Casi nadie quiere secundarme, la mayoría insiste en lo consabido: el padre Maciel y su cauda de abusados, las bodas gays y de lesbianas, la copa mundial de futbol, la verdad en el caso de la niña Paulette, las novedades en Facebook y Twitter, etcétera.
Quedo como un auténtico aguafiestas si se me ocurre comentar lo caro que están los servicios de internet o el precio de la entrada al cine. Exclamo, el gesto dramático en busca de un interlocutor comprensivo: ¿les parece correcto que la entrada al “clásico” Chivas vs. América cueste entre 15 y 90 dólares como si se tratase del Barcelona y el Real Madrid, y en los hechos es un partiducho llanero más? Los bostezos y las toses se dejan oír a mi alrededor.
Tal parece que hay una predestinación que conduce a los consumidores chilangos —que somos todos— a una zona de resignación digna de San Juan Diego. Se me ocurre pensar que pasamos del presidencialismo autoritario que achacamos al PRI, al providencialismo corporativo que perdonamos de por sí. Las marcas son sexy.
Sólo así me explico que, incluso como simple tema de charla, sea tan soslayada la subcultura del consumidor en la que vivimos en México. Como si las imposiciones del mercado fueran una bendición divina: hay que agradecer de antemano aunque nos cobren mucho y nos devuelvan tan poco a cambio.
Quizás haya un deseo de parecerse más a la encantadora publicidad comercial que nos bombardea cada día, y menos a nosotros mismos inmersos en nuestra complicada realidad: salarios bajos, escasez de empleo y de capacidad adquisitiva, autoestima alta. Si algo mantiene incólume nuestra subcultura del consumo es el triunfo de los manuales de superación personal.
Los datos son expresivos. El costo de internet en México (1 mega byte por segundo al mes ) cuesta en promedio 20 dólares en adelante, mientras en Estados Unidos es de un dólar). De acuerdo con la Organización Mundial del Comercio, nuestro país es de los más caros y malos del mundo en este servicio estratégico. La entrada al cine en México, según fuentes internacionales, encabeza la lista de las ciudades más caras en este rubro al lado de Tokio, Caracas, Bucarest y Sofía.
La oficina del gobierno que defiende a los usuarios de servicios financieros (Condusef) afirmó meses atrás que para los bancos en el país el cobro de comisiones es uno de sus principales ingresos, y ya no el resto de sus funciones (crédito, inversión, etcétera). Estamos por encima de Brasil, Gran Bretaña, Francia, España. Los bancos extranjeros que operan aquí cobran comisiones por sus servicios hasta 10 veces más caras de lo que cobran en Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá y España.
Como siempre, las empresas corporativas se defienden a partir de sus propios estudios en los que llegan a “demostrar” que sus precios son tan justos que debemos agradecerles nuestra situación privilegiada. Y emprenden eficientes campañas publicitarias para convencernos de la obligatoriedad de contratar sus muy caros servicios: perros que hablan, o mujeres hermosas que nos persuaden.
Treinta y cuatro años atrás se fundó la Procuraduría Federal del Consumidor, que a la fecha es poco menos que decorativa en sus funciones de defensa de los consumidores.
Treinta y cuatro años atrás se fundó la Procuraduría Federal del Consumidor, que a la fecha es poco menos que decorativa en sus funciones de defensa de los consumidores. De acuerdo con organismos civiles como Alconsumidor, 90% de los abusos cometidos contra los consumidores quedan impunes. En México los servicios feos, malos y caros se imponen a los buenos, bonitos y baratos.
Ayer mismo me habló mi amiga Maripili (lo siento, así se llama) y me comentó que había oído en la radio sobre una mejora legal que permite presentar quejas colectivas (penales y civiles), y ya no sólo individuales en lo que respecta al consumo de mercancías, bienes y productos. Claro está, cualquier avance en el marco legal resulta insuficiente si se pasa por alto que los verdaderos cambios vienen de influir en la cultura de las personas.
Información=educación=cultura. Y ejercer la inconformidad en el mismo instante en el que se la descubre. Fácil, ¿no?
Sergio cree en la teoría de la cortina de humo mediática: en verdad que preferimos el chisme a la realidad.