“¿Puedo revisar su cajuela?”, fueron las palabras con las que un agente de la Policía Judicial lo abordó. No encontró nada que lo incriminara, pero dio igual. De inmediato fue subido a un auto particular en calidad de detenido.

Después de una escala en “El búnker” fue llevado por carretera “al 4”, la oficina de interrogatorios de la Policía de Guadalajara, lugar que ha sido descrito por muchos más como una sala de torturas que como un lugar perteneciente a los aparatos de justicia.

Jorge Cueto-Felgueroso era acusado de fraude, junto con otros trabajadores de la empresa Argent. Todos se ampararon menos Jorge: cuando dio inicio el proceso legal, él tenía más de medio año de no laborar ahí y no tenía conocimiento de qué estaba pasando. Ante los ojos de la justicia él era culpable y una dura realidad que nunca imaginó lo esperaba al interior del penal de Puente Grande, en Jalisco.

Un mundo dentro del mundo

En “ingreso” no hay camas, ni cobijas, ni algo que ayude reposar el cuerpo. 21 días estuvo ahí hasta que le asignaron una celda y pasó a engrosar las filas de “población”, el penal ya propiamente dicho donde están organizadas unas 12 mil personas en diferentes módulos. Para esta población hay alrededor de 80 guardias por turno, es decir, cada guardia debe vigilar a 150 reclusos. Pero esto es sólo una percha. En realidad el Reclusorio Preventivo de Puente Grande se gobierna solo, es un pequeño mundo que se rige con reglas y gobierno propios.

En este contexto Jorge empezó a hacerse de amigos, como hay que hacer en la cárcel cuando se quiere sobrevivir y mantener la integridad. Vio de cerca el proceso de “piteado”, que es bordar prendas con pita, un hilo que se extrae de las fibras del maguey. Sus ojos también vieron pitear prendas con hilos de plata y de oro, regalos destinados a “los de arriba”. Y en este lugar donde el trabajo artesanal es una manera de ganar dinero, es que conoció el proceso de tatuar y tuvo una idea que cambiaría su vida y la de muchos otros de forma decisiva.

De tatuar humanos a tatuar prendas

El ingenio mexicano se expresa en todo y el tatuaje al interior de la cárcel no es la excepción. Al no contar con máquinas de tatuar profesionales, los reclusos se las ingenian con sus propios recursos. ¿Qué se necesita para hacer una máquina de tatuar? Ellos usan una aguja para coser, el tubo de una pluma Bic, un resorte de encendedor, un motor de DVD y un cargador de celular que se transforma en regulador para reducir el impacto de la corriente eléctrica.

A Jorge se le prendió el foco. ¿Y si en lugar de pieles humanas tatuara accesorios y prendas? La idea sonaba algo descabellada, pero tenía todo para hacer el experimento. Pidió que le cortaran un patrón de piel de una bolsa y le asignó a un tatuador la chamba de plasmarle un diseño. El trabajo lo dejó sorprendido. Al enterarse, los tatuadores del penal comenzaron a acercársele y a ofrecerle su trabajo. En poco tiempo, Jorge ya tenía un microtaller de trabajo que tatuaba piel para bolsas que se armaban dentro y fuera del reclusorio.

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Inocente, libre y filántropo

11 meses después de estar recluido y de ser revisado su caso, se determinó su inocencia. Sí, él ya era libre y tenía ingresos para vivir, pero no los chavos que tenía “contratados” al interior del penal. Ellos contaban con su ayuda y no podía dejarlos a su suerte. Con un inventario de unas 200 bolsas Jorge se lanzó a la aventura de poner una boutique en San Miguel de Allende. Y pegó. Los diseños de calaveras eran los más pedidos. Él, ya desde fuera, continuaba pagándole a los chavos para que contaran con ingresos además de sumar beneficios para obtener su liberación anticipada.

Una vez libre, Jorge experimentó en carne propia las dificultades que sufren quienes han estado presos para reinsertarse a las actividades laborales, por lo que decide establecer una fundación: Prision Art. Esta fundación le daría trabajo a los chavos al interior del reclusorio así como a aquellos que decidieran seguir laborando con él ya cumplida su sentencia. Sus familias también se verían beneficiadas. Con el objeto de sustentarla, utilizaría las ganancias de la tienda en San Miguel de Allende y una segunda que abrió en Playa del Carmen.

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“La esperanza es más grande que el dolor”

Hoy Prision Art es una fundación que se sustenta sola y no busca apoyos gubernamentales ni de terceros para funcionar. Con cada producto Prision Art, que es de diseño único, se entrega una especie de medallón, mismo que tiene un significado especial. “La parte de enfrente tiene una calavera que simboliza el sufrimiento de las personas recluidas y sus familias. Está acompañada de rosas que simbolizan la esperanza. Del otro lado sólo hay una rosa, pero es de mayor tamaño que la calavera. Con ello quiero dar a entender que cuando le damos la vuelta a las cosas, la esperanza siempre va a ser más grande”.

Al día de hoy, Prison Art cuenta con tres sucursales:

-San Miguel de Allende, Guanajuato,
Calle de Canal #21 interior 121.

-Playa del Carmen, Quintana Roo
Quinta avenida sur, entre sur 3 y primera calle, cerca de Paseo del Carmen.

-Terminal Internacional #3 del Aeropuerto de Cancún.

Próximamente (a principios de julio), podrás encontrarlos en el DF en Downtown México, Isabel la Católica No. 30, Centro Histórico.

Mientras tanto, échate un taco de ojo con sus productos artesanales en su Facebook y en su página Prison Art.

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