, los abuelos de Rufina, sus tíos y, posteriormente también sus hijas y nietos, rentaron distintos departamentos del edificio de Zapata 68. Su casera, la dueña del edificio, era doña Rosario Fernández y Fernández.
En 2002 doña Rosario falleció sin dejar herederos. El gobierno capitalino, entonces encabezado por el hoy presidente, Andrés Manuel López Obrador, expropió el edificio. Pero años después apareció en esecna Francisco Ricardo Piñeirúa, quien se ostentó como albacea de doña Rosario. Allí comenzó la odisea de Rufina, su familia y sus vecinos.
Piñeirúa logró que se revirtiera la expropiación del edificio, se hizo con el control del mismo y, poco a poco, fue expulsando a los inquilinos de los 14 departamentos.
Resistencia contra los desalojos
En julio de 2016 se desplegó en Zapata 68 un operativo de 800 policías con 2 helicópteros. Se trató del primero de 13 intentos de desalojo en los que, con violencia, echaron a los inquilinos sacando sus cosas a la calle.
Pero Rufina no reconoce a Francisco Ricardo Piñeirúa como dueño del edificio. A través de una lucha legal, logró regresar a casa.
En total fueron 13 los desalojos a través de los cuales el presunto propietario logró vaciar el edificio. Rufina fue la última inquilina en ser desalojada.
“Fue muy traumatizante el primer desalojo, entones muchos ya no quisieron luchar”, recuerda. Añade que en el primer desalojo se fueron 10 familias. Las otras fueron saliendo paulatinamente.
“Una de mis vecinas rentó un departamento enfrente. Otros se fueron a Tecámac o a Ecatepec”, cuenta.
De acuerdo con Rufina, la intención del dueño es vender el edificio a extranjeros en el marco de la gentrificación del Centro Histórico de CDMX:
“Todavía el año pasado, que estuvimos viviendo ahí, veíamos que llevaban personas asiáticas a ver el edificio”.
Invasiones ilegales, otro problema para vecinos del Centro Histórico
Además de tener que resistir frente a los desalojos, Rufina cuenta que el edificio de Zapata 68 fue invadido ilegalmente durante la pandemia por presuntos integrantes del crimen organizado.
Con miedo, pero armándose de valor, Rufina decidió permanecer en su hogar:
“Toda mi vida la viví ahí, entre Tepito y La Merced. Se acostumbra uno a ver cosas, va percibiendo diferentes circunstancias en el medio que nos rodea. Vamos viendo y adaptándonos, cuidándonos de todas las situaciones”, explica.
La lucha sigue
Fue en 2023 cuando, tras siete años de lucha, Rufina fue desalojada de forma definitiva del que fue su hogar durante más de seis décadas. Ante ello, tuvo que irse a vivir al departamento que renta una de sus hijas en la colonia Morelos.
Antes esta familia vivía en tres departamentos, cada uno de 90 metros cuadrados. Ahora, todos comparten un espacio de 45 metros por el que pagan $8,000 mensuales.
“Andamos bien apretados. En una recámara duermen cinco: mi hija, su pareja y sus tres hijos. En la otra duerme mi otra hija con mi yerno y dos nietos . Yo duermo en la sala con mi otra hija y mi esposo duerme en un colchón”, relata Rufina.
Sin posibilidades de regresar a su departamento de toda la vida, la lucha sigue. Rufina se unió al Movimiento Urbano Popular. Junto con otras personas desplazadas, conforma una red que sostiene acercamientos con el Instituto de Vivienda de la Ciudad de México para acceder a un crédito que le permita hacerse de su propio departamento:
“Estamos contentos porque estamos todos juntos. Pero esperamos tener una vivienda para que cada qiuen forme su patrimonio, porque están también mis hijas y mis nietas”, finaliza.