El espectro de la deuda externa, aquella que a principios de los ochenta propinó el primer golpe de realidad a la economía mexicana, se asoma. Aterra. Llevamos décadas de crisis.

La cabeza del vaquero neoliberal critica sin piedad cualquier intento de alivianar, seducir con el espacio público. Las razones de "Costo y beneficio" parecen indicar que, en los ámbitos de gobierno y sociedad, no hay que dar paso sin huarache: cuánto cuesta, qué nos trae, en qué nos beneficia.

Si lo redituable es algo intangible en esencia, digamos la felicidad o el cachondeo, es en realidad un terrible acto de enajenación, una forma manipuladora y engañosa del gobierno para comprar votos y tirar los ingresos a la basura. Ladrones.

El paraíso de estas especulaciones, si se piensa bien, tiene todas las comodidades estéticas de un Wal-Mart: todo en función de la venta, los precios bajos, un hangar de estilos texanos que no alberga más que la eficiencia.

Eficiencia. Maldita palabra y concepto, la "eficiencia". Son solo luces de Navidad, unos cuantos litros de hielo, patines en renta, pocas semanas de "ineficiencia". Es un espacio público. Por lo menos déjenos el sueño del espacio público.

Ineficiente.