No todo es demagogia en la lucha contra la impunidad. Las experiencias exitosas de otras ciudades, más las ideas de los especialistas, dibujan un largo y arduo camino por recorrer… Ya somos lo bastante maduros para caminarlo.
Nos guste o no, los gobiernos no hacen el cambio. No lo hacen las ideologías. No lo hacen los sistemas económicos. No lo hacen los programas educativos. El cambio lo hacen las personas. El cambio inicia por combatir el cinismo.
Está bien gritar «¡Ya Basta!» a las instituciones. O lanzarles el lapidario «Si no pueden, renuncien…». Pero se trata de no quedarnos tranquilos; no decir ya marché, que el gobierno haga lo suyo.
Este trabajo no pretende otra cosa que señalar los pasos a seguir, como ciudadanos, para lograr la evolución que esperamos en las instituciones. Hay señales optimistas para no quitar el dedo del renglón: el hartazgo de la gente ha modificado la agenda del gobierno. En pocas semanas el foco se ha puesto en el combate a la delincuencia y a la impunidad. Debe seguir así.
De todos los académicos y especialistas en la materia que entrevistamos por separado, retomamos seis puntos comunes que proponen para este fin. No es que cada uno los tenga ennumerados de esa manera, pero nuestro trabajo editorial consistió en detectarlos para que el ciudadano “de a pie” pueda manejarlos. Es destacable que todos coincidan en la necesidad de crear un Observatorio Ciudadano, mismo que explicaremos más adelante.
Por último, mostramos los casos de Palermo, en Italia y Bogotá, en Colombia, ciudades que hasta hace pocos años vivieron asoladas por la delincuencia organizada y ahora han logrado revertir la descomposición social.
En ambas, para lograr el cambio, la sociedad, guiada por líderes honestos, pasó del hartazgo pasivo a la acción. A no tolerar el cinismo.
Dos ciudades, dos casos de éxito
Cuando la lucha del Estado contra los capos del narcotráfico es percibida como una serie de violentísimas e interminables escaramuzas contra un fantasma omnipresente y omnipotente, conviene voltear a ver el ejemplo de Palermo, Italia.
La capital de Sicilia fue, durante décadas, el territorio cuasimítico de la mafia, en el que la Cosa Nostra expresaba con toda contundencia su poder de corrupción. Nada, en la esfera empresarial y política de la ciudad, transcurría ajeno a las riendas de la gran delincuencia, y la actividad de los pistoleros había enajenado las calles a la población inocente.
A mediados de los 80, un grupo de jueces, encabezados por el superfiscal antimafia Giovanni Falcone, comprendieron que Palermo necesitaba un cambio radical en el proceder del sistema de justicia: debía trascender su papel como mero represor del crimen y asumir la vanguardia de una especie de liberación civil. Se registraron, por ejemplo, juicios colectivos en los que decenas de criminales recibían sentencia de un jalón, y capos que pocos años antes se hubieran considerado intocables empezaron a caer. El costo a pagar fue alto, por supuesto. La violencia intimidatoria se intensificó. Falcone y su sucesor, Paolo Borsellino, fueron asesinados con bombas en 1992.
Pero el impulso de la justicia no cesó —se llegó a hablar de una “revuelta legalista”— gracias, sobre todo, al apoyo de la ciudadanía, que tomó una postura. Al ver que la justicia rendía cuentas, la población se organizó para apoyarla y mostrar repudio a la delincuencia. Se crearon plataformas o centros antimafia que agrupaban a los más diversos individuos —y líderes políticos— y lo mismo realizaban trabajo comunitario —con el objetivo de retomar las plazas y parques secuestrados por el crimen— que forzaban a la comunidad a declararse pro o antimafia.
Costó sangre. Escándalos políticos. Años de zozobra. Pero hoy Palermo se parece más a Berlín que a Beirut.
Caso Bogotá:
La inseguridad no es problema sólo de las autoridades
«Arma fui» se lee en una cucharita de metal montada en una base. Es un trofeo. Y una de las 2,538 armas entregadas por los bogotanos a principios de los noventa en el programa de Desarme Voluntario. Como ésta, otras acciones formaron parte del Programa de Seguridad y Convivencia implementado por el alcalde clave en la historia del cambio de esa ciudad: Antanas Mockus. El líder, de origen lituano (95 – 98 y 01 – 04), reconoce tres acciones claves en el cambio: una reforma constitucional que involucró a la ciudadanía, el fin a la crisis de credibilidad con una depuración total de la policia de tránsito —conocidos como “chupas”, de chupasangres— y el famoso “Programa” que dio prioridad a la cultura ciudadana antes que a la seguridad. «Se trata de auto-regulación moral y de mutua-regulación cultural. Cada uno debe controlar a su patancito interno. Cuando no puede, debe hacerlo su vecino. Si no es suficiente, entonces entra la policía». Sus acciones fueron tan polémicas como exitosas: se disfrazó de Super Cívico, repartió tarjetas con pulgares arriba y abajo para calificar las acciones ajenas, interrumpió las relaciones corruptas con el gobierno, puso mimos que exigían respeto a las líneas peatonales en los cruces y cerró los antros a la 1 am. Su principal premisa era convertir los problemas de inseguridad y falta de cultura cívica, en problemas de todos —y consecuentemente— con soluciones de las que todos eran partícipes. Los radiotaxis se convirtieron en “ojos vigilantes” que contactaban a la policía ante cualquier anomalía y los jóvenes cambiaron el servicio militar por un año como policía auxiliar.
Los medios retomaron cada una de estas acciones por su resonar público. No fueron necesarias campañas de prensa pagadas desde dentro de la alcaldía. Las innovaciones —como abrir archivos, o las espectaculares liberaciones llevadas a cabo por los GAULA (Grupo de Acción unificada por la Libertad Personal)— bastaban por sí solas para la primera plana de los diarios o el prime time de cualquier noticiero.
Hoy, al ex-alcalde le preocupa la situación en nuestro país: «Nunca me imaginé que (los mexicanos) llegarían a sacrificar decadas de vida por dinero.» Desde su trinchera Movimiento Visionarios por Colombia, sugiere unificar conciencia, cultura y ley e invitar a las mujeres a que se movilicen: «las mujeres se matan y matan menos» asegura. Al famoso alcalde revolucionario, le siguió Enrique Peñalosa quien tomó entre sus prioridades continuar con el desarrollo de una urbe cívica. Además, se crearon observatorios ciudadanos como “País Libre” para el tema del secuestro y “Bogotá Cómo Vamos” por la calidad de vida en la ciudad
El origen del problema: ¿Cómo llegamos hasta aquí?
Para plantear una solución, es preciso entender el origen del problema. Ernesto López Portillo Vargas, presidente fundador del Instituto para la Seguridad y la Democracia, AC., destaca los siguientes seis puntos:
1) Desgobierno político de la seguridad
Los gobiernos de todos los partidos han cedido históricamente el problema a la policía y a las fuerzas armadas. El costo es altísimo: no hay políticas públicas de seguridad.
2) Normalización de la ilegalidad
La mayoria cree que la ley y el sistema que se encarga de hacerla cumplir privilegia a los más poderosos. Nuestro tejido social prefiere resolver conflictos al margen de la ley.
3) Masificación de mercados ilegales La delincuencia organizada mexicana ya funciona en más de 40 paises. Es creciente, exitosa y poderosa a un punto que no podemos saberlo.
4) Oficialización de la corrupción
La impunidad más grave para nuestro país: la impunidad de los poderosos. Nuestras prisiones están ocupadas por gente de escasos recursos.
5) Populismo penal
Proponer medidas populares como incrementar los castigos, es un error. La delincuencia se inhibe más si hay certeza en que la pena será aplicada que con penas más altas.
6) La urgencia La sociedad exige respuestas urgentes. Esta premura puede cancelarnos la oportunidad histórica de poner un punto y aparte para pensar en cuáles son los modelos de política pública que el país necesita.