El yoga no tiene la culpa, su glamurización sí

El auge del yoga en ciertas zonas urbanas obedece a procesos de geocentrificación y a una gentrificación estética que aleja a esta práctica espiritual de sus raíces.

El yoga no tiene la culpa, su glamurización sí

“¿Alguien aquí no habla nada de inglés?”, dice el instructor de yoga. Hay silencio en este salón de la colonia Roma repleto de personas de distintas nacionalidades, lxs locales son minoría. “Ok, let’s do this”. Una voz con acento argentino se escucha: “¿La clase será en inglés, pensé que estábamos en México?”. Una breve discusión sobre el idioma en que se dará la lección empieza a suceder entre yoguis amateurs. 

En efecto, esta clase es en inglés, así está anunciado en el calendario, y basta con observar a lxs asistentes postradxs en sus tapetes para darse cuenta de que la mayoría son güerxs y angloparlantes. “Pues no estoy de acuerdo, estamos en México, estoy empezando a tomar clases y ni en español es fácil, mucho menos en inglés”, replica la alumna. Este espacio para la relajación se ha puesto tenso y el instructor llega a un acuerdo en dar la clase en los dos idiomas.

Una situación similar se repite en ConPausa, un estudio, también en la Roma, donde Andie Johnson es maestra. Al notar la presencia de extranjerxs, ella pregunta: “¿Alguien aquí no entiende español?”. “Yes, we don’t”, responde uno de los alumnos mientras señala a sus amigos que han ido con él a clase. “Well, in this class we speak Spanish, so, follow me!”, dice Andie.

“Hasta enero de 2023, no existían clases en inglés en los estudios donde trabajo”, asegura Johnson, mientras revisa su agenda en el teléfono. “Pero sé que desde la pandemia se abrieron clases para extranjeros, a nosotras no nos pagan más por dar clases en inglés”, explica.

Andie Johnson es maestra de yoga en distintos estudios de la CDMX. Foto: cortesía Andie Johnson

Hay estudios en la CDMX que incluso, dice Andie, tienen más clases en inglés que en español. Estos son propiedad de extranjerxs y acuden expats. “Yo he ido a clases de yoga en otros países y difícilmente dan la clase en español si no es la lengua natal. Solo me ha tocado verlo en Miami”. Es por eso que ella defiende el idioma aún cuando hay angloparlantes en sus clases. No obstante, el mercado del wellness no siempre funciona así en la ciudad, distintos estudios han optado por adaptar sus clases para crear ambientes más cómodos y atractivos para estos nuevxs habitantes.

Anna Vanzani, fundadora de Atma Yoga, abrió su estudio ubicado en la calle Yucatán en el año 2021; en 2023 estrenó otra sede en Polanco. Es un centro de enseñanza donde se da yoga, meditación, clases de respiración y certificaciones.

Atma tiene alumnxs de Estados Unidos, es por eso que desde que abrió sus puertas, hay clases en inglés. “Obedece a la calidez que tenemos en México, del ser latinos, y en Atma cultivamos mucho esto. Mi socio y yo vivimos en el extranjero, vivimos fuera y esta es la manera de dar esa reciprocidad para que esa gente que llega sin conocer a nadie se sienta como en casa”.

Para Anna Vanzani y su socio, desde que abrieron Atma era claro que debían tener clases de yoga en inglés, sabe que esta decisión obedece a un modelo de negocio creciente “porque hay mucha gente (angloparlante) que quiere una clase en su idioma, pero lo advertimos. Y si alguien entra en una clase donde no habla el idioma, se apela a la tolerancia”, explica.

Anna Vanzani es fundadora de Atma Yoga, donde también da clases. Foto: cortesía Anna Vanzani
Anna Vanzani es fundadora de Atma Yoga, donde también da clases. Foto: cortesía Anna Vanzani

El yoga y la gentrificación

Eduardo Salles, cocreador de Pictoline, dijo en un tuit que los cuatro jinetes de la gentrificación son: “Un café con cold brew, una galería de arte, un restaurante vegano y un lugar de yoga”. Hay memes que refuerzan esta idea, pero ¿por qué se asocia al yoga con la gentrificación?

No existe uno sino varios factores que responden a esto. Si nos vamos a lo histórico, el yoga es una disciplina originada en India, y en sánscrito significa “unir”, “conectar”, el cuerpo con lo mental y lo espiritual, y data de entre el 10,000 y 5,000 antes de Cristo, pero en los años 1960, el interés de Gran Bretaña por la cultura de la India hizo que se “modernizara” esta práctica, de ahí llegó a Estados Unidos, y la forma de capitalizarla, también.

La aparición de estudios de yoga, no únicamente en México sino en diversas ciudades del mundo, se ha vuelto un signo de gentrificación porque a pesar de ser una disciplina en la que irónicamente se trabaja lo espiritual, el desapego, y en la cual no se requiere un gran equipamiento para desempeñar (solo un tapete y ropa cómoda), se ha creado toda una industria de lujo alrededor de ella.

Lo que sufre el yoga actualmente y que ha alejado aún más la práctica de sus raíces culturales, es que se glamuriza de la misma forma que ha pasado con la comida, con la vivienda y se suma como otro símbolo de gentrificación. 

“Aquí podemos hablar de una gentrificación estética, la cual se refiere a la apropiación y comercialización de ciertas partes de la práctica sin respetar ni comprender su significado ni los orígenes culturales”, explica Srikandha Kandimalla, articulista de The New University, de la Universidad de California.

“La respuesta es fácil: porque es una práctica cara”, explica Franco Avelar, maestro de yoga. “Dentro del mundo fitness, el yoga es de lo más caro, obedece a patrones de consumo de clase media y alta. Hay mats que cuestan hasta 7 mil pesos, las marcas exclusivas de ropa para yoga son costosas. La gente mexicana que lo practica suele tener estabilidad económica y, con la geocentrificación, entran los extranjeros, que tienen ese poder adquisitivo para pagar todo esto”. 

Franco Avelar es instructor de yoga desde hace cuatro años. Foto: Cortesía Franco Avelar
Franco Avelar es instructor de yoga desde hace cuatro años. Foto: Cortesía Franco Avelar

Marcas como Alo, Lululemon, Liforme, dan fe de lo costoso que puede ser un atuendo para hacer yoga. A la par, el precio de una clase en estudios con profes certificadxs ronda los $350; una mensualidad, los $3,500, y la anualidad puede llegar a los $25,000. “El hecho de que cada vez más personas extranjeras practiquen esta actividad hace que los precios de las clases suban. Las certificaciones también se han encarecido, están en 80 o 90 mil pesos y no todos podemos pagar eso”, cuenta Franco.

Es real, en Estados Unidos tanto la cultura de practicar yoga como la de gamurizarlo está inmersa, y con las nuevas migraciones esto nos está llegando a la CDMX. De acuerdo con un artículo en The Atlantic, titulado “Why your yoga class is so white? (Por qué tu clase de yoga es tan blanca)”, uno de cada 15 estadounidensxs practican yoga, y cuatro quintas partes de este grupo son personas de piel blanca. De ahí que ver tantxs güerxs ahora ya no sea algo tan novedoso como antes en los estudios de yoga de la ciuduad.

Dejando de lado los costos, de acuerdo con Adrián Hernández Cordero, jefe del departamento de sociología de la UAM Iztapalapa, algo que ocurre con los estudios de yoga en zonas gentrificadas es similar a cómo se afecta el comercio en pequeña escala. “Lo vemos más claro en Europa, en Alemania, cómo esos mercados se transforman y pollerías, pescaderías, verdulerías y se transforman y empiezan a vender comida rápida que está pensada para los turistas”. 

Foto: cortesía Anna Vanzani / Atma Yoga
Foto: cortesía Anna Vanzani / Atma Yoga

Explica que lo que vemos en el caso mexicano es esta transformación de comercios tradicionales, populares y la aparición de comercios vinculados con las demandas de la clase media (cafés de especialidad, restaurantes de cierto perfil, estudios de yoga). “Es un fenómeno porque los habitantes de la clase media tienen una perspectiva de distinción con un capital para adquirir y que los hace diferente al resto”.

Lorena Umaña, doctora en ciencias políticas de la UNAM, explica que hay otros actores que dicen que el proceso de gentrificación no solo implica el proceso de desplazamiento: “Implica una transformación en entornos culturales y en entornos económicos”. 

“Y para el proceso de gentrificación normalmente ocurre en espacios que están abandonados, que necesitan ser revitalizados. Por eso normalmente ocurre en espacios que están descuidados, que necesitan un proceso de revitalización y ocurre fundamentalmente en el inicio de procesos históricos de muchos lugares del mundo”, dice Umaña. 

Justo así ocurrió con Atma Roma, nos dice Anna Vanzani, pues el espacio que ocupa su estudio no desplazó a nadie, sino que llegó a rehabilitar el edificio.

En esta época en la que vivimos, entrarle a la cultura del bienestar, cuesta. Tener un espacio para ejercitar el cuerpo y calmar la mente es un verdadero lujo y un privilegio al que no muchas personas pueden acceder. “La industria del bienestar occidental ha adoptado prácticas de las comunidades indígenas y las ha convertido en bienes de lujo comercializados. Como resultado, las empresas de bienestar crean exclusividad y marginan a las mismas comunidades de las que se originaron estas prácticas”, señala Kandimalla en su texto.

El yoga, una disciplina popular que goza de reconocimiento por sus beneficios, es un ejemplo de ello y sirve como representación general de cómo la cultura occidental del bienestar es exclusiva, es mercantilizada y, desgraciadamente, se ha vuelto un símbolo de la gentrificación.

Imagen: Shutterstock

Pluriculturalidad e intercambio social

En los cuatro años que Franco Avelar ha dado clases de yoga, ha notado que desde hace dos años, según la zona, hay más extranjerxs. “Si te das cuenta, en la clase que acabo de dar aquí en la Roma, la mitad eran mexicanos y la mitad de otro país. En Zona Esmeralda, en el Estado de México, solo va la gente que vive ahí. En Santa Fe casi no hay extranjeros, solo un 20% es de afuera”.

Algo similar le ocurre a Andie Johnson. Cuando da clases en Secret Room de Polanco, son mayoría de México, pero en Secret Room de la Roma, las y los extranjeros son más del 50%: “La mayoría no suelen hablar casi nada de español, pero cada vez son más los que lo entienden y lo hablan poquito ya. Incluso cuando voy al gimnasio en la Roma, me siento como en otro país, donde se habla inglés y gente de Estados Unidos, Australia, Canadá, hace su comunidad para hablar en inglés”.

Aunque el inglés es un idioma que tanto Andie como Franco hablan fluido, sí llega a representar una dificultad cuando tienen que nombrar partes específicas del cuerpo (“isquión”, “empeine”, “escápula”). “Debería ser un esfuerzo mutuo, uno como maestro tiene que adaptarse, pero también los alumnos deben saber que están en México y no es nuestro deber hablar inglés o no es nuestro deber adaptarnos a ellos sino ellos a nosotros”, dice Avelar.

Anna Vanzani explica que este fenómeno que estamos viviendo en la CDMX tiene sus cosas buenas y malas, “como esos restaurantes que rayan en la exageración de que llegas y te hablan en inglés. Si tú vas a París te hablan en francés y hazle como puedas. Pero creo que el hecho de que venga más gente (de afuera) a vivir aquí habla también de una evolución de la ciudad”.

En Atma, dice Anna, se ha creado una comunidad entre personas de otros países, que se conocen en el yoga y luego crean lazos fuera de clase. 

Dentro de los estudios de yoga, cada vez hay más clases en inglés. Cada vez hay más profes extranjerxs que están trabajando ahí. Y las lecciones cada vez son más caras. Esto lo corroboran Franco y Andie. A la vez, entre las ventajas que hay con esta ola de nuevxs habitantes está la pluriculturalidad. Ambxs han podido conocer gente de otros países, han conectado con otras culturas, pueden practicar sus idiomas. “En cuestión social-humana hay un intercambio de valor muy grande, pero en cuestión económica de trabajo, sí está afectando a los maestros, está encareciendo las clases y al final, menos gente podrá hacer yoga”, reclama Franco.

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