Chilango

México VS Uruguay, ¿qué pasó?

Clasos

Más que una crónica, les voy a decir lo que pensé del partido de México, porque me ocurrió exactamente lo mismo que en el encuentro contra Francia. Cuando Chicharito metió el gol, yo vi todo en cámara lenta y me olvidé completamente de lo demás. Supongo que así lo han de estar viviendo varios de ustedes: hay tanta adrenalina por ver a once güeyes patear un balón que uno ni concentrarse puede. Hasta hoy, casi una semana después, puedo perder media hora de mi vida re-imaginando al Chicharito quebrarle la cintura al portero franchute.

Aguirre planteó  el partido de manera distinta a los dos pasados: Guardado inició  por primera vez, y también “El Cuauh”. Guille, inexplicable y obviamente -Aguirre, eres un terco- seguía de punta. Pablo Barrera, quizás el jugador mexicano más consistente de la copa, salió a la banca.

Supongo que la idea era aguantar a los uruguayos, haciendo bola con la joroba del Cuauh y el tronco de Guille -a quien, por cierto, deberíamos pensar en desnaturalizar.

En papel, ambos equipos sólo buscaban el empate, pero los charrúas se aprovecharon de nuestra ingenuidad; salieron a presionar desde el inicio. A Cuauh le dieron el gafete de capitán en caso de que se volviera loco y lo fueran a amonestar. Cosa que no sucedió porque el árbitro, fiel a la frase de Eduardo Brizio de “jueguen como hombrecitos”, los dejó patearse a gusto.

Fueron los noventa minutos más sufridos desde… desde el jueves pasado. Yo, como niño en Nochebuena, me fui a dormir a las nueve de la noche ayer para que el partido ocurriera lo más pronto posible.

Uruguay llegaba y llegaba, y México parecía público de “Atínale al Precio”: miraban atónitamente cómo los uruguayos -que demostraron ser más que sólo Diego Forlán- giraban la rueda y una y otra vez le daban al peso. Los nuestros sólo atinaban a babear ante el grito de “un aaaaaaaaaaauto”, el pase a octavos.

El gol fue la desconcentración pura y clásica de la defensa mexicana. Lo increíble es que un jugador todavía más enano que nuestros defensas remató de cabeza.

En el otro partido, la selección francesa tenía más hoyos que un gruyére. Los sudafricanos, que literalmente no daban pie con bola el partido pasado, los estaban dominando. Un gol, luego un codazo. Francia con diez hombres y el marcador en contra. La peor pesadilla de nuestro país se convertía en realidad -como tan seguido ocurre. Un gol más de los “Bafana, Bafana” y los mexicanos se treparían al avión de regreso al DF mañana mismo. Ni cuarto partido habría. Por suerte, nuestra dependencia en los demás dio frutos: Francia descontó y todos sacamos las calculadoras. Salvo que Sudáfrica metiera otros dos, estábamos en octavos.

Sería interesante saber si el Vasco les dijo el marcador a sus muchachos en el medio tiempo, porque cambiaron de actitud. Salieron hechos unos energúmenos, tratando de hacer bife a los uruguayos. Sin claridad, pero mínimo reaccionaron.

Al Vasco medio se le prendió el foco con los cambios: reajustó la media con el ingreso de Castro, con el objetivo de evitar más goles. Lo que sí no tuvo perdón de nadie fue que sacara a Guardado. Tienes al Marlboro Man -el Cuauh- y a un delantero que probablemente sea fichado por los Cañeros del Zacatepec en un par de meses y decides quitar a tu mejor hombre en la cancha. Digo, todos confiamos en “Dinamita” Barrera, pero Aguirre, haznos el paro. Si tú mismo nos pones el pie, no podemos ganar.

Finalmente entró  el Chicharito por Cuauh y empezamos a jugar a doble punta. Se notó la mejoría, pero Uruguay siempre fue claramente superior. Hasta los minutos finales, nos sudó.

En twitter todo mundo estaba de acuerdo. En @2comentaristas (anuncio barato: estamos tuiteando todos los partidos del mundial un amigo y yo a través de esa cuenta) nos llegó pura mentada en contra del Vasco. Justificada, creo yo. Sí, todos somos DT’s. Sí, todos somos presidentes de México. Pero hay cosas tan obvias que hasta Paulina Rubio las puede razonar.

La reflexión que me deja este partido es la siguiente: tenemos una selección extremadamente voluble. Se dejaron aplatanar por los Bafana y la presión inaugural, se madrearon a los franceses con clase y estilo -aunque comienzo a pensar que fue más la desorganización del astrólogo Domenech y sus once guarros-, y llegaron “sobraditos” contra los charrúas. Sí, boleto casi en mano, pero estaba para que termináramos primeros de grupo. Podríamos haber llegado vs. Corea, Grecia o Nigeria, a un partido más asequible. Pero una vez más, nos pusimos a celebrar antes de meter el gol.

Un triunfo y nos trepamos al Ángel. Un triunfo y ya nos vimos campeones. Pero para eso están los uruguayos, para regresarnos a la tierra. Ahora bien, una derrota tampoco significa que seamos tan malos como los cortos de Diego Luna.

No todo es catástrofe: se llegó a octavos una vez más. México hila así cinco mundiales seguidos consiguiendo superar la fase de grupos. El problema está, obviamente, en que por segundo mundial consecutivo nos encontramos a la poderosa Argentina en la siguiente ronda. No es por ser pesimista, pero la veo muy difícil. Cierto, les jugamos a la par en 2006 y sólo nos pudieron eliminar con un golazo de fantasía. Pero ahora nos enfrentamos a un Messi en plenitud y a un equipo que ha mostrado -junto con Brasil-, ser serio candidato al título. Es hora de retirar a San Cuauhtémoc, aunque nos duela. Si queremos llegar al quinto partido, debemos arriesgar. Vasco Aguirre: aunque claramente debemos separar al país y a nuestras desgracias personales de la selección, el domingo tienes la alegría de más de cien millones de mexicanos (a ver qué dice el censo) en tus manos. Rájatela, hermano. Confiamos en ti.

Y, como dijo  @ruyfeben, bajen sus propinas del 15 al 5 en la Condesa. Hagan patria.