El origen del término Godínez
Por: Colaborador
A las ocho de la mañana, el Metro hierve todos los días. Personas con tacuche (o traje satre), gafete y un recipiente envuelto en una bolsa de súper desafían todas las leyes de la física para poder subirse al gusano naranja y checar su asistencia puntualmente en sus trabajos. Los godínez llegaron ya (y no precisamente bailando cha cha cha).
Pero, ¿por qué se les llama así? ¿acaso existe un santo que tenga este apellido y que a diario le pedimos que nos cumpla el milagrito de las quincenas? ¿habrá un santuario dedicado a él, donde todos los godínez vayan de rodillas a pedirle un aumento? ¿o será que en algún rincón escondido de México habite Godínez, el primer empleado de la historia y en honor a él adoptamos este apodo?
Pues no, ni uno ni otro. Nos pusimos a investigar arduamente el origen de este término y esto fue lo que encontramos:
Los antepasados de los godínez
El origen de línea evolutiva de los godínez en México se remonta a los años 60. Sí, resulta que no es tan nueva la cosa. Entrevistamos al maestro Fernando Bermúdez, quien estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana, la Maestría en Diseño para Teatro con especialidad en Vestuario en New York University-Tisch School of the Arts y un posgrado en Terapias de Arte Creativo en The New School University, y nos platicó un poco sobre los ancestros de los godínez.
Resulta que durante esa década, quienes les antecedieron se hicieron populares gracias a la telenovela Gutierritos. En ella se retrata a Ángel Gutiérrez, un tipo bonachón, chambeador, pero con poco carácter, cuya esposa e hijos lo consideraban un mediocre. En su trabajo tampoco cantaba bien las rancheras, pues su jefe siempre se lo traía de bajada. El pobre tipo era como una apología a la mala suerte.
Este melodrama fue muy atípico, como nos platicó el maestro Bermúdez, ya que “a pesar de que María Teresa Rivas hizo un papel extraordinario, tenía un protagonista masculino, que es considerado como un ‘loser’ del tiempo. Retrata esa clase media mexicana que trabaja bajo el control de un jefe demasiado déspota, al cual debe aguantar para conservar su puesto y satisfacer las pretensiones de su familia”.
Su lema se podría resumir así: en la guerra, el amor y la lucha por un status social, todo se vale. “Esta telenovela nos habla del crecimiento de la clase media y cómo se articulan nuevas problemáticas alrededor de él”.
Pobre, pobre Gutierritos.
De igual forma, entrevistamos a la señora Mayola Pérez Carpy, quien ha impartido clases de historia durante 48 años en escuelas como Instituto Godwin, Instituto Miraflores, Tec de Monterrey, Colegio Oxford, La Salle del Pedregal y en el Instituto Canadiense. Ella nos comentó que a raíz de este boom de la clase media y de sus intenciones por mejorar su nivel de vida, no se dejaron esperar las inconformidades sociales. La gente ya no quería “pan con lo mismo”, sino que buscaba tener una mejor calidad de vida.
El godinato
Bien, vayamos a lo que nos concierne. ¿Cómo es que surgió el término “godínez”? Consultamos con dos lingüistas del Colegio de México: Raúl Ávila, doctor en Lingüística y Literatura Hispánicas, cuyas líneas de investigación están basadas en el lenguaje de medios masivos, diccionarios para la educación básica y la sociosemántica, y a Luis Fernando Lara, quien también es doctor en Lingüística e investigador en semántica, lexicología y lexicografía. Ambos nos dijeron que no era posible asegurar un origen preciso.
Sin embargo, existe la leyenda urbana que asegura que algún ocioso vio el Chavo del 8 y que reconoció las características de los burócratas en Godínez, ese niño que vestía de overol, camisa amarilla y gorra, y que nomás no daba una en la clase del profesor Longaniza, (perdón, Jirafales).
Ese pequeñín era torpe, despistado, ignorante y constantemente angustiado por no saber la respuesta correcta. Pronto todos se subieron al tren del mame y llamaron así a quienes trabajaran de sol a sol en una oficina, fuera privada o de gobierno.
Claro, en la actualidad un godínez no necesariamente es así. Nos unen más cosas como los gafetes, los botes de crema y la felicidad por la llegada de la quincena, las tandas y los viernes chiquitos. Y un profundo (repito, profundo) odio a los lunes, a los bloqueos de Sistemas para que puedas ver el fut o tus redes sociales y a la insoportable angustia que generan esas horas de espera para que depositen.
¿Y cómo es él?
Seamos realistas, es común que en nuestro país apodemos a la gente según su posición económica, su educación o su status social. Tal es el caso, como nos platicó el maestro Bermúdez, de otras palabras como: lépero, naco, pelado, que ya tienen más añitos en nuestro lenguaje. Es decir, agrupamos características y… ¡tómala! Clavamos el apodo.
En godínez se resume al “tipo que ocupa un puesto medio, que no tiene mayores aspiraciones, que es cumplidor, pero muy elemental. Agrupa a todo este grupo poblacional de una manera psicográfica, casi mercadológica”.
Todos estos términos podrían sonar clasistas. “Desgraciadamente nuestra cultura está abocada a construir este tipo de narraciones que no son incluyentes. Sin embargo, sirven para la comunicación social, ya que homologan una descripción del otro que todo el mundo entiende. Una realidad desafortunada que no deja de ser verdad”.