Un final conocido
En la radio de su auto, Alberto escucha un sonido angustiante, al que se monta una voz fría: «alerta-sísmica alerta-sísmica.» El semáforo de Insurgentes Centro parpadea y descontrola a los coches.
En el estado de Guerrero las estaciones sísmicas registran un temblor mayor a ocho grados y la onda viaja por la corteza terrestre a ocho kms por segundo. Un minuto después, los 78 acelerógrafos del DF trazan el mayor temblor capitalino del que se tenga memoria. Escuelas, estaciones de Metro, oficinas, emisoras de radio y TV y hospitales oyen la alerta pero pocos atinan a alejarse de ventanas y objetos sueltos, protegerse bajo escritorios, localizar la ruta de evacuación. Nadie conserva la calma.
Los oficinistas de pisos altos bajan a trompicones. Algunos caen y son pisoteados. Nadie les dijo que en los seguros edificios corporativos más vale permanecer ahí. Otros, incautos, toman los elevadores y se atoran porque en la ciudad se va la luz.
México está en el Cinturón de Fuego del Pacífico, la zona con más actividad de placas tectónicas del planeta.
Alberto da un volantazo y siente el golpe atroz de un auto contra su puerta. Herido, abre los ojos: junto a él, otros dos autos chocan cuando buscan ganar el paso en el cruce de San Cosme, cuyo semáforo está apagado. Los jóvenes y niños lloran, gritan. Y los ancianos recuerdan septiembre de 1985 y sus 7.8 grados Richter. Por lo visto, aquel jueves a las 7:19 am sirvió de nada. Fueron insuficientes las veces que los niños recibieron instrucción para alejarse de ventanas y cables de la luz. Y entonces hoy hay electrocutados, cuerpos bajo los muros.
Las autoridades se exoneran recitando pizcas de ciencia: México está en el Cinturón de Fuego del Pacífico, la zona con más actividad de placas tectónicas del planeta. «No obstante, con toda la fuerza de la ley castigaremos a los constructores de edificios donde compatriotas murieron», exclama el presidente en cadena nacional.
La tumba de multitudes son los 15 mil departamentos creados desde 2004 en las delegaciones Cuauhtémoc, Benito Juárez y Venustiano Carranza. Ese año se aprobó el Reglamento de Construcciones, pero ¿quién verificó si se cumplía? Esos muertos, profesionistas con solvencia, tenían un seguro de muerte en sus viviendas: para ahorrar unos pesos los constructores usaron angostas y endebles varillas.
Si en 85 cayeron 750 edificios, hoy los cálculos van más allá: 2,000, 3,000…
«Hay edificios de ocho pisos en la Condesa o Polanco que a simple vista causan terror. No se sabe si son seguros, pues la autoridad carece de planos», alertó, años antes, el ingeniero sísmico Eduardo Reinoso —dueño de la empresa Evaluación de Riesgos Naturales—, a quien el GDF pidió revisar inmuebles de dudosa calidad.
Los edificios dañados en 85 nunca reparados —en San Rafael, Santa María la Ribera, Juárez y Roma— son un foco trágico. Cuauhtémoc aceptó en 2008 tener 518 inmuebles de alto riesgo. No fueron demolidos y de ellos ahora sólo hay despojos. Sólo en la Roma caen 15 inmuebles con cuarteadoras de las que el GDF tenía registro y otros 700 terminan con los ventanales caídos aprisionando gente. La TV exporta al mundo pisos como sándwich que escupen cuerpos y andrajos.
«Los edificios de cinco a 12 pisos son los más vulnerables. Del primero o segundo quizá escapas; desde el sexto ya no», lamenta el ingeniero sísmico de la UNAM Mario Ordaz Schroeder. Justo esos edificios se vendieron a plazos bajo los mandatos de Zedillo, Fox y Calderón. Del Caminero a Indios Verdes las ambulancias transitan desquiciadas; en cada hospital la respuesta es una: «no hay lugar.»
Si en 85 cayeron 750 edificios, hoy los cálculos van más allá: 2,000, 3,000… Sobre el subsuelo acuoso de Xochimilco y Tláhuac tampoco quedan en pie inmuebles de más de seis plantas. «Iztapalapa es muy riesgosa por los daños del hundimiento a los edificios», reclama el sismólogo Ordaz. Cada año se habían hundido de 20 a 30 cms. El oriente desfallece por las infecciones que causan los cuerpos abandonados
Las fugas de gas obligan a evacuaciones urgentes, pero la Cruz Roja y Protección Civil se preguntan: ¿a dónde llevar a la gente?
Sin luz, negocios y bancos cierran. Se producen saqueos y hay anarquía en el sistema financiero. Cae la primera noche, la segunda, la tercera, y no hay tregua: dos réplicas del terremoto aniquilan la fe. El agua de la ciudad, bombeada desde las zonas más bajas, no llega a los hogares porque la luz no volverá. Entonces, la peste.
Una semana después todo es piedra sobre piedra. Alberto y otros seres como espectros buscan a sus familias sobre una macabra alfombra de escombros.
FUENTES: Academia Mexicana de Ciencias, Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Evaluación de Riesgos Naturales, Secretaría de Protección Civil DF, Servicio Sismológico Nacional y Sistema Nacional de Protección Civil.