De madrugada, el tabasqueño llegó al edificio haciendo ruido con el golpe cansino de sus plataformas. César, que trabajaba en su computadora, le abrió y lo ayudó a entrar a su cuarto. Horas más tarde, oyó un forcejeo en la puerta: era Quetzal.
-¿Estás crudo? -se limitó a decirle al abrir la puerta.
-Sí.
Quetzal se dio la vuelta. Más tarde, César fue al cuarto de su amigo.
-¿Otra vez estás chupando?
-Vete -respondió Quetzal molesto.

Al salir de la recámara, César pateó un vaso. Lo levantó. Olía a vodka. Estuvo ahí toda la mañana oyéndolo ir de la cocina al baño, del baño a su cuarto. César salió a comer a la Condesa y volvió a la tarde. Quetzal seguía tomando. Furioso, le dijo: «La ciudad es para la gente que lucha. Si no puedes, lárgate a alivianarte a Villahermosa.»

César salió de casa nuevamente. Al regresar, hacia la una de la madrugada, el diseñador estaba tirado en su sillón rojo. Lo tocó para ver si estaba bien: «Pasó por mi cabeza que se había ahogado. Yo ya estaba muy temeroso.» Pero Quetzal, desperezándose, metió su mano a una bolsa de papas y volvió a quedarse dormido. «Se había tomado una botella de Smirnoff que tenía escondida», añade César.

El viernes 12 de septiembre a las 11:30 am, Quetzal despertó por una llamada de Arturo Mizrahi. Le pedía estar a las 5:00 pm en Elaboratorio. Quetzal se levantó y se puso la playera rosa que había usado en el Contramar. «Ya no estaba tomado y me hizo bromas», dice César. En ese momento sonó el timbre. Era Seher, un amigo grafitero que venía a visitarlos. El diseñador le aventó las llaves y le pidió que antes de subir comprara cervezas en el Oxxo de la esquina.

De regreso, las destaparon y hablaron sobre diseño. En ese momento, Amalia, administradora del edificio, tocó a la puerta para que pagaran la renta. Quetzal se negó levantando la voz: «no tengo efectivo», argumentó. Además, la mujer reclamó que el tabasqueño colmara la paciencia de los vecinos por sus gritos y los zapatazos en la duela. Para calmarla, César intervino comprometiéndose a hablar con Quetzal para que pagara. La señora Amalia se fue satisfecha.

A las 3 pm, todos menos Quetzal salieron de casa. «Regresen para echarnos las chelas que faltan», les dijo a sus amigos, que se iban a comer. Un rato después, César atendió su teléfono en el Mercado de la Condesa: del otro lado del celular, le pedían que volviera rápido al departamento: Quetzal se había caído y estaba tendido en el patio de la portera. Desesperado, llamó a Arturo Mizrahi, amigo en común, para que lo acompañara al edificio.