Si eras de familia numerosa y/o de recursos limitados o tus papás eran medio marros, seguramente cursaste la educación media básica, o séase la secundaria, en una escuela de gobierno. En estas pequeñas cárceles pasaba de todo, desde bullying manchado (cuando todavía esa palabrita ni sonaba) hasta las primeras aventuras sexosas, en pleno hervidero hormonal. Aquí les dejemos algunas de las cosas que seguramente te tocó vivir si asististe a una secundaria pública:
Eras “perico” o “cucaracha”
Nada de colores “nice” como en los colegios “de paga”: los que fuimos a secus públicas sólo teníamos de dos sopas: uniforme verde (pericos) o uniforme café (cucarachas, tamarindos). Esta diferencia en el color del uniforme ahora podrá parecernos tonta, pero en aquellos tiempos era toda una Civil War y significaba que eras de secundaria “diurna” (quesque más finolis, ay, par favar) o de secundaria técnica, que eran como un Conalep en chiquito y hasta himno aparte tenían. LOL.
Éramos los mejores poniendo apodos
¿Quién dijo que la inteligencia y la creatividad sólo se miden en las calificaciones de la boleta? En la secundaria aprendimos a poner los mejores apodos, como “El Lincon” (el incompleto, para los chaparros), la cárcel (porque tenía un chingo de barrotes), o variaciones de los nombres como “Benjamón” o “Balleni” si había algún Benjamín o Jenni pasados de tamales. Por supuesto, los apodos también le tocaban a los maestros (en mi secu, por ejemplo, al de mates le decíamos “el monomio” porque parecía changuito, JAJAJAJA).
Fuimos a las primeras “tardeadas”
¿Irse de antro? Nah, nosotros íbamos a las tardeadas, algunas de ellas en salones de fiestas o incluso en la misma secundaria (porque #BajoPresupuesto). Se rentaba un sonido y ponían la música más chida del momento (a los que andamos arañando el tercer piso nos tocaban los hits de Techno Total y el boom del eurodisco). Además como eran organizadas por la misma escuela y estábamos chavos obvio no se podía tomar, así que agarrábamos la fiesta con refresco (aunque más de un listillo y malote se las ingeniaba para meter sus primeros chupes). Como su nombre lo indicaba, eran en la tarde y se acababan tempra, porque todavía éramos unos chamaquitos nalgasmiadas.
“Put@s l@s de la tarde”
En la secundaria vivíamos en eterna rivalidad: no sólo con los de secundarias de otra modalidad (diurnas contra técnicas) sino también entre los diferentes turnos: los de la mañana teníamos la idea que en la tarde iba puro marginado social (y seguro los de la tarde pensaban que los de la mañana éramos unos mamoncitos). La prueba más fiel de esta rivalidad eran los mensajes que se dejaban en los baños, que siempre estaban rayados con finísimas leyendas como “putas las de la tarde” o “pendejos los de la mañana”. Eso también podían amanecer rayado o hasta tallado en nuestra butaca como recordatorio de que alguien más se sentaba en nuestro preciado lugar.
Fuimos a talleres inservibles
Nada grita tanto “secundaria de gobierno” como haber asistido a talleres que poco o nada contribuyeron a nuestra vida. Okei, había algunos útiles como “secretariado” (en algunas secundarias se llamaba taquimecanógrafía) en los que te enseñaban cómo escribir en el teclado con todos los dedos, pero, ¿quién realmente utilizó sus conocimientos de talleres como carpintería? ¿Se necesita tomar un taller de electricidad para cambiar un cochino apagador? ¿Alguien terminó cautivado por los números gracias al taller de contabilidad? Si hay alguien que sí, pues qué padre, pero a la mayoría nos sirvió para dos cosas: para nada y para nada.
Las peleas a la salida
Por supuesto, también éramos unos expertos en el bello arte de repartir guamazos. En las secundarias públicas, donde había un prefecto por cada 100 engendros, había que aprender a defenderse por cuenta propia si se quería sobrevivir. Si ya de plano eras un nerdo (como yo), podías intercambiar favores —como en la cárcel— y le hacías la tarea a los más gandallas a cambio de protección. A la salida nunca faltaban los agarrones que no eran exclusivos de los chavos, también ellas se daban sus buenas patadas, jalones de pelos y hasta le entraban al puñetazo limpio, hasta que algún adulto amargado llegaba y acababa con el sano entretenimiento o hasta que los amigos los separaban para que la cosa no pasara a mayores.
Nuestras clases de educación artística era bien chafas
Aceptémoslo, con el poco presupuesto que había en las secundarias de gobierno, lo que menos les interesaba era enseñarnos artes. De repente podríamos hacer alguna obra chafita, medio pintábamos alguna cosas ahí toda fea con acuarelas y por supuesto, aprendíamos a tocar Las Mañanitas o El Himno a la Alegría en la flauta, que era para lo que daba nuestra flamante formación en las artes. No pos guau.
¿Qué tal, se trasladaron al pasado? ¿De qué otras cosas se acuerdan ustedes? ¡Rolen esta nota entre sus amigos de la secu que todavía conservan y que seguro tienen en Facebook, para que se acuerden de los viejos tiempos!