Ante el alza del precios de las rentas como producto de la gentrificación, El Rápido, un taller de reparación de calzado con 40 años de historia, sobrevive haciendo chambas en la calle, un espacio que no se puede privatizar.
Aquí, Silvia Pinal mandaba a reparar sus zapatos. Salma Hayek también fue clienta. Ernesto Gómez, Cruz, vecino de la Roma, también traía su calzado. Y hasta el mismísimo Óscar Chavez se echó un palomazo cuando vino por los servicios de Don José y Don Martín.
Pero en 2019, estos zapateros fueron echados a la calle al no poder pagar la renta. Actualmente el local que alquilaban lo ocupa una galería de arte y boutique que paga cinco veces más.
Aún así, El Rápido resiste reparando zapatos, bolsas, chamarras, maletas, mochilas y más afuera del que fue su changarro durante cuatro décadas.
El Rápido, un taller que le hace honor a su nombre
Don José Arturo Morales abrió el taller El Rápido en 1988. Originario de Comitán , Chiapas , aprendió el oficio de zapatero desde los 7 años de edad. Empezó ayudándole a su padre a fabricar sandalias, alpargatas, y zapatillas. Luego, en 1968, llegó a la Ciudad de México para estudiar en la ESCA del IPN y se unió al movimiento estudiantil que revolucionó a México ese año. Durante décadas trabajó en tiendas de ropa y cosméticos hasta que la necesidad económica de pagar los estudios de sus hijas lo hizo volver a oficio.
«Tenía que darles para los libros, el transporte y lo que comían en la universidad. Entonces dije: “¿A qué recurro?”. Y pues recurrí a lo que sabía yo hacer», recuerda.
Con don José trabaja el señor Martin Cervantes Lemus, quien aprendió a reparar cosas de forma autodidacta desde los 10 años.
“No hay cosa que no le pueda arreglar a un zapato, a un tenis o a una chamarra. Aquí nunca decimos no se puede. Aquí todo se puede”, presume.
También presume que el taller le hace honor a su nombre. Las reparaciones de calzado, cinturones, bolsas, mochilas, maletas y cualquier otro artículo se hacen al momento si son sencillas. Y para trabajos más complejos tratan de entregar en un plazo máximo de dos días.
Y llegó la gentrificación
José y Martín dicen que el trabajo no les falta. Llegan a hacer hasta 40 reparaciones diarias. Pero aún así, el negocio tuvo que cerrar cuando el edificio donde se encontraba su local, en la calle Campeche de la colonia Roma, se vendió y cambió de dueño.
“Vendieron el edificio y nos lanzaron porque pagábamos una renta muy baja. Ahí es donde entra la gentrificación”, relatan.
Ocurrió en 2019. En esa época José pagaba $6,500 de renta. Hoy el local que ocupaba lo renta una galería de arte y boutique por $33,000.
“Deben vender muy caro porque ya llevan como tres meses y no veo que nadie compre nada de lo que tienen”, comenta.
José ocupó el mismo local durante 40 años. Ahora, en menos de cinco, en lugar ya fue clínica dental y tienda de ropa, negocios que no aguantaron los precios de las rentas.
Casi enfrente, en la esquina de Campeche y Medellín, hay un local que lleva tres años sin rentarse; piden $40,000 de alquiler.
“Nunca pensamos que nos llegara a pasar”
Sin embargo, el fenómeno de la gentrificación no es nada nuevo para José.
En 1988, cuando llegó a rentar un local en la Roma, pagaba $250 de alquiler. Cuenta que en esa época las rentas estaban congeladas, por lo que los precios no incrementaban. Pero luego las cosas cambiaron.
“Las rentas las descongeló Carlos Salinas de Gortari al salir de su gobierno, disque para que hubiera inversión inmobiliaria”, recuerda.
Aquella vez, tal como ahora, hubo una ola de desplazamientos como producto de la dinámica del mercado inmobiliario:
“En aquel entonces los lanzamientos fueron por millares, principalmente en colonias populares, como la Guerrero, la Santa María. Hubo algunos por la Villa y luego acá en la Roma. Fue una cosa muy fea, pero nunca pensamos que nos llegara a pasar”.
Pero lamentablemente, pasó.
Contra viento, marea, lluvia y gentrificación
De forma paralela a su expulsión del local que rentó durante 40 años, José y Martín sufrieron el robo de sus instrumentos y herramientas de trabajo.
“Nos robaron la maquinaria: el banco de acabado, los anaqueles metálicos, ormadoras, cortadoras y materiales. Todo lo perdimos de la noche a la mañana. Lo único que teníamos era esta maquinita y con eso trabajamos desde entonces”, dice mientras señala una máquina de cocer colocada en la calle.
De lunes a sábado, José y Martín se colocan en el cruce de las calles de Campeche y Medellín con nada más que banquitos, su máquina de cocer y sus herramientas.
Durante todo el día reciben clientes gracias a la fama que se han ganado a lo largo de los años. “Mi abuelita venía con el señor a reparar sus cosas”, cuenta una de las clientas.
Además de trabajar rápido y hacer trabajos de calidad, José y Martín son famosos por dar buenos precios. Hacen chambas desde $40, y aseguran que cobran en $350 un trabajo que con otros sale en $800.
El taller El Rápido se ha sobrepuesto a la gentrificación, al robo de sus herramientas y hasta al clima. Trabajar en la calle en tiempos de lluvias ha sido todo un reto. Mientras Martín trabaja en la máquina de cocer, José barre el agua con una escoba para evitar que los charcos lleguen hasta sus herramientas.
“Cuando empieza a llover hay que recoger todo, nos hacemos a la pared y ahí le seguimos. Ahí tenemos unas lonas de ahora que fue la elección y acomodamos para que no nos llegue tanto la lluvia”, cuenta José.
El taller El rápido cuenta con una licencia temporal para trabajar en la vía pública. Su próximo objetivo es tener al menos un puesto de lámina para resguardar sus cosas. Actualmente los dueños de una tlapalería les permiten dejar allí sus máquinas y herramientas para no tener que cargarlas todos los días hasta sus casas.
Pero su sueño es volver a tener un local ten la colonia donde han trabajado toda la vida:
“Seguimos con la esperanza de que vamos a conseguir una accesoria. Pero la queremos aquí, porque aquí ya somos conocidos”.